Los ricos durmientes
Partamos de una afirmaci¨®n voluntarista, seg¨²n la cual est¨¢ de moda hacerse inmensamente rico, algo que ha tenido vigencia durante unos cuantos a?os y que la dura realidad, de cuando en cuando, echa abajo estrepitosamente. Ha sido posible alcanzar fortunas estrepitosas, incre¨ªbles, logradas por entidades y particulares y eso siempre queda de manifiesto, seg¨²n la vigente certidumbre de que el fuego y el dinero, el mucho dinero, son imposibles de disimular. Sociedades bancarias, industriales, comerciales, constructoras, inmobiliarias han llegado a obtener beneficios literalmente incre¨ªbles, con cuya realidad nos hemos familiarizado la gente del mont¨®n. Personajes, personajillos, alguno conocido, la mayor¨ªa an¨®nima amasaron colosales fortunas y, como nunca, su ostentaci¨®n y descaro ocuparon la primera l¨ªnea en la escala de valores sociales.
La crisis, nacida y crecida nadie sabe d¨®nde, como una epidemia sin vacunas, nos sorprendi¨® camino de casa
Al sujeto bien forrado, cuya catalogaci¨®n es imprecisa, ni d¨®nde est¨¢ la cercana ra¨ªz de su opulencia, le llamaremos, vagamente, empresario, hombre de negocios, industrial de sabe Dios qu¨¦ industrias. Y all¨ª abajo, estupefactos y envidiosos permanecimos durante a?os arrodillados ante los propietarios del becerro de oro, benefici¨¢ndonos de las inevitables migajas que ca¨ªan de su mesa.
Es posible que algunos ancianos de la localidad recuerden aquellas risibles censuras que provocaban los malos pagadores, lo importante que era mantener la palabra dada y lo penoso y vergonzante que resultaba contraer deudas. El mayor sambenito se le colgaba al pr¨®fugo, al que march¨® "sin dejar se?as". El regocijo retrospectivo aumentar¨ªa con la asombrosa costumbre de pagar las facturas en el domicilio del deudor. Un buen d¨ªa, los bancos decidieron, en el nirvana de su generosidad, que se har¨ªan cargo, gratuitamente, del pago de las peque?as obligaciones del ciudadano, de la domiciliaci¨®n de sus compromisos permanentes. Eso dur¨® el tiempo necesario hasta que se hizo imprescindible y hoy no obtendremos servicios p¨²blicos -ni privados- que no pasen por las ventanillas bancarias. Contratado, claro, es un servicio, cuya cuant¨ªa no s¨¦ si est¨¢ pactada, vigilada o es lib¨¦rrima y se otorga a quien ha depositado previamente los ahorros y la n¨®mina en la entidad.
Parec¨ªamos un pa¨ªs de ricos, que cambiaban el modelo de coche cada cuatro a?os, al menos, ten¨ªamos una segunda residencia y, de uvas a peras nos propin¨¢bamos alg¨²n crucero por los pa¨ªses b¨¢lticos o el Caribe. Si eso no era la felicidad, que venga quien sea y lo defina. Casi de la noche a la ma?ana se nos ha venido abajo el tinglado. La crisis, nacida y crecida tampoco se sabe d¨®nde, como una epidemia sin vacunas, nos sorprendi¨® camino de casa. Ignoro c¨®mo se explicar¨¢ este fen¨®meno de forma comprensible cuando el turbi¨®n haya pasado, porque tambi¨¦n los males acaban y no duran cien a?os.
De una situaci¨®n desahogada, con la sosegada contemplaci¨®n de emigrantes tan pobres como lo hemos sido hac¨ªa poco, Espa?a alcanza un meritorio y jam¨¢s logrado puesto octavo en la clasificaci¨®n de las naciones florecientes. No es que trabaj¨¢ramos m¨¢s y mejor sino que esas oleadas c¨ªclicas y misteriosas de prosperidad, por fin llegaron a nuestras riberas. Como despu¨¦s de la Guerra Civil emergi¨® una clase social privilegiada, la de algunos ex combatientes, ex cautivos, que explotaron en su provecho el apoyo prestado, la prosperidad y la sublimaci¨®n del poder democr¨¢tico alumbraron otra aristocracia m¨¢s codiciosa y exigente. Y se consolid¨® la m¨¢s fuerte y dura, la del dinero. Thomas Carlyle, que no fue ni rico ni pobre ni lo contrario, la trata con suma dureza y desprecio: "Es la m¨¢s infinitamente baja de cuantas aristocracias se hayan conocido". No s¨¦ si exageraba un pel¨ªn, lo cierto es que en el origen de las fortunas sol¨ªa haber un gesto honroso, arriesgado, ¨²til, luego barateado y explotado por los sucesores.
A t¨ªtulo anecd¨®tico, poco se ha dicho de la coincidencia que produjo la Guerra Civil en tres hombres que fundaron sendos imperios, levantados a pulso quiz¨¢s con cierto "impulso soberano". Fueron Jos¨¦ Meli¨¢, Eduardo Barreiros y Jos¨¦ Ban¨²s que triunfaron en las nacientes hosteler¨ªa, automoci¨®n y construcci¨®n. Como curiosa coincidencia, todos hicieron el servicio militar al que les obligaba la edad en el servicio de inteligencia del Ej¨¦rcito franquista. Ni siquiera fueron socios o amigos m¨¢s que conocidos. Dejo aparte, pues comenz¨® antes de la contienda, las se?eras figuras de dos asturianos, Pep¨ªn Fern¨¢ndez, creador de Galer¨ªas Preciados, y Ram¨®n Areces, de El Corte Ingl¨¦s. En esos casos, los principios eran conocidos. Luego vinieron los nuevos ricos, tenemos a nuevos pobres y en la penumbra de la historia inmediata se agazapan los futuros millonarios.
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