La reserva sagrada
Nos gustan los mitos. Cuanto m¨¢s brumosos, mejor. Una de nuestras enso?aciones preferidas es la que lleva por t¨ªtulo "la burgues¨ªa catalana".
Esta expresi¨®n tan popular, "burgues¨ªa catalana", ha brotado a chorro tras conocerse el expolio del Palau de la M¨²sica. Basta con o¨ªr los principales apellidos de la historia: Millet, Carreras, el abogado Molins, para que la sociedad entera exhale un gran suspiro: "Ah, la burgues¨ªa catalana". Tan discreta ella. Y tan activa.
Por supuesto, la Constituci¨®n consagra la libertad de denominaci¨®n y adjetivaci¨®n. Si lo que hacen las tropas espa?olas en la guerra de Afganist¨¢n puede llamarse "misi¨®n de paz" y la peor crisis en medio siglo pudo llamarse "desaceleraci¨®n acelerada", ?por qu¨¦ no considerar a F¨¨lix Millet un exponente notable de la "burgues¨ªa catalana"?
Podemos dar por seguro que la oligarqu¨ªa parasitaria que vive a costa del contribuyente sobrevivir¨¢
Ning¨²n problema. Pero convendr¨ªa no perder de vista la realidad, m¨¢s all¨¢ de enso?aciones y expresiones fantasiosas.
Nadie duda de que Millet viviera como un gran burgu¨¦s: visto lo que trincaba, pod¨ªa permitirse cualquier lujo. Ahora bien, Javier de la Rosa tampoco sol¨ªa privarse de nada. Y, sin embargo, a ¨¦l no se le incluy¨® jam¨¢s en esa reserva sagrada de la "burgues¨ªa catalana".
En t¨¦rminos econ¨®micos o sociol¨®gicos, Millet, y otros muchos que pastan en la reserva sagrada, tienen tanto de burgues¨ªa como los matones del Bada-Bing. ?Propiedad de medios de producci¨®n? Nada. ?Protagonismo en la actividad industrial y comercial? Nada. ?Hegemon¨ªa financiera? Nada.
Por razones complejas, hemos decidido que una serie de familias, protagonistas de la econom¨ªa catalana en el siglo XIX y principios del XX, y supervivientes (gracias a oportunas alianzas con el gobierno de Burgos y con el franquismo) a las convulsiones de la Guerra Civil, son para siempre "burgues¨ªa catalana". En realidad, se han transformado en una oligarqu¨ªa parasitaria basada en la potencia evocativa del apellido y en una ¨²til red de contactos, fraguada en la escuela y los veraneos.
Es evidente que s¨®lo ejerce como presunto "burgu¨¦s catal¨¢n", feliz dentro de la reserva sagrada, quien act¨²a como par¨¢sito. Centenares de personas con un apellido hist¨®ricamente notable trabajan con normalidad y permanecen ajenos al circuito del saqueo institucional. Otros, muy numerosos, pululan por el territorio fronterizo de la pol¨ªtica: Molins, Trias de Bes (dos de los acompa?antes de F¨¨lix Millet en el fraude de Renta Catalana, un cuarto de siglo atr¨¢s), Guardans (nieto de Camb¨®), etc¨¦tera. La pol¨ªtica, se sabe, acoge tanto a par¨¢sitos especializados en medrar a costa del contribuyente como a simples reto?os desocupados, adem¨¢s de quienes se dedican a ella por vocaci¨®n de cambiar las cosas, por af¨¢n de notoriedad o por lo que sea.
Existe una alta burgues¨ªa catalana real, pero se ha hecho por aluvi¨®n (es lo que tiene la realidad, tan desordenada) y nos cuesta identificarla como tal. Quedan apellidos notables en la industria (un Molins dirige Cementos Molins y un God¨® dirige el Grupo God¨®), junto a apellidos que nuestro reflejo m¨ªtico siempre considerar¨¢ advenedizos por m¨¢s que manden e influyan (ah¨ª est¨¢ Lara); lo m¨¢s numeroso, sin embargo, son los apellidos que no evocan nada. El ejemplo m¨¢s citado, cuando se habla de burgues¨ªa aut¨¦ntica (medios de producci¨®n, influencia, etc¨¦tera) y refractaria a la popularidad social, es el de los hermanos Andic, Isak y Nahman, que comercializan sus productos bajo la marca Mango. Tampoco evocan gran cosa los Gallardo, los Vila-Casas o los Folch. La burgues¨ªa vinatera (Torres, Codorn¨ªu, Ferrer de Freixenet) y la financiera (como los Ol¨ªu del Banco de Sabadell) suenan algo m¨¢s, por la visibilidad de sus empresas, aunque nunca tendr¨¢n el brillo mitol¨®gico de los Millet y los G¨¹ell.
Volviendo a la oligarqu¨ªa parasitaria, la que merodea en torno a las instituciones p¨²blicas y a la pol¨ªtica para vivir a costa del contribuyente, podemos dar algo por seguro: sobrevivir¨¢. Y seguir¨¢ medrando. Tal vez F¨¨lix Millet no pueda repetir resurrecci¨®n, como tras su experiencia carcelaria por el caso Renta Catalana, pero otros como ¨¦l asumir¨¢n el relevo. No sirven de nada, pero nos hacen falta. Forman parte de nuestro entramado m¨ªtico. ?Y qu¨¦ ser¨ªa de esta sociedad sin sus mitos?
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