Asilos
Leo que crece el n¨²mero de vascos que han perdido el miedo a acudir al psiquiatra. Las cifras comparativas que se ofrecen son significativas, aunque tambi¨¦n podr¨ªa concluirse que ese incremento se deba a un aumento de las enfermedades mentales en nuestra sociedad. Sea cual sea la causa, el miedo al psiquiatra es real, tanto como el miedo a la insania. Si se me permite una distinci¨®n que seguramente no es v¨¢lida, en las enfermedades del cuerpo el temor que se impone es el temor a la muerte; en las enfermedades mentales el temor es muy otro, ya que es la vida lo que se nos impone en ella como lo temible.
?Por qu¨¦, entonces, si la vida se nos ha vuelto de un dif¨ªcil llevar, esa resistencia a acudir a quien puede ayudarnos a hacerla m¨¢s soportable? Tal vez porque todav¨ªa distinguimos entre dolor y sufrimiento y a¨²n somos capaces de santificar o dignificar el segundo; tal vez porque los l¨ªmites entre sufrimiento y enfermedad no est¨¢n netamente definidos -?es la timidez una enfermedad?; hay quienes empiezan a considerarla como tal y a tratarla-; tal vez porque en las enfermedades del alma, esas en las que lo pavoroso es la vida, tememos que su diagn¨®stico, lejos de abrirnos un horizonte, nos lo cierre definitivamente. Quien da nombre a la enfermedad, quien borra la l¨ªnea divisoria entre un estado de ¨¢nimo y un estado morboso, es el psiquiatra, y la enfermedad mental no abre puertas, sino que las cierra. El enfermo mental a¨²n est¨¢ sometido a la estigmatizaci¨®n social y sigue siendo v¨ªctima de un mito negativo. La man¨ªa pudo ser considerada un don divino, pero la enfermedad mental es fundamentalmente sufrimiento, ese es su n¨²cleo.
Hubo un tiempo en que se opt¨® por la reclusi¨®n como ¨²nica medida terap¨¦utica, al menos para los casos graves. Pero los asilos, los manicomios, sobresaturados y con graves insuficiencias, acabaron convirti¨¦ndose en im¨¢genes de la crueldad y el abandono. De ah¨ª que me haya sorprendido la defensa que hace de ellos el neur¨®logo y escritor Oliver Sacks en un reciente art¨ªculo que titula Las perdidas virtudes del asilo. Partiendo del testimonio de una asilada, Anna Agnew, ingresada en 1878, Sacks hace un recorrido subrayando los aspectos positivos del asilo hasta que se decret¨® su obsolescencia entre los a?os 60 y 80 del pasado siglo. El desarrollo de las drogas antipsic¨®ticas fue el que modific¨® la prognosis de la enfermedad, pero, en opini¨®n de Sacks, el tratamiento puramente farmacol¨®gico de las enfermedades mentales deja al margen la experiencia social y humana que puede ser central en ellas, llegando incluso a dificultarla. El surgimiento, de iniciativa privada, de algunas residencias comunitarias, herederas de las instituciones hospitalarias del XIX, podr¨ªa ofrecer un modelo de futuro que aportara al enfermo mental eso que el solo tratamiento farmacol¨®gico no hace: comunidad, compa?erismo, oportunidades para el trabajo y la creatividad, y respeto por la individualidad de cada uno.
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