De regalos y corrupciones
Marcar un tope de precio a las d¨¢divas, transparencia en las finanzas de los partidos y en los salarios de los pol¨ªticos ser¨ªan medidas ¨²tiles para atajar conductas impropias sin necesidad de legislar sobre la cuesti¨®n
Como casi siempre, todo est¨¢ en los romanos o en los griegos. Lo de la ley, sobre todo en los romanos. En el siglo III, un jurista llamado Domicio Ulpiano, que trabajaba para el emperador Caracalla, nos transmit¨ªa los sentimientos de su jefe al respecto de las xenias, o sea, de los regalos que los altos funcionarios del imperio recib¨ªan y pod¨ªan o no aceptar. Su consejo era un monumento al sentido com¨²n: "Ni todo, ni siempre, ni de todos". Y lo explicaba un poco m¨¢s: "un proc¨®nsul no puede privarse totalmente de xenia... rehusar de todos es una falta de educaci¨®n, pero aceptar siempre parece de indecentes, despreciable aceptar de todos, y avaricioso aceptarlo todo".
Al final, de lo que se trata, seg¨²n transmite Ulpiano, el esp¨ªritu de Caracalla, es de no sobrepasar en la aceptaci¨®n de regalos todo aquello que excede las necesidades de la alimentaci¨®n. Traducido a nuestra ¨¦poca y a lo que nos preocupa sobre la actitud de nuestros pol¨ªticos, nos deber¨ªamos quedar con una botella de vino y una lata de esp¨¢rragos como l¨ªmites. Lo de las anchoas, depender¨¢ de la veda.
Los regalos, aunque no sirvan para obtener contratos, son ¨²tiles para ablandar corazones
Hay que garantizar que los partidos rechazar¨¢n a cualquiera que rompa las leyes de transparencia
La cita de Ulpiano es, en cierto modo, consoladora, porque nos dice que nuestros representantes democr¨¢ticos no son los m¨¢s corruptos de la historia. El asunto viene de lejos, por lo menos de los romanos. Con algunos momentos estelares intermedios como la ¨¦poca en que Juan March era capaz de comprar a muchos de los mejores pol¨ªticos espa?oles de la Restauraci¨®n o la Rep¨²blica. Y el espl¨¦ndido periodo franquista en el que el dictador daba ejemplo aceptando, por recordar un caso medianillo y morigerado, el pazo de Meir¨¢s.
Una vez consolados, sabedores de que no siempre est¨¢n claros para todos los l¨ªmites entre la aceptaci¨®n educada de una peque?a Xenia que demuestra simpat¨ªa y la de 300.000 euros que demuestran demasiada simpat¨ªa, habr¨¢ que concentrarse en la b¨²squeda de unos m¨ªnimos c¨®digos que den objetividad a la conducta p¨²blica, para evitar bochornos innecesarios.
?Ser¨ªa il¨ªcito que una alcaldesa aceptara un bolso de marca y, en cambio, permisible que se dejara agasajar con una imitaci¨®n comprada en los mercadillos de la frontera de Paraguay con Brasil? Fijar la otra frontera exigir¨ªa, para que la acci¨®n fuera eficiente, una tarea ingente de clasificaci¨®n propia de entom¨®logos. Tambi¨¦n cabe otra soluci¨®n, que es la de marcar un tope de precio.
Lo malo de estos regalos, de estas xenias, es que aunque no sirven para obtener contratos, s¨ª suelen ser ¨²tiles para ablandar corazones. Son detalles simp¨¢ticos que pueden ayudar a abrir otras puertas. Y detalles simp¨¢ticos que allanan, no siempre en la direcci¨®n m¨¢s recomendable, las relaciones. No s¨®lo para facilitar la corrupci¨®n de pol¨ªticos, sino tambi¨¦n la de otro grupo profesional sobre el que se asientan algunos pilares del sistema: periodistas, que reciben en Navidad jamones, botellas de aceite, surtidos de turr¨®n y, si se dedican a informar de instituciones financieras, plumas de oro y juegos de ajedrez de ¨¦bano y marfil. Y si de otras cosas, viajes al Caribe.
La salida es compleja. Y quiz¨¢ no quede m¨¢s remedio que cortar por lo sano: los pol¨ªticos y los periodistas no pueden recibir regalos cuyo valor exceda, por ejemplo, de 100 euros. Una declaraci¨®n de los partidos, de los grupos parlamentarios y de los directores de medios de comunicaci¨®n bastar¨ªa para dejar las cosas en claro, y eliminar¨ªa la necesidad de hacer una ley, farragosa de forma obligada y rid¨ªculamente actualizable a?o tras a?o para adaptar los topes a la inflaci¨®n.
Uno de los peores efectos de la pol¨¦mica sobre los regalos a los pol¨ªticos ha sido el de oscurecer el debate, a¨²n m¨¢s serio que lo de las anchoas del Cant¨¢brico, sobre la corrupci¨®n.
