"Quer¨ªan matarnos. Iban a por nosotros"
Las familias de los guardias civiles de Burgos recuerdan con espanto la noche en que ETA les atac¨®
ETA hab¨ªa escrito un gui¨®n cuyo desenlace ser¨ªa la muerte de varias personas. Tal vez decenas. Pero el azar, la suerte o quiz¨¢s tan s¨®lo las leyes de la f¨ªsica dieron al traste con los planes de los terroristas: resultaron pr¨¢cticamente indemnes las 90 familias que en la madrugada del pasado mi¨¦rcoles dorm¨ªan en el enorme bloque de pisos de la casa cuartel de la Guardia Civil de Burgos. Parece incre¨ªble que la explosi¨®n del coche bomba respetara la vida de tantas v¨ªctimas potenciales. No es extra?o que m¨¢s de una de ellas recurra a la palabra "milagro" para explicar lo inexplicable.
El d¨ªa anterior, los etarras hab¨ªan dejado una furgoneta Mercedes Vito, repintada de verde, con matr¨ªcula falsa 8666 BRG, a pocos metros del bloque, aprovechando la existencia de un descampado en el que no hay restricciones para aparcar. La matr¨ªcula corresponde en realidad a un veh¨ªculo id¨¦ntico, propiedad del frutero Julio Alonso, vecino de la zona. El enga?o surti¨® efecto: de nada sirvieron los controles rutinarios sobre los coches estacionados en la zona.
Sobre las cuatro de la madrugada se produjo "un estallido impresionante", recuerda con espanto Reyes, esposa de un cabo primero de la Guardia Civil de Tr¨¢fico. Y eso que ella, su marido y sus dos hijos ocupaban un piso de la d¨¦cima planta del portal 93. "Me levant¨¦ corriendo entre los cascotes mientras gritaba: '?Mario! ?Pablo! Mi hijo peque?o estaba bien. Luego fui al dormitorio de Mario, el mayor, y le vi inconsciente, con los brazos abiertos. Pens¨¦ que estaba muerto. Fue horrible", recuerda Reyes, que no puede reprimir estallar en llanto. "Quer¨ªan matarnos. ?Iban a por nosotros!".
Cuando Reyes logra dominarse, prosigue su relato: "Sent¨ª un zambombazo horrible y luego algo como que te absorbe, una fuerza invisible que te arrastra. Fui a abrir el zapatero para coger algo con lo que calzarnos y me di cuenta de que no exist¨ªa. ?Hab¨ªa desaparecido! Y entonces me sali¨® del alma un grito: ?Hijos de puta! ?Nos hab¨¦is querido matar...! Mi hijo de 14 a?os me agarr¨® y se dedic¨® a consolarme dici¨¦ndome que todos est¨¢bamos vivos y que eso era lo m¨¢s importante".
Mario, un chico de pelo engominado, cuya madre pensaba que estaba muerto, recuerda que ¨¦l se acababa de dormir. "Hab¨ªa estado chateando con un amigo hasta las tres y media de la madrugada. No me enter¨¦ de nada porque me qued¨¦ aturdido. Cuando despert¨¦ y vi aquello, pens¨¦ que ten¨ªa que haber muerto gente", explica. "Siempre hab¨ªamos pensado que la parte de atr¨¢s del bloque era un peligro porque cualquiera pod¨ªa poner ah¨ª una bomba", agrega.
Reyes, su marido Jes¨²s y sus dos hijos residen ahora, por obligaci¨®n, en la residencia militar General Yag¨¹e. "Nuestra casa est¨¢ destrozada. Nos han quitado 16 a?os de vida. Ayer nos dejaron subir a la casa y se me cay¨® el alma a los pies. Todo est¨¢ destruido. Y le digo una cosa: yo no vuelvo a vivir en un cuartel", afirma la mujer antes de explicar que "eso" -el atentado con coche bomba- era algo que ella y muchos como ella tem¨ªa desde hac¨ªa tiempo.
Jes¨²s, el marido, atiende las llamadas de tel¨¦fono de familiares y amigos. Y luego interviene en la conversaci¨®n: "Nosotros somos gente normal. Trabajadores que nos levantamos a las cinco de la madrugada. Somos obreros de la seguridad. Asumimos los riesgos de la profesi¨®n. Yo estoy en Tr¨¢fico y s¨¦ que un coche me pueda atropellar. ?Pero por qu¨¦ atacan a nuestras familias?"
