Madres adolescentes
Criar un hijo a los diecisiete
Cuando habla, le brilla el corrector dental bajo los labios. Ainhoa Ceache tiene 17 a?os, el pelo recogido en una cola de caballo, viste pantal¨®n de ch¨¢ndal. En el sal¨®n huele a beb¨¦ y a siesta. Sentada en el sof¨¢ junto a su novio, dice: ?Adri¨¢n y yo nos conocimos en las fiestas de Alcorc¨®n [Madrid], en septiembre de 2007. A los cuatro meses me qued¨¦ embarazada. Como no me bajaba la regla, fui al ambulatorio y all¨ª me lo dijeron. Lo primero que sent¨ª? Me asust¨¦. El m¨¦dico me dio un plazo: ?Tienes 15 d¨ªas para cont¨¢rselo a tus padres?. Tard¨¦ una semana en dec¨ªrselo. Mi madre casi me mata?. Ocurri¨® un viernes de principios de 2008, iban juntas en el coche. Ainhoa murmur¨®: ?Mam¨¢, el lunes va a venir Adri¨¢n a casa. Tenemos algo que contaros?. Su madre, casi con un sexto sentido, le respondi¨® con otra pregunta: ??No estar¨¢s embarazada??.
Toda mi familia quer¨ªa que abortara. Me dec¨ªan que lo que ten¨ªa dentro era como un garbancito. Pero me negu¨¦
Tom¨¢s Garc¨ªa sabe qui¨¦n es su padre biol¨®gico. Se lo cruza en la calle. Pero de relaci¨®n, cero, dice. Y ni trauma ni nada
Cuando tienes esa edad, crees que lo sabes todo. Ahora lo veo diferente. Pienso en m¨ª entonces y s¨¦ que era una cr¨ªa
Una potente llorera se filtra, de pronto, hasta el sal¨®n desde el piso de arriba del chal¨¦. Gesto de alerta en el rostro de la adolescente. Se rompe el hilo de la conversaci¨®n y a Ainhoa se le afilan las orejas. Medio segundo, y sus piernas se ponen tiesas, como si tuvieran un resorte conectado a la llamada de auxilio. Hasta este momento costaba imagin¨¢rsela como madre. En pie, presenta el grito: ??se es Adri¨¢n?. Su hijo. Y desaparece como un rayo escaleras arriba.
Lo primero que hizo la madre de Ainhoa al conocer la noticia fue llamar a la mayor de sus hijas. ?Esta ni?a tiene que ir directamente a abortar?, se dijeron. Cuando se lo cont¨® a su marido, el futuro abuelo, ¨¦ste guard¨® silencio unos instantes y luego le empezaron a casta?etear los dientes. No fue capaz de articular palabra. La hermana mayor de Ainhoa est¨¢ casada, tiene 36 a?os, un hijo de dos y otro de cuatro. Le saca 19 a la menor de la familia, una vida. Pero los primos, los hijos de ambas, se est¨¢n criando juntos, como si el embarazo prematuro de la peque?a hubiera devuelto el equilibrio familiar. Comparten juguetes, ropa, el parque que se encuentra en mitad del sal¨®n. Hasta hace un minuto, los tres cr¨ªos dorm¨ªan la siesta con la abuela. Adri¨¢n (hijo) entra en escena en brazos de su madre adolescente. Siete meses, 10 kilos. No llora. Ainhoa lo sienta en la silla, abre un tarro de potitos, le cuelga el babero. Aparecen tambi¨¦n los primos y una abuela exultante: ?Se han ido acostumbrado a mis ronquidos?.
Ahora, todo son bromas. Pero hubo gritos. Lloros y peleas. Portazos, cenas a medias. Ainhoa lo explica con la cuchara en la mano enfilada hacia la boca de su hijo: ?Toda mi familia quer¨ªa que abortara inmediatamente. Me dec¨ªan que lo que ten¨ªa dentro era como un garbancito. Que no pasaba nada por hacerlo. Pero me negu¨¦. Yo no soy capaz de matar a un ser humano?. A las seis semanas, su madre la acompa?¨® a hacerse la primera ecograf¨ªa. Intent¨® convencer a la hija con el poder de la imagen: ??Ves?, ahora mismo no es nada, como un garbanzo?, le dijo. El reloj corr¨ªa. Ainhoa ganaba el pulso y la familia acab¨® asumi¨¦ndolo. ?Fue un disgusto tremendo?, dice la hermana mayor. ?Pero cuando vimos que iba para adelante, lo aceptamos con resignaci¨®n. Y nos pusimos a ayudar?.
