Hacer el Agosto
Parece que comen con apetito. Ella se a?usga con el queso en caricia de azafr¨¢n. ?l se sirve una porci¨®n, escasita, de pastel de puerros. Ahora, mientras con la mano derecha se lleva a la boca un pedazo de pastel, mete la izquierda bajo la servilleta. Como si no lo estuviera viendo. Esconde la manita para empu?ar la pala de pescado mientras ella, apercibida de la estrategia de su acompa?ante, disimula untando pan en el jugo de las gambas. No me va a quedar m¨¢s remedio que volverle a colocar la pipa contra los ri?ones. Aprovechar¨¦ para rellenar sus copas con champ¨¢n y ordenarles:
-Que no quede nada en los platos.
En cuanto nota el hierro contra la rabadilla, el hombre endereza la espalda y saca la mano de debajo de la servilleta. Despu¨¦s come compulsivamente los restos de los platillos y es como una coreograf¨ªa porque, en el preciso instante en que mi marido aparece en el sal¨®n con los segundos, ellos le reciben arreba?ando la ¨²ltima gota de las salsas de los primeros. En los labios lucen la sonrisa que les he recomendado esbozar si pretenden sobrevivir a esta comilona que no ser¨¢ recordada por la desma?ada preparaci¨®n de las viandas. Mi marido es chef y este local nos dio grandes alegr¨ªas hasta que los congelados sustituyeron a esas comidas elegantes de las que los hombres de negocios disfrutaban con sus esposas durante las vacaciones veraniegas. Ahora son una pandilla de horteras con bermudas. Viejos nuevos ricos. Poco les ha durado el estilazo a esos imb¨¦ciles. El restaurante que mi marido cuidaba con devoci¨®n se iba, con los imb¨¦ciles, a pique. Se nos pudr¨ªan los pescados y las arom¨¢ticas verduras, y ese amor que hac¨ªa que las creaciones de mi marido fueran excelsas se le iba quedando dentro, ulcer¨¢ndose, y form¨¢ndole llagas en la puntita de la lengua y el cielo del paladar. Ahora, sin embargo, est¨¢ feliz y vocaliza perfectamente para nuestros comensales:
-Los sesos en g¨®ndola de hojaldre se comen tibios.
Me coloco detr¨¢s del hombre y le clavo, con disimulo, el ca?¨®n de la pistola contra la columna vertebral. El tipo sonr¨ªe. Mi marido es muy sensible:
-Es un placer guisar para personas que gozan comiendo. Se lo noto en la cara.
La parejita cabecea murmurando "gracias, gracias". Mi marido es un excelente chef pero tiene alma de c¨¢ntaro y, sin m¨ª, no llegar¨ªa ni a la esquina. Yo soy la que un d¨ªa tras otro busca por la calle una pareja aparente, la enca?ona, le ata la servilleta al cuello, la instruye para que su comportamiento sea correcto. No se trata de hacer el agosto, sino de que mi marido no pierda la ilusi¨®n.
Cuando mi marido sale para preparar los postres, vuelvo a servir champ¨¢n a nuestros clientes. Prefiero que est¨¦n borrachos cuando, despu¨¦s de pagar la cuenta, los saque al callej¨®n y los fr¨ªa a tiros. Como mi marido hace con las croquetas. En el aceite hirviendo. Sin contemplaciones.
Marta Sanz (Madrid, 1967) es escritora. Su ¨²ltima novela es La lecci¨®n de anatom¨ªa (RBA).
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