Y volvemos a decir que la cosa es compleja (?qu¨¦ original!). Pero, si lo piensa uno, no es tan compleja como parece a primera vista. Porque la corrupci¨®n tiene dos caras, la del que la provoca y la del que la acepta. Un agente, que podr¨ªa ser un empresario, ofrece a un pol¨ªtico algo a cambio de un favor; y un pol¨ªtico acepta la oferta.
Al primero, al empresario (perdone el ilustre gremio el ser utilizado como ejemplo), s¨®lo se le puede disuadir de su il¨ªcita acci¨®n poni¨¦ndole ante la cara avisos legales y represivos; o sea, leyes duras contra ese tipo de acciones y actuaciones policiales y judiciales contundentes. ?S¨®lo? No: poni¨¦ndole delante algo m¨¢s serio, que es la garant¨ªa de que el sector p¨²blico no va a aceptar nunca interferencias en adjudicaciones de obras o servicios. Y algo m¨¢s f¨¢cil que eso: d¨¢ndole la garant¨ªa de que los partidos pol¨ªticos van a rechazar cualquier actuaci¨®n de sus militantes, sean estos dirigentes de primera o de cuarta fila, que rompa las leyes transparentes del mercado.
Un empresario alem¨¢n o franc¨¦s sab¨ªa hasta hace poco que se enfrentar¨ªa a problemas serios si intentaba corromper a un pol¨ªtico alem¨¢n o franc¨¦s, pero tambi¨¦n que nadie le iba a perseguir en su pa¨ªs por practicar la corrupci¨®n en ?frica. Alguien tan poco sospechoso como Carlos Solchaga, ex ministro socialista, expres¨® en Espa?a su actitud de comprensi¨®n para quien tuviera que pagar en pa¨ªses for¨¢neos tasas de corrupci¨®n para conseguir contratos. Europa est¨¢ as¨ª. Es decir, que la tarea de combatir la corrupci¨®n est¨¢ en los que hacen las leyes, en los que gobiernan y, de forma muy importante, en los partidos pol¨ªticos.
?Ser¨ªa muy dificultoso obtener de esas instituciones, de los partidos, una declaraci¨®n solemne por la que se garantizara que quien recibiera tentaciones de pagar pod¨ªa tener la seguridad de que ni un euro de lo que le sirviera para satisfacer un soborno ir¨ªa a parar a las arcas del partido? Declararlo y demostrarlo muchas veces, tantas como se haya condenado a alguien por corrupci¨®n. Pero, para que una solemne declaraci¨®n como esa tuviera credibilidad, har¨ªa falta que se cumplieran dos requisitos.
El primero, que las cuentas de los partidos fueran transparentes. Porque no lo son, por mucho que lo aseguren los tesoreros de todos ellos, las cuentas est¨¢n repletas de remiendos y de trucos. Los presupuestos son falsos y los d¨¦ficits se suelen enmascarar con el dinero de los ayuntamientos y comunidades.
El segundo, que los sueldos, todas las remuneraciones que perciben nuestros pol¨ªticos, afloren y sean considerados de inter¨¦s p¨²blico. A muchos oradores parlamentarios se les hinchan los carrillos hablando de esos asuntos, pero todav¨ªa no sabemos por qu¨¦ es imposible conocer de veras cu¨¢nto cobran cada mes aqu¨¦llos a los que elegimos que, desde el punto de vista del trabajo, son nuestros empleados, de los contribuyentes. Cu¨¢nto cobran, qu¨¦ pluriempleos se permiten, qu¨¦ dedicaci¨®n tienen a su funci¨®n y qu¨¦ sueldos o primas sacan de sus actividades "externas".
Eso, de rebote, tendr¨ªa un efecto gratificante para los que, por ejemplo, no reciben nada por participar en una tertulia y los que reciben un dineral por ser socios de un bufete de abogados.
Maniobras tan sencillas, tan poco complejas, bastar¨ªan para conseguir que nuestro pa¨ªs dejara de subir puestos en el ranking de la corrupci¨®n universal. ?Por qu¨¦ nuestros parlamentarios, por qu¨¦ los dirigentes de los partidos a los que votamos se obstinan en no poner esos mecanismos en marcha?
La respuesta est¨¢ volando en el viento porque la mayor¨ªa de los dirigentes pol¨ªticos, de los responsables de los aparatos, quiere que est¨¦ ah¨ª.
Mientras intentamos que se discuta sobre todo eso, que es de veras muy poquito y muy f¨¢cil, nos seguiremos dedicando a lo que es realmente complejo, que es saber c¨®mo mantenernos en el l¨ªmite de las xenias, aplicar el sentido com¨²n que nos recuerda Ulpiano: "ni todo, ni siempre, ni de todos". Para ir tirando.
Agapito Ramos es abogado y Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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