Un embarazo adolescente es un embarazo indeseado. Esto es algo que apenas plantea dudas a psic¨®logos y trabajadores sociales con a?os de experiencia en maternidad juvenil. Tampoco a las mujeres entrevistadas para este reportaje: ninguna pens¨® en ser madre hasta que el test de embarazo dio positivo. No buscaban un hijo. Pero todas siguieron adelante. Con la nueva Ley de Salud Sexual y Reproductiva en camino, el debate se ha trasladado hacia la capacidad de decisi¨®n de una adolescente: ?puede una chica de 16 a?os abortar sin el consentimiento de sus padres? La ministra de Igualdad, Bibiana A¨ªdo, el rostro que ha defendido esta futura Ley del aborto, ha asegurado en varias ocasiones que de esta forma se evitar¨ªa que las j¨®venes acudan a cl¨ªnicas ilegales, poniendo en riesgo su salud, por temor a reconocer ante sus padres que han fallado como hijos, que han cometido un error. Pero tambi¨¦n existe una cara B del aborto adolescente. El de las menores que dijeron s¨ª a la maternidad sin saber muy bien qu¨¦ implicaba ni el vuelco que iba a dar su existencia. Ellas tambi¨¦n decidieron. Y son minor¨ªa. En Espa?a, 10.700 adolescentes se quedaron embarazadas en 2007, el doble que hace 10 a?os, seg¨²n el ¨²ltimo dato publicado por el Ministerio de Sanidad; 6.273 de ellas lo interrumpieron voluntariamente. Unas 4.400 menores acabaron pariendo. Y esta decisi¨®n cambi¨® su vida.
Almudena esconde un tatuaje bajo la pernera. Una A, de Andrea, su hija. Se lo hizo nada m¨¢s nacer ella. La madre tiene ahora 26 a?os. La hija, nueve. Y su primera noticia lleg¨® en forma de un retraso en la regla. Tres meses eran demasiados. Almudena se hab¨ªa acostado con su pareja haciendo c¨¢lculos y ecuaciones sobre el calendario. M¨¦todo Ogino puro y duro. A los tres meses de aquello se encontr¨® con su novio en un McDonald?s, y en los ba?os, sola, se hizo el test de embarazo. Dos rayitas. Positivo. Su primera reacci¨®n fue re¨ªrse. Un ataque de nervios. Dice que no recuerda nada m¨¢s. A su novio, el padre, caminando detr¨¢s de ella, de vuelta a casa. ?l hablaba. Ella hab¨ªa entrado en un universo paralelo. En lo primero que pens¨® fue en abortar: ?Lo ten¨ªa clar¨ªsimo. Hacer otra cosa era una locura. Pero m¨¢s que por ser joven, por un miedo terrible a mis padres. Miedo a dec¨ªrselo, a lo que me iban a decir, a lo que me iban a hacer. La idea era abortar sin que se enteraran. No s¨¦ c¨®mo lo hubiera hecho, quiz¨¢ en alg¨²n sitio ilegal?. Pas¨® una semana rumiando y concluy¨®: bien, he cometido un error, pero ya est¨¢ hecho. ?De pronto me pareci¨® una barbaridad abortar s¨®lo por miedo a mis padres. A la semana se lo dije?. S¨®lo cambi¨® un par de detalles: coment¨® que era la primera vez que manten¨ªa relaciones y que fall¨® el preservativo. Hab¨ªa decidido seguir adelante. Sus padres la respaldaron. Dice que sinti¨® que deb¨ªa tener a su hija. Sin m¨¢s. Que no influyeron en ella ?ni posturas ¨¦ticas ni religiosas?.
