Lo que trajo el ocaso de las ideolog¨ªas
El problema sobreviene cuando la gente se emociona m¨¢s ante los colores de su equipo de f¨²tbol que ante el sufrimiento ajeno. Y es aqu¨ª donde, por desgracia, parece que ya estamos
En otro momento hist¨®rico, no demasiado lejano, espect¨¢culos como los que tuvieron lugar el pasado mes de julio, con afamados futbolistas convocando multitudes ante el anuncio de su mera presentaci¨®n como nuevos jugadores de un determinado club, hubiera provocado una catarata de cr¨ªticas, pr¨¢cticamente todas construidas sobre el mismo argumento. Tales espect¨¢culos, se hubiera denunciado, constitu¨ªan la manifestaci¨®n descarnada de la eficacia de los instrumentos de alienaci¨®n de nuestra sociedad, que provocan que los individuos aparten su atenci¨®n de las dimensiones de su vida realmente importantes y las sustituyan por una existencia imaginaria que satisface, tambi¨¦n de manera imaginaria, todas aquellas aspiraciones, sue?os y anhelos que el mundo real no hace otra cosa que frustrar.
Ya nadie critica el espect¨¢culo de futbolistas convocando multitudes en su mera presentaci¨®n
La aparente y enf¨¢tica afirmaci¨®n del individuo encubrir¨ªa su reducci¨®n a mero consumidor
Pero este argumento -?ay!- se apoyaba en una categor¨ªa que entr¨® en crisis (desde el punto de vista de su influencia) junto con el pensamiento marxista, a cuya matriz discursiva pertenec¨ªa. Me refiero a la categor¨ªa de ideolog¨ªa. En efecto, si algo se reitera hoy por doquier es precisamente que lo m¨¢s caracter¨ªstico de nuestra ¨¦poca en materia de ideas es precisamente el final de las ideolog¨ªas. El concepto de ideolog¨ªa designa, en realidad, dos acepciones diferentes. Por un lado, lo utilizamos, en el sentido menos riguroso, para designar un conjunto de ideales (es el caso de cuando nos servimos de expresiones como "la ideolog¨ªa comunista", "la ideolog¨ªa liberal", "la ideolog¨ªa anarquista", etc¨¦tera), pero tambi¨¦n, por otro, nos servimos de ¨¦l para designar el mecanismo de un enga?o social organizado, consecuencia de la opacidad estructural del modo de producci¨®n capitalista.
Pues bien, el ocaso de este segundo uso posibilita un meta-enga?o, a saber, el de la transparencia de nuestra sociedad. Desactivado el mecanismo de la sospecha -como mucho sustituida por la metaf¨ªsica del secreto, caracter¨ªstica de las concepciones conspirativas de la historia- pueden circular, sin restricci¨®n alguna, cualesquiera discursos mistificadores o incluso intoxicadores. Tal vez el caso m¨¢s flagrante, por la difusi¨®n que est¨¢ obteniendo, sea el de los discursos de la autoayuda. En su libro On Anxiety, la soci¨®loga eslovena Renata Salecl ha hecho sugestivas indicaciones sobre la se?alada cuesti¨®n y, m¨¢s en general, sobre ese modelo de vida, cada vez m¨¢s difundido en nuestros d¨ªas, seg¨²n el cual uno debe gestionar la propia existencia con los mismos criterios con los que gestionar¨ªa su empresa (si la tuviera). Conviene subrayar que lo m¨¢s relevante del texto no es tanto la premisa, sobradamente conocida (ya en su obra, de 1974, Anarchy, State and Utopia, Nozick hab¨ªa escrito aquello de que "toda persona es una empresa en miniatura"), como la consecuencia que de ella extrae: asumirnos como due?os de nuestra propia empresa vital en un mundo como ¨¦ste (en el que los individuos han perdido la posibilidad de incidir en el desarrollo social y pol¨ªtico de la sociedad en la que viven) acaba siendo fuente inexorable de ansiedad y frustraci¨®n.
Pero el ocaso de las ideolog¨ªas en el segundo sentido -el de mecanismo de ocultaci¨®n de la verdadera naturaleza de nuestra realidad- tambi¨¦n ha generado otros efectos, de diferente tipo. Cuando se da por supuesta la transparencia, la inmediatez entre conocimiento y mundo, desaparece la cr¨ªtica en tanto que instancia tutelar, articuladora -conformadora- de la sospecha. Si se generaliza la afirmaci¨®n de que las cosas son tal y como aparecen, de que la realidad no esconde su signo, desaparece la posibilidad de apelar cr¨ªticamente a la hora de explicar lo que pasa a presuntas instancias (como la estructura profunda de la sociedad capitalista) que desarrollar¨ªan su actividad desde la sombra.
