El monje Leonard Cohen
Dicen que Leonard Cohen se ha pasado los ¨²ltimos cinco a?os (acaba de cumplir 75) viviendo como monje en un monasterio budista. Y dicen que s¨®lo le sac¨® de ese retiro un desfalco de su asesora financiera, que le birl¨® cinco millones de d¨®lares y le oblig¨® a echarse otra vez a la carretera y organizar una tremenda gira mundial para sanear su maltrecha econom¨ªa. Asist¨ª a su espl¨¦ndido concierto en Madrid y en efecto Cohen tiene algo muy zen. Algo muy humano. Una pureza impura, la desnudez manchada por la vida de la persona que empieza a saber de verdad qui¨¦n es. Y ¨¦l es un viejo hermoso, melanc¨®lico, con un registro muy peque?o, porque todas sus canciones se parecen sospechosamente unas a otras. Pero qu¨¦ bella puede llegar a ser su monoton¨ªa. Qu¨¦ limpia y delicada.
"Si uno se fija bien, todo el mundo tiene su truco, su arma secreta contra la desaz¨®n"
Escuch¨¦ por vez primera a Cohen a los dieciocho a?os, hace un tiempo infinito, en casa de un compa?ero de la Escuela de Periodismo. Le llam¨¢bamos Febo y usaba gafitas redondas a lo Lennon, pellejudos chaquetones de mouton, bigotazos y melenas. Viv¨ªa todav¨ªa con su familia, pero en su habitaci¨®n, que recuerdo muy grande, volaban pajaritos sueltos. Ahora pienso que deb¨ªan de ponerle el cuarto perdido, pero entonces me pareci¨® algo maravillosamente hippy y enrollado. En ese cuarto lleno de p¨¢jaros, Febo me descubri¨® a Leonard Cohen. Luego, un par de a?os m¨¢s tarde, mi amigo se mat¨® en un est¨²pido accidente de coche (qu¨¦ frase tan banal: no creo que haya un accidente inteligente). Fue mi primera muerte cercana, el hito inaugural de ese trituradero que siempre es la vida. La vida va matando literal y metaf¨®ricamente todo lo que vas dejando atr¨¢s; mata tu infancia y luego a tus mayores; mata los recuerdos y los olvidos; mata lo que fuiste y lo que quisiste ser; mata de verdad, como un rayo furioso, a tu gente querida.
Y tambi¨¦n va abriendo nuevas puertas, creando nuevos caminos. Eso tambi¨¦n es verdad, aunque a veces no baste.
La cuesti¨®n es ver qu¨¦ hace uno con todo eso. Con el dolor, con la pena, con la frustraci¨®n. Con las basurillas de la vida. Hay que aprender a equilibrarse y defenderse. Viendo a Cohen, un ser que, a juzgar por su m¨²sica y sus poemas, es esencialmente triste, me preguntaba c¨®mo habr¨ªa sobrellevado ¨¦l el peso de su existencia. Si es cierto lo que dicen, sus estrategias han terminado siendo bastante extremas: el budismo, la opci¨®n monacal, la b¨²squeda de la simplicidad. Una sencillez de la que la vida se encarga de sacarte, con sus pufos de millones de d¨®lares y sus vac¨ªas cuentas bancarias. Pero adem¨¢s, hasta llegar a hacerse monje, a Leonard Cohen le han salvado sin duda las palabras. La m¨²sica. La pintura (tambi¨¦n ha pintado). La creatividad, en fin. No conozco casi nada de la biograf¨ªa de Cohen, pero no se pueden alcanzar los 75 a?os sin llevar contigo una maletita de dolor. Hoy, este hombre que siempre ha sido tan triste da brinquitos alegres por el escenario. Es un melanc¨®lico contento. Todo un logro.
Si uno se fija bien, todo el mundo tiene su truco, su arma secreta contra la desaz¨®n. Claro que no todos los trucos son igual de buenos. Algunos, por ejemplo, se decantan por la acumulaci¨®n de poder. Supongo que el af¨¢n de poder es un recurso muy efectivo contra el v¨¦rtigo existencial, pero lo malo es que el poder nunca es permanente porque no es algo tuyo, sino algo exterior a ti; de modo que, en los altibajos inevitables, la gente que ha optado por este truco vital se pega unos batacazos memorables. Otras personas tienen aficiones secretas, pasiones minuciosas. Recuerdo al protagonista de la magistral novela Mar de fondo, de Patricia Highsmith. El treinta?ero Vic tiene como hobby la cr¨ªa de caracoles. Le encantan esos bichos babosos y callados (tambi¨¦n le encantaban al gran Darwin, dicho sea de paso), y con el minucioso cuidado de los gaster¨®podos consigue abstraerse de sus angustias. Hasta que el dolor se hace m¨¢s grande que su truco, y entonces Vic se convierte en un asesino.
Sin duda asesinar es otra manera de enfrentarse a la pena, s¨®lo que es un m¨¦todo especialmente in¨²til, especialmente b¨¢rbaro. Prefiero los modos del viejo Leonard Cohen, que ha acompa?ado mi vida con sus baladas tristonas. Y, personalmente, prefiero usar las palabras, como ¨¦l, como ahora. Como este art¨ªculo lleno de frases con las que he conjurado la emoci¨®n de un concierto que tal vez me toc¨® demasiado de cerca.
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