Gente que camina en mi mente
De noche suenan los tel¨¦fonos y escucho las voces que llaman desde el pa¨ªs donde nac¨ª.
Me anuncian la muerte de una persona que conoc¨ª en mi infancia o juventud e, inmediatamente, siento la desaparici¨®n de un paisaje. La superficie que se desgaja deja en la niebla un torso, los brazos, los pies que fueron dos caminos paralelos. El roble y la higuera son ojos borrados cuando las frases salen del tel¨¦fono y entran en mis o¨ªdos.
En mis visitas a Lesaka, compruebo que los terrenos se han encogido. Las p¨²as de los alambres que delimitaban las praderas sujetan ahora unos retales blancos, y el viento bate esos jirones de las ropas de los ausentes.
Otras llamadas siguen despegando las calles del pueblo, y aumenta el grupo de hombres y mujeres que pasean en mi memoria al despedirse de una patria de huecos.
Pronto ser¨¦ el viejo que llevar¨¢ en un bolsillo toda la extensi¨®n de su tierra.
El bosque asfaltado
Cuando cumpl¨ª veinte a?os, la placidez enterraba el aire que yo quer¨ªa respirar. Puse en mi maleta un cuaderno de apuntes musicales, algunos libros, un traje y dos mudas, y sub¨ª al tren nocturno con destino a la capital.
Par¨¢bamos en estaciones de luces tan d¨¦biles como las del r¨¦gimen pol¨ªtico que mor¨ªa en el pa¨ªs, y a ellas se opusieron las chispas de los mecheros de tres j¨®venes sentados frente a m¨ª. Cerrada la puerta del compartimento, liaron cigarrillos despu¨¦s de ablandar unas bolas arom¨¢ticas que mezclaban con hebras de tabaco. Vi las sustancias en sus manos abiertas: el mismo gesto de los labradores para confirmar la ca¨ªda de la lluvia.
La llegada a Madrid fue una colisi¨®n. Las dimensiones de la urbe y las prisas de sus habitantes me paralizaron. Parece que aqu¨ª cada uno va a su incendio, pens¨¦. Hasta entonces ignoraba la vida veloz, pero tambi¨¦n descubr¨ª el remanso de las identidades deste?idas, porque los intrusos ¨¦ramos la tribu mayor.
Durante dos noches dorm¨ª a la intemperie, en un banco de madera, anestesiado por el fr¨ªo invernal. Al tercer d¨ªa, me resucit¨® del pasmo un hombre envejecido y con dejo gallego. Me ofreci¨® refugio en su casa, a la que nos dirigimos calentados por un r¨¢pido hermanamiento.
Sin miedo de mis melenas y libros, s¨®lo me pidi¨® que no alterase su orden de republicano al acecho. ?l perdigaba la carne en una cazuela, y juntos escuch¨¢bamos las radios extranjeras y el tr¨¢fico de los roedores nacionales. Los ratones buscaban migas o tasajos; nosotros, restos de alivio en las emisoras portuguesas.
Nunca le pregunt¨¦ el nombre, pero guardo la ense?anza silenciosa. Me fui de su cobijo en cuanto la costumbre se instal¨® entre nuestras palabras. En la despedida, yo cargaba con menos p¨¢ginas y una certeza: me conven¨ªa recorrer a solas mi camino de peque?o coleccionista de asombros.
Los dos ¨²ltimos libros del poeta Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) son Los hombres intermitentes (poemas en prosa, 2006) y La nota rota (semblanzas de cincuenta m¨²sicos, 2009), ambos publicados por Hiperi¨®n. Los dos textos de este art¨ªculo pertenecen al libro que escribe actualmente, Los descalzos, una suerte de continuaci¨®n de Los hombres intermitentes. Irazoki reside en Par¨ªs.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.