Su novio, tres a?os mayor, ya trabajaba. Ella sigui¨® acudiendo al instituto. Como si nada. Disimulaba la tripa bajo una sudadera ancha, mientras ¨¦l hac¨ªa castillos en el aire. Pensaba en un futuro juntos. Hasta que a Almudena, seg¨²n dice, le lleg¨® la madurez de golpe, poco despu¨¦s de nacer Andrea: ?Hab¨ªa que inscribir en el registro a la ni?a. Decidir los apellidos. Tuve un pensamiento fr¨ªo: lo mejor para nosotras era no continuar con esa persona. Me gustaba. Pero no lo ve¨ªa como pareja y familia. Y la ni?a se iba a criar en casa, conmigo y con mis padres?. Cort¨® la relaci¨®n, Andrea se qued¨® con los apellidos de la madre y, aunque al principio el padre sigui¨® vi¨¦ndolas, sus visitas se fueron espaciando en el tiempo. Una discusi¨®n entre la ex pareja, a los tres a?os, lo alej¨® definitivamente.
Las madres adolescentes suelen ser madres solteras. As¨ª de rotunda se muestra Charo Herrero, la elegante trabajadora social del hospital Universitario de Getafe. Las j¨®venes llegan a su consulta casi siempre acompa?adas de sus padres. Sin pareja. ?Las relaciones con la familia pueden ser mejores o peores, pero en el momento del parto las apoyan?, cuenta Herrero. ?Luego, el n¨²cleo familiar se mantiene: las madres adolescentes siguen viviendo con los padres. Pero la pareja, generalmente, no termina bien. Suele tratarse de relaciones viciadas?. Debido a la presi¨®n al alza de los embarazos j¨®venes en su hospital (26 partos el a?o pasado), acaban de poner en marcha un programa espec¨ªfico de atenci¨®n precoz a la madre adolescente, del que se encargan la trabajadora social e Ignacio ?guila, ginec¨®logo y obstetra. Atienden a las menores desde la primera anal¨ªtica, en la semana 12, y no desde el parto. ?Cuando vienen, la mayor¨ªa ya suele haber decidido tener a su hijo. Pero las condiciones del embarazo no son las ideales?, dice Charo Herrero. Por eso las enganchan desde el principio. Las j¨®venes entran en el despacho de la trabajadora social, y ella pregunta si es un embarazo deseado o no. Si sienten el apoyo de la familia y la pareja. Si ven truncadas sus perspectivas de futuro. Las orientan sobre los recursos disponibles tras la gestaci¨®n: clases de formaci¨®n, educaci¨®n a distancia, servicios sociales. ?Todo para que no se encuentren con el ni?o en brazos y digan: ?Vale, ?ahora qu¨¦??.
Cuando Mar¨ªa Garc¨ªa, una leonesa menuda y peleona de 53 a?os, se hizo esta pregunta, se encontraba en una residencia del Patronato de Protecci¨®n de la Mujer con rejas en las ventanas, en Madrid, a 340 kil¨®metros de su familia. Era julio de 1972, ten¨ªa 16 a?os y un reci¨¦n nacido en los brazos al que llam¨® Tom¨¢s y al que rechaz¨® y quiso a partes iguales en aquel momento. Mar¨ªa dice: ?Cuando supe que estaba embarazada, sent¨ª que hab¨ªa pecado. Era de una familia en la que se rezaba el rosario todas las noches. Me confes¨¦ a un cura franciscano y ¨¦l me ayud¨® a tramitar lo del Patronato?.
Viv¨ªa en Le¨®n, con su familia, en una antigua casa de labranza, a un paso de la muralla. ?Fue un palo sobre todo para mi padre. Se lo tom¨® como una verg¨¹enza?. Aquella verg¨¹enza crec¨ªa, tom¨® forma de tripa. Las monjas la expulsaron del colegio y Mar¨ªa pens¨® que ser¨ªa mejor estar muy lejos de esa peque?a ciudad en la que un embarazo adolescente, sin padre que lo reconociera, se relacionaba con la prostituci¨®n y dejaba una tormenta el¨¦ctrica de chismes a su espalda. Los padres de Mar¨ªa cedieron la tutela al Patronato de Protecci¨®n de la Mujer. Lleg¨® de seis meses a la residencia Pe?agrande (Madrid), donde una monja la olfate¨® como un perro y dijo: ?Esto no es un colegio de pago?. No lo era. Si todo iba seg¨²n lo firmado, se pasar¨ªa all¨ª encerrada hasta los 25 a?os. Ella recuerda que los domingos, las internas ten¨ªan que pasearse por la capilla ante una bancada de se?ores en busca de una mujer con la que casarse.
