G¨¢rate pone el grito en la Luna
El Ventoux combina el esfuerzo m¨¢ximo con el 'sprint' bromista de Cavendish y Hushovd
A veces, s¨®lo un grito separa la victoria de la derrota. Entre el ?uaaaaaaaahhhhh! que solt¨® G¨¢rate nada m¨¢s cruzar la meta y el abatimiento de Tony Martin, tumbado en el suelo a escasos dos metros, estaba la gloria del Mont Ventoux, la gloria de uno que est¨¢ a punto de acabar su carrera y la sensaci¨®n de derrota de otro que la empieza con detalles de calidad. Seguramente, de haberse invertido el orden de llegada, ser¨ªa Tony Martin quien se hubiera quedado de pie y G¨¢rate (Ir¨²n, 1976) el que se hubiera tendido en el suelo. No era una cuesti¨®n de sufrimiento o agotamiento, sino de abatimiento de quien sabe que ha sido el primero en perder despu¨¦s de haber gastado todas sus energ¨ªas en la conquista de la Luna. A Tony Martin le costaba hablar, por eso, mientras G¨¢rate no paraba de gritar y de frotarse los ojos, entre el aluvi¨®n de periodistas que pr¨¢cticamente colapsaban la l¨ªnea de llegada provocando tambi¨¦n el grito de Prudhomme, el director del Tour, aunque en este caso un grito de ira.
G¨¢rate ya tiene las tres grandes a su manera. A sabiendas de que no las pod¨ªa ganar, al menos cuenta ya con un triunfo de etapa en cada una de ellas "y ¨¦se es el mejor colof¨®n" a una carrera que cambi¨® cuando se dio cuenta de que su techo "estaba en hacer noveno en el Tour". Entonces cambi¨® su estatus, interioriz¨® su papel de ayudante del l¨ªder, en este caso Denis Menchov, sin descartar las victorias parciales. A punto estuvo G¨¢rate de ser uno de los ayudantes de Contador. Johan Bruyneel quiso contratarle para el Astana, pero finalmente se decidi¨® por Haimar Zubeldia, por considerarlo m¨¢s vers¨¢til en la carretera frente a las prestaciones en la monta?a de G¨¢rate.
El ilustre gregario al que no le cab¨ªa ayer "el maillot en el cuerpo", seg¨²n dijo, encontr¨® la gloria en la cima m¨ªtica del Ventoux tras haber sabido regular sus ansias y no enfrentarse en solitario al viento como en un momento le pidi¨® el cuerpo. Mejor que eso era jug¨¢rsela en la ¨²ltima curva, all¨ª en la ¨²ltima rampa, donde apenas azotaba el viento, resguardado por las estructuras de la meta y la gente que se agolpaba.
Para otros, el esfuerzo estaba en la lucha por el podio, por la foto de Par¨ªs. Y para la mayor¨ªa, el esfuerzo ten¨ªa el ¨²nico objetivo de superar la m¨ªstica del Ventoux. Por ejemplo, para O'Grady, Klier, Millar e Hivert, los ¨²ltimos en llegar, a 26 minutos de G¨¢rate. Sin embargo, la ¨¦pica del esfuerzo tambi¨¦n ha cambiado. Sufren m¨¢s los de arriba, los m¨¢s fuertes, los que luchan por la victoria parcial o final, que el resto, los habitantes del autob¨²s, que se coaligan para llegar de la forma m¨¢s llevadera posible. Incluso se permiten bromas como la de abrirse todos ayer en la ¨²ltima curva para que esprintaran Cavendish y Hushovd cuando llegaban a 25 minutos del ganador. Fue la broma de los animosos chicos del autob¨²s (por cierto, gan¨® Cavendish), cuando muchos corredores ya descend¨ªan por la otra cara del Ventoux en busca de su lugar de reuni¨®n.
Es curioso, pero se puede saber el orden de llegada, casi exactamente, viendo descender a los ciclistas acabada la etapa. Ese orden lo rompen s¨®lo los mejores: el ganador de la etapa y el l¨ªder, que deben atender demasiados protocolos antes de dar por concluido el d¨ªa. Alberto fue el ¨²ltimo en descender, en el coche conducido por su hermano Fran. Viendo bajar a los ciclistas, all¨ª mezclados con los cicloturistas, los coches, autobuses y peatones, relajados y bromistas, la mayor¨ªa, nadie dir¨ªa que vienen de coronar el Mont Ventoux a 2.000 metros. All¨ª donde son¨® rotundo el uaaaaahhhh de G¨¢rate.
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