El Eros de Diotima
Un tesoro de mujeres excepcionales nos ha legado la cultura griega. El dolor, la fidelidad, la justicia, la alegr¨ªa, la belleza, la amistad, la bondad, llenan las p¨¢ginas de la ¨¦pica o la tragedia y a las que "no muerde el diente envidioso del tiempo". Esos sentimientos ideales los encarnan personajes femeninos que han llegado vivos hasta nuestros d¨ªas como Ifigenia, Helena, Creusa, Calipso, Fedra, Danae, Ant¨ªgona, Pen¨¦lope, Electra, Nausicaa, Dafne, Casandra.
Pero entre estas maravillosas mujeres aparece una genial desconocida de la que s¨®lo sabemos su existencia por El banquete, de Plat¨®n, esa obra maestra sobre el amor. Su nombre es Diotima, "la extranjera de Mantinea", que destaca entre todos los personajes femeninos que pueblan este fabuloso universo, este Parten¨®n ideal. De Ant¨ªgona, Nausicaa, Helena, sabemos sus historias, lo que hicieron y padecieron. A Diotima la cerca un gran silencio. S¨®lo muchos siglos despu¨¦s aparece una Diotima luminosa y amorosa en el Hiperion de H?lderlin. Ninguna otra referencia encontramos en la literatura griega, y se supone que, como la Dulcinea cervantina, fue ese nombre "m¨²sico y peregrino" tambi¨¦n un invento de Plat¨®n.
Es sorprendente que en boca de esa misteriosa mujer aparezca la primera interpretaci¨®n y teor¨ªa del Eros. El dios del amor llena con sus haza?as toda la literatura griega, pero es precisamente en El banquete, en el que varios hombres intentan definir el origen y sentido del Eros, donde brilla el discurso y la interpretaci¨®n de la clarividente mujer.
En el di¨¢logo plat¨®nico hay, como es sabido, varios discursos explicando el fen¨®meno amoroso. Por ejemplo, el de Arist¨®fanes donde se cuenta la historia de una naturaleza humana hecha de extra?os seres con cuatro brazos, cuatro piernas, dos ¨®rganos sexuales y dos rostros. A esos seres redondos de extraordinaria fuerza e inteligencia, los dioses, por temor a su poder, los partieron en dos. Tal fractura es la raz¨®n de que esos seres rotos anden continuamente buscando la mitad perdida. La caracter¨ªstica esencial de la vida ser¨¢, pues, esa sustancial insuficiencia. No somos aut¨¢rquicos: necesitamos del mundo que nos rodea y de los otros seres que nos acompa?an en el camino. Una necesidad que se manifiesta en el amor como expresi¨®n de la natural pobreza. Lo mismo que las palabras nos hacen animales distintos de los otros mam¨ªferos y nos posibilitan la mutua comunicaci¨®n y comprensi¨®n a trav¨¦s del universo ideal del lenguaje, el amor nos empuja a otra forma de identificaci¨®n a trav¨¦s de los m¨²ltiples reclamos del bien y la belleza en el c¨¢lido universo afectivo de los sentimientos.
diotima, "que me ense?¨® las cosas del eros", seg¨²n recuerda S¨®crates, a?ade varios matices fundamentales a todo lo que han dicho quienes hablaron antes que ella. La extranjera de Mantinea cuenta, adem¨¢s, el origen de este dios o daimon que "no es ni bello ni feo, ni bueno ni malo", sino algo intermedio -metaxy- entre los dioses y los humanos. Y precisamente en ese car¨¢cter de mediador radica la fuerza de Eros, que levanta en los mortales un impulso hacia la hermosura, hacia el bien, hacia la sabidur¨ªa. Los dioses no filosofan, "porque ya tienen el saber". Tampoco, refiere Diotima, filosofan los ignorantes, porque la ignorancia en la que est¨¢n sumidos les impide a?orar el saber que se hace presente como filosof¨ªa, como forma incesante de amor, de tendencia y apego al verdadero conocimiento de la naturaleza que somos, de la naturaleza en la que estamos. La ignorancia es el castigo supremo de los hombres, y su reino es el de la oscuridad. S¨®lo el Eros, como divinidad mediadora, como comunicador de ideas, como alumbrador de miradas y sentimientos, quiere salir de la ignorancia levantando esa inagotable fuente de deseo que embellece e ilumina, a pesar de tantas limitaciones, nuestra siempre admirable condici¨®n carnal.
El car¨¢cter de mediador lo debe Eros a su propio origen: cuando naci¨® Afrodita, los dioses celebraron tambi¨¦n un banquete. All¨ª lleg¨® a mendigar Pen¨ªa, la pobreza. Poros, el hijo de Metis, diosa de la prudencia, del saber y de la astucia, "entr¨® embriagado en el jard¨ªn de Zeus y se durmi¨®". Pen¨ªa, ansiosa por salir de su miseria, se acost¨® junto a Poros y engendr¨® a Eros con ¨¦l.
esta tensi¨®n continua, esta b¨²squeda de uni¨®n y de compa?¨ªa, esta lucha entre la pobreza y la riqueza, entre la muerte y la pervivencia, arranca del supuesto desequilibrio en el nacimiento de Eros. Como hijo de la pobreza, est¨¢ lleno de necesidades, "vive al borde de los caminos" y anda siempre, en su desamparo, buscando cobijo; mas por parte de su padre "est¨¢ al acecho de lo bello y de lo bueno y es ¨¢vido de sabidur¨ªa". Un seguidor eterno de aquello a lo que aspira. Esa b¨²squeda es, precisamente, lo que da sentido al vivir. La tensi¨®n amorosa enga?a a los seres humanos haci¨¦ndoles creer que va a ser definitivamente suyo aquello a lo que aspiran. Un enga?o que, parad¨®jicamente, da aliento y felicidad, porque aunque la indigencia se mantenga a lo largo de cada tiempo, esa insistencia del deseo en el pervivir es una forma memoriosa de dicha.
El Eros nos hace salir de nosotros mismos, nos arranca de la soledad y nos inserta en un mundo distinto y perenne donde la ef¨ªmera individualidad se alza hasta la verdad y la belleza "con lo que todo bueno est¨¢ emparentado". Ese ascenso es una muestra de c¨®mo en el desvelo amoroso, sometido a la propia estructura corporal, brota la esperanza que es, en el r¨ªo del amor y la memoria, la forma humana de eternidad. Todo lo otro que ha montado el gran enga?o de la ignorancia es pura miseria y, en el peor de los casos, pura perversi¨®n lastimosa del inabarcable territorio del amor. "En ¨¦l s¨ª que merece la pena vivir", dijo la mujer de Mantinea.
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