Reyes, que s¨®lo tiene en un brazo una herida cubierta con un ostentoso esparadrapo, se viene abajo de nuevo, pese a su aparente fortaleza. "Usted pregunta que c¨®mo estamos. ?C¨®mo quiere que estemos? Estamos bien porque estamos vivos, pero estamos destrozados. Estamos psicol¨®gicamente hundidos. Desde esa noche, yo no puedo dormir tumbada; duermo sentada en la cama. Y mi hijo peque?o est¨¢ obsesionado con el fuego. No s¨¦ si por las llamas de la bomba. Yo tengo metido en el cerebro el olor de la bomba. El olor no se me olvidar¨¢ jam¨¢s"
El olor es la sensaci¨®n m¨¢s tangible, a pesar de su intangibilidad, que se les ha quedado grabada a muchos de los afectados por el bombazo. "El olor se te queda pegado a la nariz", resalta la esposa de otro guardia civil. "Debe ser el amonitol", tercia un suboficial que ha estado destinado varios a?os en el Pa¨ªs Vasco. La furgoneta, en efecto, estaba cargada con m¨¢s de 200 kilos de amonitol (una mezcla de nitrato am¨®nico, polvo de aluminio y nitrometano, un combustible utilizado en aeromodelismo del que ETA rob¨® 2.000 litros en Francia en 2007).
"La explosi¨®n nos tir¨® de la cama. Mi pareja me cubri¨® con su cuerpo. Cre¨ª que la casa estaba ardiendo. Yo no sab¨ªa que era un atentado", dice Susana, de 27 a?os, guardia civil eventual, es decir, que a¨²n no ha acabado el a?o previo a ser guardia civil de pleno derecho. Ella y su compa?ero sentimental, tambi¨¦n agente, viv¨ªan en la tercera planta, a unos metros del epicentro de la explosi¨®n.
"Yo s¨®lo hab¨ªa visto atentados en la tele. No me imaginaba c¨®mo eran. ?Y resulta que ahora estoy cont¨¢ndolo yo!", recalca Susana. Y cuando se le pregunta si ahora ha cogido miedo, responde con rotundidad: "No. Eleg¨ª ser guardia civil porque me encanta esta profesi¨®n. Y ahora estoy m¨¢s convencida que nunca. Estaba empe?ada en formar parte de la Guardia Civil... y despu¨¦s de lo que ha pasado, estoy a¨²n m¨¢s decidida".
En el enorme bloque, que hoy parece un edificio de Beirut, viv¨ªan m¨¢s de 40 ni?os y numerosas mujeres (dos de ellas embarazadas). Una de ellas, Virginia, es la herida m¨¢s grave: luce en su cuello un enorme collar¨ªn. "Ahora est¨¢n ya m¨¢s tranquilos", confiesa escuetamente el teniente psic¨®logo, mientras no cesan de pasar a su lado hombres y mujeres con el cuerpo cosido a ara?azos. Pero eso no es nada para la carnicer¨ªa que pudo ser. Tal vez el hecho de que el enorme bloque de vivienda fuese estrecho hizo que la onda expansiva entrara por una fachada y saliera por la opuesta sin encontrar m¨¢s resistencia que los d¨¦biles tabiques y las fr¨¢giles ventanas de cristal. "Y, adem¨¢s, como hac¨ªa calor, mucha gente ten¨ªa las ventanas abiertas", recalca un sargento.
"Yo vi pasar volando una pared delante de m¨ª. Mis hijos, dos mellizos de 11 a?os, se quedaron paralizados. Los pobres no entend¨ªan nada. Y, sobre todo, no entend¨ªan qu¨¦ hac¨ªa yo en calzoncillos en plena calle", cuenta Tom¨¢s, un guardia civil que ocupaba desde hace 12 a?os una de las viviendas del portal n¨²mero 95. "La gente evacu¨® el edificio en silencio. Aquello parec¨ªa un velatorio".
"Hay una ni?a de un a?o, ?ngela, que se salv¨® porque esa noche dorm¨ªa con su madre. Si lo hubiera hecho en su cuna...", cuenta un guardia civil que ni siquiera se atreve a acabar la frase para rehuir la palabra fat¨ªdica.
"Hay gente que est¨¢ hundida. Cada d¨ªa que pasa es peor", contesta apresuradamente un guardia civil. "No tenemos ganas de hablar", se excusa otro agente que encabeza un grupo de damnificados. "?Que c¨®mo estamos? Ahora estamos ocupados", responde otro que se dirige a la Comandancia, cargado de papeles para solicitar la renovaci¨®n de su carn¨¦ de identidad y sus tarjetas de cr¨¦dito. La Comandancia es un constante traj¨ªn de afectados y el propio jefe, el teniente coronel Jes¨²s Mart¨ªn, se afana en que todo ruede con fluidez. Pero sus efectivos est¨¢n muy mermados: todos los agentes de la casa cuartel atacada por ETA est¨¢n de baja por heridas f¨ªsicas o psicol¨®gicas.
Impresiona ver el edificio destripado. Asusta ver a los inquilinos que cada poco, bajo un sol inmisericorde, suben a lo que fueron sus casas acompa?ados de bomberos. Da v¨¦rtigo contemplar a una joven haciendo equilibrios, casi en el vac¨ªo, para recoger unas ropas. Y resulta incomprensible que no hubiera muertos...
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