Cuando no hay consuelo
La monta?a, dicen los que la frecuentan, da mucho. Pero a veces quita mucho m¨¢s. Por cada muerte regala miles de instantes felices, lo cual explica por qu¨¦ el ser humano sigue cit¨¢ndose en las cumbres y obviando una estad¨ªstica macabra: 53 muertos en los grandes macizos desde enero de 2009. Lorenzo Ortas se repone de la reciente desaparici¨®n del alpinista oscense ?scar P¨¦rez, cuyo rescate fallido coordin¨® desde Huesca capital. En igual fecha, pero en 1995, Ortas perdi¨® en directo a su mejor amigo, Javier Escart¨ªn. Ambos estaban en el K2 (8.611 metros): "Me qued¨¦ con Pepe Garc¨¦s a pasar la noche a 8.000 metros, renunciando a la cumbre; est¨¢bamos exhaustos, hab¨ªa vendaval y decidimos bajar para no ser una carga; no pod¨ªamos ayudar a los que ven¨ªan de la cima", recuerda Ortas. De all¨ª regresaban, adem¨¢s de Escart¨ªn, Javier Olivar y Lorenzo Ortiz. Fallecieron los tres. Tambi¨¦n la brit¨¢nica Alison Heargraves, el neozeland¨¦s Bruce Grant y el canadiense Jeff Lakes. "En el descenso vimos impactos de sangre en la nieve; encontramos el arn¨¦s de Alison, su bota? Fui consciente de que hab¨ªa ocurrido una fatalidad. Y asum¨ª como normal que alguien muriese y no fueran mis amigos. Me equivoqu¨¦. Esperamos siete d¨ªas en el campo base deseando que regresasen, mirando al valle, vigilando la llegada del helic¨®ptero? Me abandon¨¦, no quer¨ªa comer? Sent¨ªa remordimiento por vivir".
El intento ejemplar de rescate de ?scar P¨¦rez, vivido en primer¨ªsima persona, le ha afectado mucho. Se ha visto forzado a tomar dur¨ªsimas decisiones. Pero no ha sido el hombre deshecho que regres¨® hace 14 a?os del K2 quien ha dirigido las operaciones, sino una persona serena, un faro para el grupo que trabaj¨® d¨ªa y noche concentrado en una repisa del Latok II (7.108). "Tras el K2 me sent¨ª muy solo; ahora, con Ignacio Cinto, que es mi conexi¨®n con los felices a?os pasados, y Jorge Ascaso, el nexo con las nuevas generaciones con las que tanto me gusta escalar, trato de llenar el vac¨ªo que siento por las ausencias. Y valoro m¨¢s la amistad", observa Ortas, quien para salir del agujero del K2 recurri¨® a una terapia de choque: hablar y escribir sobre el drama. M¨¢s de 50 conferencias y un libro, K2, la monta?a sin retorno, hasta creer que lo que narraba "le hab¨ªa ocurrido a otro". Lo ha rele¨ªdo tres veces. "Nunca terminamos de regresar del K2, parte de nosotros se qued¨® all¨ª, de ah¨ª el t¨ªtulo".
La implicaci¨®n de Ortas (y de otros) en el rescate de ?scar P¨¦rez ten¨ªa un antecedente casi calcado en el caso de I?aki Ochoa de Olza. Nunca antes en la historia del himalayismo se hab¨ªan coordinado desde Espa?a las ingentes labores para rescatar a un herido en las cumbres del planeta. Pablo Ochoa de Olza dio la cara, y mucho m¨¢s durante el rescate de su hermano en la arista sur del Annapurna (8.091 metros). Tanto, que estuvo meses sin interiorizar la p¨¦rdida, anestesiado por el dolor entre una vor¨¢gine de actos destinados a mantener vivo el recuerdo de I?aki, fallecido el 23 de mayo de 2008. "Su muerte nos ha roto, a m¨ª y a mi familia. Es como si hubieran puesto una bomba en el sal¨®n de casa. Mi padre dijo en el funeral: 'Moriremos de pena igual que asesinados'. Es prof¨¦tico", opina Pablo. A veces la p¨¦rdida de un ser querido sirve para soldar a una familia: "Aprecio m¨¢s la compa?¨ªa de mis hermanos, s¨¦ que hoy estamos aqu¨ª y ma?ana no, y he aprendido a admirar m¨¢s a I?aki, aunque me gustar¨ªa haberlo hecho un par de a?os antes, haber ido con ¨¦l a un campo base, al Tom and Jerry en Katmand¨² a tomar una cerveza? Poco a poco soy capaz de pensar en ¨¦l sin romper a llorar", concluye Pablo.
El Himalaya, por su lejan¨ªa y dimensiones, reviste de un halo m¨ªstico ¨¦xitos y fracasos. Pero estos ¨²ltimos golpean igual en cimas modestas. El m¨¦dico y alpinista Jon Armentia perdi¨® a su amigo Miguel Ruiz de Apodaka en los Pirineos, en una escalada que se preve¨ªa sencilla. La primera vez que ¨¦l sufri¨® una ca¨ªda, en 1978, Miguel le socorri¨®. Y Jon estuvo en la ¨²ltima de Miguel el 21 de julio de 2002. Primeros metros del espol¨®n oeste del pico L¨¦zat, un bloque que se desprende, la inevitable ca¨ªda, la muerte casi en el acto? "Me qued¨¦ espantado, no te da tiempo a pensar, s¨®lo en asegurarte e intentar auxiliarle y pedir ayuda". En general, escalar es cosa de dos, una cordada de dos voluntades con igual fin. Uno no escala con cualquiera, cuesta a?os encontrar un alter ego en quien confiar. Por eso Jon siente que le falta un "compa?ero, mi mitad". Y apenas habla de ello fuera del c¨ªrculo ¨ªntimo, pero sabe que los alpinistas son "una gran familia que entiende lo que siento, igual que lo que ha pasado ?lvaro Novell¨®n en el Latok II. Escalar es algo natural en nuestras vidas. No pensamos que nos la jugamos". Las estad¨ªsticas dicen que un alt¨ªsimo porcentaje de los accidentes ocurren en lugares sin dificultad t¨¦cnica: resbalones, tropezones?, mientras que en rutas complicadas son escasos. "A veces creo que, simplemente, no hemos dado con esa piedra que nos haga resbalar en el momento justo y en el lugar adecuado porque no nos toca". Es la fatalidad, la desgracia, la muerte".
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