El poeta frente al fajador
Juicio contra el ex primer ministro Villepin, acusado de torpedearla carrera de Sarkozy hacia el El¨ªseo
Ma?ana comienza en Par¨ªs un juicio que junta en el banquillo a un ex primer ministro en entredicho, a un matem¨¢tico liban¨¦s que un d¨ªa hizo creer a los servicios secretos franceses que ten¨ªa la clave para estrangular financieramente a Bin Laden y a un antiguo alto cargo del conglomerado aeron¨¢utico EADS, apasionado de las novelas de esp¨ªas y aquejado de cierta man¨ªa persecutoria.
El ex primer ministro se llama Dominique de Villepin y el matem¨¢tico, Imad Lahoud. El tercero es Jean-Louis Gergorin. Los tres est¨¢n acusados, en menor o mayor medida, de falsificar en 2004 un listado con nombres de personas prominentes de la sociedad francesa que, presuntamente, hab¨ªan ingresado dinero en una cuenta bancaria luxemburguesa (Clearstream) especializada en blanquear fondos turbios.
El actual presidente fue incluido en 2004 en una cuenta de blanqueo de dinero
Entre los nombres de esa lista falseada figuraba uno que transform¨® el hecho no s¨®lo en un proceso judicial, sino en una bomba pol¨ªtica de efecto retardado: Nagy-Bocsa, los segundos apellidos de Nicolas Sarkozy. La aparici¨®n de Sarkozy tambi¨¦n convert¨ªa el caso en el pen¨²ltimo cap¨ªtulo de un largo enfrentamiento entre dos gigantes pol¨ªticos franceses, Sarkozy y Villepin, dos hombres de temple muy distinto pero obsesionados por igual con el poder y que se han detestado cada vez m¨¢s a medida que se estrechaba el camino hacia la c¨²spide.
El inform¨¢tico, que ahora se dedica exclusivamente a su labor de profesor de matem¨¢ticas, ha reconocido que Gergorin le orden¨® incluir ciertos nombres en la lista, entre ellos el de Sarkozy, y que Villepin conoc¨ªa todo el asunto. El ex director de EADS replica, por su parte, que su ¨²nico error fue el de creer al inform¨¢tico m¨¢s de lo debido y en obedecer a Villepin cuando ¨¦ste le orden¨® acudir a un juez con las listas, aun sabiendo que ¨¦stas eran falsas. Villepin, acusado de "complicidad en una denuncia calumniosa", lo niega todo, se siente presa de la influencia del El¨ªseo sobre el poder judicial y sostiene que no hay una sola prueba material que le inculpe.
Todo empez¨® en la primavera de 2004, cuando el juez anticorrupci¨®n Renaud Van Ruymbeke recibi¨® las cuentas bancarias de Clearstream. Por esa ¨¦poca, Villepin, por entonces ministro de Asuntos Exteriores, aseguraba al director de la revista Le Point, refiri¨¦ndose a la lista: "Sarkozy est¨¢ acabado. Si la prensa hace su trabajo y tiene huevos, no sobrevivir¨¢ a ese asunto".
Pero r¨¢pidamente, los expertos descubrieron que hab¨ªa nombres a?adidos de manera fraudulenta. Sarkozy, en aquel tiempo ministro del Interior, se dio cuenta de que acababa de escapar de una trampa urdida contra ¨¦l y desde el principio sospech¨® de Dominique de Villepin y del mism¨ªsimo presidente de la Rep¨²blica, Jacques Chirac.
La raz¨®n era evidente: desacreditarle para apartarle del camino hacia la candidatura de la derecha al El¨ªseo para las elecciones de 2007. En julio de 2004, Sarkozy y Villepin se consolidaban como los dos dirigentes de la misma generaci¨®n con m¨¢s posibilidades de suceder a Chirac en la presidencia de la Rep¨²blica.
Gracias a la denuncia, Sarkozy contraatac¨®, devolvi¨® el golpe encajado; y la burda zancadilla que, al parecer, le prepararon, se convirti¨® en un bumer¨¢n utilizado h¨¢bilmente por la supuesta v¨ªctima para hundir a su adversario pol¨ªtico.
La rivalidad de ambos viene de lejos. En 1997, Dominique de Villepin, por entonces secretario general del El¨ªseo, recibi¨® en su enorme despacho a un Nicolas Sarkozy ca¨ªdo en desgracia. Ya hab¨ªan tenido alg¨²n encontronazo, as¨ª que Sarkozy, nada m¨¢s sentarse, le ladr¨®: "Usted ha querido liquidarme. Pero ahora estoy aqu¨ª, enfrente de usted. Y me va a encontrar siempre en el camino".
Son muy diferentes: Villepin mide 1,93, es elegante, culto, distante, de maneras y corte aristocr¨¢tico, historiador, poeta, amante del buen vino franc¨¦s, alguien que, seg¨²n dicen, jam¨¢s visita Berl¨ªn sin acudir a las tumbas de Brecht o Hegel. Ha escalado en pol¨ªtica de despacho en despacho, sin haberse batido nunca en ninguna elecci¨®n.
Sarkozy es m¨¢s bajo de estatura, mucho m¨¢s nervioso, menos apuesto, menos culto, bebedor de coca cola, v¨ªctima de varios tics y con varios complejos arrastrados desde la adolescencia. Pero es un fajador nato, ha ganado elecciones y posee un certero instinto pol¨ªtico. Villepin admira ese olfato pero desprecia un tanto el resto: "Nicolas no tiene pasta de hombre de Estado. Carece de laberinto interior. Con ¨¦l, todo es evidente, todo est¨¢ sobre la mesa", aseguraba en la primavera de 2004, cuando el caso Clearstream comenzaba a desarrollarse.
Sarkozy resumi¨® su car¨¢cter en otra frase m¨¢s corta que le solt¨® a Villepin, que result¨® premonitoria y que resume perfectamente el juicio que empieza ma?ana en Par¨ªs: "Yo, cuando disparo, es a matar, no a herir".
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