Tom¨¢s, el hijo de Mar¨ªa, sorbe una cerveza en una terraza de Le¨®n. Acaba de cumplir 37. Lleva el apellido materno en primer lugar y unas rastas largas y gruesas hasta media espalda. Una vez pas¨® cerca de Pe?agrande con su madre. Ella dijo: ??Quieres conocer donde naciste??. Pero se neg¨®. Los padres de Mar¨ªa recuperaron su tutela a los seis meses de nacer el ni?o. En diciembre de 1972, madre adolescente e hijo volvieron a casa. ?l sabe qui¨¦n es su padre biol¨®gico. ?Pero de relaci¨®n, cero. Y ni trauma ni nada?, dice. Tom¨¢s es m¨²sico. Toca la gaita en un grupo folk de Le¨®n con cierto prestigio. Acab¨® solfeo. Estudi¨® la carrera de Historia del Arte. Y una diplomatura en electr¨®nica. Vive con su novia y le gusta escaparse al monte, lanzarse al vac¨ªo en parapente y la escalada. Mar¨ªa dice que si sac¨® adelante a su hijo fue por la ayuda de sus padres. ?No ¨¦ramos ricos, pero nunca nos falt¨® de nada. Ten¨ªamos comida y una casa. En alguna ocasi¨®n, mi madre me dijo: ?Vive tu vida. C¨¢sate y yo cuidar¨¦ de Tom¨¢s?. Pero decid¨ª no casarme ni tener m¨¢s hijos?. Pero volvi¨® a Madrid, a estudiar en la universidad. ?Vete y recupera la adolescencia?, le dijo esta vez su madre. Se enrol¨® en los movimientos feministas del principio de la transici¨®n. Y cuando regres¨® a su tierra, en su cabeza empezaba a tomar forma la idea de una asociaci¨®n que ayudara a otras madres solteras. La fund¨® en 1984, una agrupaci¨®n pionera en Espa?a, a la que bautiz¨® Isadora Duncan (www.isadoraduncan.es), como la bailarina estadounidense de principios del siglo XX, madre sin pareja conocida, culta, bisexual. Tom¨¢s, su hijo, tambi¨¦n trabaja en la asociaci¨®n como voluntario. Prestan apoyo a familias monoparentales: alojamiento, papeleo, asesoramiento fiscal. ?Para Hacienda, por ejemplo, no existimos?, dice Mar¨ªa. ?Si no te has casado y luego te separas, la legislaci¨®n no nos considera familia monoparental?.
Del franquismo a esta parte, la situaci¨®n no ha mejorado demasiado a la hora de evitar embarazos indeseados, explica Iv¨¢n Rotella, miembro del equipo de sex¨®logos del Centro de Asesoramiento y Atenci¨®n Sexual para J¨®venes de Gij¨®n. ?Durante la dictadura, las relaciones sexuales eran un tab¨²: de las 10 cosas importantes que hab¨ªa que saber, conoc¨ªamos tres. Ahora es al rev¨¦s. Los adolescentes tienen exceso de informaci¨®n. Saben 50 cosas, todas mezcladas. Pero las 10 fundamentales siguen sin tenerlas claras?. La mayor¨ªa de embarazos adolescentes, seg¨²n Rotella, se deben a la falta de un programa educativo s¨®lido en materia de relaciones sexuales. ?Hay que ir educando desde peque?os, y no a los 16 a?os. Si no, es como ense?ar educaci¨®n vial cuando ya se tiene una moto?. Aunque alguno prefiera mirar hacia otro lado, las estad¨ªsticas est¨¢n ah¨ª. Tres de cada 10 adolescentes espa?oles de entre 15 y 17 a?os han mantenido al menos una relaci¨®n sexual completa, seg¨²n el ¨²ltimo estudio sobre conductas escolares de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (2006). Las chicas son m¨¢s precoces: el 32% de ellas mantiene su primera relaci¨®n a los 16. ?A esa edad, con la confusi¨®n que tienen, una pareja no sabe comunicarse?, concluye el sex¨®logo de Gij¨®n. ?Y ellas suelen dejarlo todo en manos del chico?.