Este proceso afecta directamente a la percepci¨®n que los individuos tienden a tener de s¨ª mismos. Porque es en el interior de este marco donde se inscribe la deriva -asimismo l¨¢bil- que est¨¢n siguiendo las actuales formas de la subjetividad o, si se prefiere, las configuraciones actuales de la individualidad. Es cierto que hoy asistimos a crecientes demandas de singularidades subjetivas o de autonom¨ªa (por ejemplo, en el ¨¢mbito de los derechos civiles), pero no es menos cierto que, como han se?alado, entre otros, Deleuze-Guattari, se est¨¢ produciendo una reterritorializacion conservadora de los deseos a favor del beneficio comercial, de tal forma que la aparente y enf¨¢tica afirmaci¨®n del individualismo como la norma indiscutiblemente deseable, encubrir¨ªa la operaci¨®n de reducir a dicho individuo a mero consumidor, y su mundo de objetos, a nombres de marcas y a logotipos. Se llevar¨ªa a cabo de esta forma una reformulaci¨®n del cogito cartesiano en los nuevos t¨¦rminos de un "compro, luego existo".
A la vista de esto ¨²ltimo tenemos derecho a sospechar hasta qu¨¦ punto aquellas demandas de singularidades subjetivas o de autonom¨ªa tienen mucho (no todo, obviamente) de inducidas, esto es, en qu¨¦ medida son la forma actual, siempre provisoria, de un constructo. Un constructo que, a la luz de las premisas acerca del presente que acabamos de dibujar a grandes trazos, no podr¨¢ aspirar a adornarse con algunas de las determinaciones con las que se adornaban sus precursores. Dif¨ªcilmente, en nuestras circunstancias, podr¨¢ reivindicarse forma alguna de subjetividad unitaria, compacta, inequ¨ªvoca (del tipo persona humana de hace no tanto). Es probable que lleven raz¨®n quienes, como Rosi Braidotti (Transposiciones), consideran que estamos abocados a una visi¨®n n¨®mada, dispersa, fragmentada que, sin embargo, sea funcional, coherente y responsable, principalmente porque est¨¢ encarnada y corporizada (y a este ¨²ltimo hecho no en vano se le est¨¢ concediendo una enorme importancia en la reflexi¨®n filos¨®fico-pol¨ªtica de los ¨²ltimos a?os, aunque hay que puntualizar que, algunas d¨¦cadas antes de la generalizaci¨®n de los discursos acerca de la biopol¨ªtica, el Merleau-Ponty de la Fenomenolog¨ªa de la percepci¨®n ya enfatizaba la importancia de la facticidad corporal, del a priori carnal, por utilizar su propia expresi¨®n).
Si no estuvi¨¦ramos demasiado atenazados por las palabras (o, peor a¨²n, por los r¨®tulos), acaso lo propio fuera referirse a este sujeto como un sujeto posmoderno o, tal vez mejor, como el ¨²nico sujeto posible en una ¨¦poca posmoderna. Un sujeto que, a pesar de la creciente evidencia de un universo poshumano de despiadadas relaciones de poder intermediadas por la tecnolog¨ªa, a¨²n mantiene sus expectativas humanistas de decencia, justicia y dignidad. Pero que tambi¨¦n ha alcanzado el grado de lucidez y consciencia suficientes como para no hacerse grandes ilusiones acerca del futuro de sus propias expectativas.
En efecto, perdida la eficacia social de las viejas maquinarias productoras de sentido, ahora declaradas de todo punto obsoletas, lo que queda de cr¨ªtica a menudo da palos de ciego. Refiri¨¦ndose a buena parte de la intelectualidad mexicana, el antrop¨®logo de origen catal¨¢n Roger Bartra ha hecho unas agudas observaciones, sin duda ampliables m¨¢s all¨¢ de aquellas fronteras, y por completo pertinentes a los efectos de lo que estamos comentando. Tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, ha se?alado, dicha intelectualidad, hu¨¦rfana de los viejos dogmas, en vez de aportar nuevas ideas para entender el mundo, desarroll¨® una sensibler¨ªa, un entramado de emociones. Si el marxismo en sus diversas variantes se hab¨ªa revelado inservible para entender el mundo, continuaba la argumentaci¨®n, se recurr¨ªa al amor por los agraviados o despose¨ªdos para justificar tanto las carencias ideol¨®gicas como la ausencia de pol¨ªticas realmente avanzadas. A este entramado de pasiones y sentimientos Bartra lo denominaba, en formulaci¨®n ciertamente brillante, pobretolog¨ªa (por cierto: pobret significa en catal¨¢n pobrecillo).
Es como si de lo que se tratara fuera de algo parecido a esto: ya que se nos han desvanecido las formas heredadas de (dar) sentido, necesitamos de forma perentoria encontrar nuevos sectores cuyo sufrimiento nos permita re-identificarnos a trav¨¦s de la ¨²nica solidaridad hoy al alcance de la mano, a saber, la basada en la mera emoci¨®n, en la simple identificaci¨®n sensible. Si por lo menos ¨¦se fuera un lugar firme, tal vez podr¨ªamos consolarnos pensando que es el mal menor. El problema sobreviene cuando la gente se emociona m¨¢s ante los colores de su equipo que ante el sufrimiento ajeno. Y es aqu¨ª donde, por desgracia, parece que ya estamos.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona y director de la revista Barcelona Metropolis.
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