Tan claro como el barro
Regreso de Londres, donde el aire huele a derrota laborista. Es como una ciudad sitiada a la espera del asalto final, completamente consciente de que las defensas no aguantar¨¢n. Los europe¨ªstas recogen los b¨¢rtulos y se preparan para el exilio con el rabillo del ojo puesto en el primer ministro, Gordon Brown: ?hasta cu¨¢ndo aguantar¨¢? Brown intent¨® reivindicar su falta de carisma con aquella fant¨¢stica campa?a de imagen donde nos recordaba que no era Flash Gordon, sino "s¨®lo Gordon", pero ahora, como Gunga Din, tiene ante s¨ª la oportunidad de reconciliarse con la historia aguantando en el cargo hasta que el Tratado de Lisboa entre en vigor.
Pero se trata de un sacrificio in¨²til (y probablemente, poco democr¨¢tico). Tal y como nos han hecho saber los conservadores, si llegan al poder antes de que el Tratado entre en vigor, convocar¨¢n un refer¨¦ndum (que seguramente ganar¨¢n) pidiendo el 'no', lo que volver¨¢ a poner el marcador de la ratificaci¨®n del Tratado a cero, adem¨¢s de abrir una enorme crisis en las relaciones entre la UE y el Reino Unido. Y si llegan al poder con el Tratado ratificado, la cosa no pinta mucho mejor: el ministro de Exteriores en la sombra, William Hague, es un conocido euroesc¨¦ptico cuya gesti¨®n indudablemente paralizar¨ªa el desarrollo de numerosos aspectos clave del nuevo Tratado de Lisboa y el ministro de Defensa en la sombra, Liam Fox, ya ha hecho saber que querr¨ªa retirar al Reino Unido de la Agencia Europea de Defensa, una instituci¨®n clave para coordinar la pol¨ªtica de defensa europea, especialmente en los aspectos industriales. Del dicho al hecho. La decisi¨®n de los conservadores brit¨¢nicos de retirarse del grupo popular en el Parlamento Europeo muestra a las claras sus intenciones: se acab¨® la tradicional posici¨®n brit¨¢nica, sostenida incluso por Thatcher, de influir en las instituciones europeas desde dentro; ahora de lo que se trata es de bloquear desde fuera. Para que digan que Europa es aburrida.
Los problemas de la UE se reducen a uno: la falta de flexibilidad para conciliar las diferencias entre pa¨ªses
S¨ª. En la construcci¨®n es una de cal y otra de arena, pero si te dedicas a la construcci¨®n europea, mejor prepararse para una de cal y dos de arena, no vaya a ser que te pases de entusiasmo. ?sa es la l¨®gica que explica por qu¨¦ nada m¨¢s conocerse la semana pasada que las encuestas en Irlanda daban ganador al 's¨ª' en el refer¨¦ndum sobre la Constituci¨®n europea, el inefable presidente checo, V¨¢clav Klaus, promoviera entre parlamentarios afines una demanda ante el Tribunal Constitucional con el fin de paralizar el proceso de entrada en vigor del Tratado. Dado que ¨¦ste ya dictamin¨® favorablemente sobre la constitucionalidad del texto, esta manera de exprimir al m¨¢ximo todos los recovecos legales para bloquear una decisi¨®n que se sabe perdida de antemano nos remite a un t¨¦rmino de la jerga parlamentaria: filibusterismo. No dejar¨ªa de resultar curioso que un gentleman brit¨¢nico y un hombre tan pretendidamente recto y legalista como Klaus se prestaran tan f¨¢cilmente a obviar el fair play pactando una dilaci¨®n. Como se?alan las reglas del Marqu¨¦s de Queensberry que John Ford nos descubriera en (precisamente) ese canto a Irlanda que es el Hombre tranquilo, "el objetivo no es ganar, sino ganar de acuerdo a las reglas".
Hemos hablado mucho estos meses del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, pero el pinchazo de la construcci¨®n europea dura ya bastantes m¨¢s a?os. Todos nuestros problemas siguen reduci¨¦ndose a uno s¨®lo: la falta de flexibilidad constitucional de la Uni¨®n Europea para acomodar las diferencias entre los Estados miembros. El r¨ªgido cors¨¦ impuesto por la unanimidad en el procedimiento de negociaci¨®n y ratificaci¨®n de los Tratados, sumado a la imposibilidad de funcionar simult¨¢neamente a varias velocidades, dibuja un traje imposible de ajustar a 27 idiosincrasias nacionales con sus respectivos ciclos pol¨ªticos nacionales, procedimientos constitucionales, concepciones de la democracia y visiones del mundo.
Ahora son los checos y los brit¨¢nicos los que izan la bandera pirata y se hacen a la mar, cruz¨¢ndose en la bocana del puerto con los irlandeses, que regresan despu¨¦s de una singladura bastante accidentada. Y cuando est¨¦n en alta mar euroesc¨¦ptica, ver¨¢n tambi¨¦n pasar a los islandeses, que buscan el abrigo financiero europeo, o a croatas, macedonios, turcos y otros, que esperan a que control de tr¨¢fico mar¨ªtimo les d¨¦ paso. Quede claro que los motivos de unos y otros son igualmente v¨¢lidos y nobles: nadie puede ser obligado a estar en la UE en contra de su voluntad, ni tampoco se le puede imponer una definici¨®n de la integraci¨®n europea como superior. Nada del otro mundo en un contexto de Estados-naci¨®n celosos de su soberan¨ªa, pero algo a la vez exasperantemente dif¨ªcil de gestionar. Lo ideal, claro est¨¢, es cambiar las reglas, pero mientras estas reglas est¨¦n en vigor, hay que ganar de acuerdo con ellas. Ser¨¢ una pelea dif¨ªcil. jitorreblanca@ecfr.eu
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