Por ejemplo, el cond¨®n. Viviana Jim¨¦nez, de 16 a?os y madre de dos ni?as, dice que pregunt¨® por ¨¦l en el momento oportuno. Su pareja, mayor que ella, respondi¨®: ?Yo controlo?. Ella ten¨ªa 14 y a los nueve meses largos se encontraba en un hospital de Reus (Tarragona) dando a luz a Nerea. Viviana naci¨® en 1993, en Antioquia (Colombia). Su padre muri¨® cuando ella era peque?a y entonces se mud¨® a Madrid con su madre y sus dos hermanos. A los 13, cuenta, se empez¨® a mezclar con gente que no le conven¨ªa: ?Pandilleros y eso?. Comenz¨® a salir con un chico ecuatoriano de 18 a?os. Al mes de que ¨¦ste dijera ?yo controlo?, supo que estaba embarazada. Se call¨® la noticia.
?No me ve¨ªa capaz de tener un hijo. Me volv¨ª loca. Pens¨¦ en el aborto, pero matar a una criaturita era pecado. Decid¨ª seguir adelante, m¨¢s que nada por el cargo de conciencia?. A los 15 a?os pari¨® a Nerea en Reus, adonde se hab¨ªa marchado con su abuela y su t¨ªa. Se lo recomend¨® la asistente social. Su madre se hab¨ªa vuelto a casar y hab¨ªa tenido otros tres hijos. El ambiente en casa, donde conviv¨ªan ocho personas, no era el id¨®neo para un embarazo. Despu¨¦s de dar a luz y pasar un tiempo en Reus, Viviana volvi¨® a Madrid con su ni?a. Reencontr¨® a su pareja. Hablaron de casarse, de una vida juntos. Ella se mud¨® a casa de sus suegros. Era el primer paso. ?Pero para entonces?, dice, ?estaba otra vez embarazada?.
Su segunda hija se llama Karen y tiene cuatro meses. Apenas se queja, medio adormilada en el coche de beb¨¦. Nerea, de un a?o y nueve meses, juega en uno de esos columpios con forma de caballito suspendido sobre un muelle. Las tres se encuentran en un parque infantil, a las puertas de una residencia para madres sin recursos de la Comunidad de Madrid. Es su hora de salir a dar una vuelta, a media tarde. Cuenta Viviana que a medida que avanzaba el segundo embarazo, las cosas se torcieron con su pareja y sus suegros. Naci¨® Karen y la situaci¨®n se volvi¨® insoportable. Una asistente social le coment¨® la posibilidad de criar a sus hijas en una residencia p¨²blica, donde hay guarder¨ªa, apoyo de monitores, comida y otras 39 madres en situaci¨®n de desamparo. Entre los planes de Viviana se encuentra aprovechar el tiempo para estudiar un curso de auxiliar administrativo. Suelen salir plazas para trabajar en alguna empresa. Despu¨¦s de abandonar dos veces el instituto, con cada uno de los embarazos, prefiere ganar dinero cuanto antes. ?Estar¨¦ aqu¨ª, en la residencia, hasta que pueda conseguir algo de lo que vivir?, dice mientras coge a su hija mayor de una mano y empuja el coche de la peque?a con la que le queda libre. Dice que se ha aprendido de memoria la ruta de los ascensores: s¨®lo toma y se apea del metro en estaciones con elevador mec¨¢nico. Cada viaje es una odisea. Tarda una hora s¨®lo en preparar todo antes de salir de la residencia. Ropa, agua, chupete, babero, comida. Al menos, cuenta, ten¨ªa experiencia. Viviana es la mayor de los seis hermanos y hermanastros. Dice: ?He pasado de cuidar de mis hermanos a cuidar de mis hijas?.
El solapamiento de etapas es el gran conflicto al que se enfrentan de golpe las madres j¨®venes. ?La adolescencia es una b¨²squeda de la identidad. ?C¨®mo vas a ayudar a un hijo a buscar la suya??, se pregunta Mara Cuadrado, una psic¨®loga cl¨ªnica que suele tratar con madres sin recursos de la Comunidad de Madrid. El adolescente, cuenta, suele estar pendiente de uno mismo, siendo muchas veces incapaz de generar un buen v¨ªnculo afectivo con los hijos. ?A esto hay que a?adir los conflictos fisiol¨®gicos: las hormonas est¨¢n disparadas, las chicas j¨®venes son m¨¢s susceptibles, se desesperan?, dice la psic¨®loga. El cuerpo se est¨¢ haciendo. Los adolescentes suelen estar cansados. Necesitan dormir m¨¢s. Y esto, la maternidad lo borra. Luego est¨¢ el problema de los roles. Los abuelos suelen asumir el papel autoritario, generando tensi¨®n con la madre-hija y confusi¨®n en el hijo-nieto. ?Aun as¨ª, la situaci¨®n ha mejorado bastante en los ¨²ltimos a?os?, contin¨²a la psic¨®loga Cuadrado. ?Existe la posibilidad del aborto. Y quienes deciden ir para adelante presentan un mejor pron¨®stico. Tienen m¨¢s actitud y mejores conocimientos?. El contraste gira en torno al n¨²cleo familiar. ?Si hay una familia con recursos que apoya a su hija, perfecto?, dice Merc¨¦ Mitjavila, psic¨®loga especializada en maternidad. ?Los problemas aparecen cuando no hay v¨ªnculos familiares y la chica enfoca la maternidad con miedo y resignaci¨®n?.
Natalia cuenta que lo primero que aprendi¨® fue a ser m¨¢s eficiente. Se volvi¨® tajante, iba al colegio y a casa. No hab¨ªa tiempo para m¨¢s. Rompi¨® con muchas amistades. Cuidaba de su hijo, lo acostaba y, de noche, se acodaba sobre los libros. ?Segu¨ª estudiando. Quise darle la mejor madre posible?, dice. Natalia tiene 31 a?os; su hijo Nicol¨¢s, 16. Ninguno de sus nombres es real. Han preferido preservar su intimidad y no retratarse para este reportaje. La madre sigue en la universidad, acabando el doctorado en una carrera de ciencias, becada por el Ministerio de Educaci¨®n. Pertenece a una familia acomodada. ?Sal¨ª adelante gracias a la ayuda de mis padres. Mi madre, que no trabajaba, cuidaba de Nicol¨¢s mientras yo iba al colegio. Mi padre fue como su padre hasta que tuve una relaci¨®n estable?. Del padre biol¨®gico prefiere no hablar. ?Basta con decir que desapareci¨®?. Entonces, ella estudiaba en un colegio religioso de una gran ciudad espa?ola. Fue una historia breve y complicada, las primeras relaciones sexuales. Cuando se qued¨® embarazada, a los 15, s¨®lo se atrevi¨® a hablarle a su madre: ?Ella nunca me dijo lo que ten¨ªa que hacer. Es religiosa, antiaborto, como yo. Pero segu¨ª adelante con el embarazo por m¨ª, no porque me dijeran que ten¨ªa que seguir. Mi madre me ense?¨® a ser madre. Cuando tienes esa edad te crees que lo sabes todo. Ahora lo veo diferente. Pienso en m¨ª entonces y s¨¦ que era una cr¨ªa?.
Con un hijo bajo el brazo, dice, daba miedo a su alrededor. ?A nadie le divierte salir por ah¨ª y que alguien traiga a un enano llorando?. Su abuela sol¨ªa comentar: ?Quien quiere a la flor, quiere a las hojas de su alrededor?. Poco despu¨¦s comenz¨® a salir con su actual marido. Al principio, ¨¦ste crey¨® que Nicol¨¢s era su hermano peque?o. Luego lo asumi¨® con naturalidad, cuando el cr¨ªo empez¨® a llamarle pap¨¢. ?Nos casamos hace siete a?os, cuando acab¨¦ la carrera. Hemos tenido tres ni?os m¨¢s. Y los que vengan. Bueno, con un l¨ªmite?. Natalia desgrana su historia sentada en el porche de un chal¨¦ espacioso de las afueras, lejos del bullicio de la ciudad. Sus hijos reclaman su atenci¨®n constantemente. Se le suben al regazo. Se pintan la cara con unos rotuladores. Ella sigue hablando. La calma envuelve el lugar, como si a este lado de la burbuja no existieran problemas. Huele a resina. Se oyen las primeras chicharras de la tarde.
MAdre e hijo. Ainhoa Ceache, junto a su hijo Adri¨¢n, de 10 meses. Ainhoa Ceache (P¨¢gina anterior). Tiene 17 a?os y un hijo, Adri¨¢n, de 10 meses. Su novio y ella viven cada uno en casa de sus padres. Ainhoa abandon¨® el instituto cuando se le empez¨® a notar la tripa. La vida all¨ª se le hac¨ªa insoportable. Algunos compa?eros forjaron un insulto con su segundo apellido: Zorrilla. En el centro le comentaron que no pod¨ªan hacerse responsables de lo que le sucediera a una alumna gestante. Sufri¨® tres amenazas de aborto. ?Pero al final no fue tan complicado?, dice. Lo complicado empieza tras el verano. Ella nunca ha sido buena estudiante. Ha perdido un a?o lectivo e inicia un m¨®dulo inferior para terminar la ESO y obtener una formaci¨®n en peluquer¨ªa. Viviana Jim¨¦nez Naci¨® en Colombia. Vino de ni?a a Espa?a. Tiene 16 a?os y dos hijas: Nerea (un a?o y ocho meses) y Karen (cuatro meses). Viviana grita desde la ventana a la calle. Saluda. Dice que sus ni?as est¨¢n bien. Que la tratan bien en esta residencia para madres adolescentes en ?riesgo de exclusi¨®n?. Entr¨® en julio, cuando se torcieron los planes de futuro con su pareja. ?Tener un nene te quita libertad?, dec¨ªa poco despu¨¦s de dar a luz a Karen. Hab¨ªa abandonado por segunda vez el instituto. Era mayo. Y se pasaba los d¨ªas deambulando alrededor del hospital. El beb¨¦ segu¨ªa en observaci¨®n. Y ella se dejaba caer por la planta de neonatos cada tres horas, para darle de mamar. Almudena Arb¨®s Tiene 26 a?os. Est¨¢ a punto de acabar Trabajo Social. Tuvo a Andrea a los 17 a?os. Ahora, dice, vive una segunda adolescencia. ?S¨®lo le di el pecho una vez. La primera noche. Fue una sensaci¨®n preciosa. Cuando sal¨ª del hospital, me dieron pastillas para cortar la leche. Me reincorpor¨¦ al instituto enseguida. No iba a estar en clase expulsando leche. Pero la experiencia fue incre¨ªble. Y rara. Como cuando me colocaron a Andrea en brazos nada m¨¢s dar a luz. ?Buf! Es algo tan grande que no puede ser. Tard¨¦ much¨ªsimo en asimilarlo. Pasaron los meses y no me sent¨ªa madre. Me lo tomaba como una especie de trabajo. Cuidaba de ella como una ni?era?. Mar¨ªa Garc¨ªa Tiene 53 a?os. A los 16 dio a luz a Tom¨¢s. Desde 1984, dirige la asociaci¨®n de madres solteras Isadora Duncan. Al poco de nacer Tom¨¢s, tres extra?os llamaron a la puerta. Uno era viudo, reci¨¦n casado con una madre adolescente. Ella le acompa?aba. El otro, soltero y mayor, buscaba una mujer en edad casadera, con hijo. Mar¨ªa dice que jam¨¢s olvidar¨¢ la mirada de la chica: ?Reflejaba la tristeza mayor del mundo. Mi padre los ech¨® de all¨ª, gritando que ni se le pasaba por la cabeza casar a su hija?. Tom¨¢s se cri¨® llamando ?pap¨¢? a su abuelo hasta el d¨ªa en que muri¨® el bisabuelo y pregunt¨® a su madre: ?Si quien se ha muerto era tu abuelo, ?qui¨¦n es mi abuelo??.
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