?Qu¨¦ bien le veo, 'mister' Macbeth!
?Qu¨¦ hay de nuevo en este shakespeare?, ?qu¨¦ lo hace tan distinto? En el montaje de Declan Donnellan no hay dagas ni sangre. Es austero y conciso, maravilla pura
Hasta ahora no hab¨ªa visto enteramente a Macbeth, y mira que me he zampado unos cuantos. Declan Donnellan me ha abierto los ojos. Y los o¨ªdos. Esto, se?ores, pasa pocas veces. Muy de tarde en tarde, alguien monta un shakespeare y te ilumina de repente un pasaje, un personaje, o, con suerte, la obra entera. Cada vez que sucede algo as¨ª se te ensancha el coraz¨®n, respiras mejor y te entra un hambre enorme. Cito s¨®lo tres casos de los ¨²ltimos a?os: el Hamlet de John Caird (Olivier, 2000), protagonizado por Simon Russell Beale; el Othello de Michael Grandage (Donmar, 2007), donde Ewan McGregor era un Yago al que le hubieras comprado diez coches usados, y el Measure for measure (de nuevo en el Olivier, 2003) de Simon McBurney, casi el anticipo isabelino de Los sobornados, de Fritz Lang. La semana pasada, en Salt, complet¨¦ el p¨®quer con el Macbeth de Cheek By Jowl, una de las cumbres de Temporada Alta: estreno absoluto en Espa?a, reci¨¦n salido del horno. Puedo ponerle pegas a ciertos aspectos del montaje, y empiezo por ellos para sac¨¢rmelos de encima e ir a la tajada. No acab¨¦ de pillar, por ejemplo, el dibujo de Macduff (David Caves), imp¨¢vido al descubrir los cad¨¢veres de Duncan y familia y rozando el desmelene al conocer la matanza de sus deudos: cierto es que la propia sangre tira mucho, pero Caves pasa de calvo a siete pelucas en un espect¨¢culo regido por la contenci¨®n m¨¢s absoluta. Tambi¨¦n hay una idea a guisa de ventanita de color en ese universo negr¨ªsimo que tiene su gracia, no digo que no, pero chirr¨ªa un pelo: convertir al centinela en una especie de portera escocesa de bed and breakfast, con minikilt y aire a lo Amy Winehouse. Bueno, ya est¨¢ dicho: el resto (y el resto es mucho) es maravilla pura. Donnellan y Ormerod (escenograf¨ªa y vestuario, como casi siempre) han hecho una de sus funciones m¨¢s austeras y concisas: espacio vac¨ªo, flanqueado por columnas de madera negra que filtran una luz ag¨®nica, ropaje sudista (casacas oscuras, botones plateados), celajes de niebla artificial. Un viol¨ªn que suena como la sirena de Sweeney Todd, un tambor que retumba como una maza, un la¨²d l¨ªrico. No hay dagas ni sangre. Hay un reparto notabil¨ªsimo en su conjunto (marca de la casa), y absolutamente extraordinario en sus protagonistas. Macbeth es Will Keen, al que recordar¨¢n como el villano De Flores en The Changeling. ?se, el que parec¨ªa John Malkovich en bajito. Lady Macbeth es Anastasia Hille, una se?ora que me viene cortando el hipo desde que la descubr¨ª a mediados de los noventa, peregrinando hasta Bury St.Edmunds para ver el estreno de The Duchess of Malfi, yo dir¨ªa que su primer trabajo para Donnellan: repiti¨® a sus ¨®rdenes, poco m¨¢s tarde, como una inolvidable Isabella en Measure. ?Qu¨¦ hay de nuevo en este Macbeth?, ?qu¨¦ lo hace tan distinto? Hasta ahora, todos los que hab¨ªa visto cargaban la mano en la atm¨®sfera y en la prosopopeya. "Gueule d'atmosph¨¨re", que dec¨ªa Arletty. Que estaban muy subidos, vamos. Te daban ganas de decirles: "Ya veo que es una tragedia del cop¨®n; no hace falta que pong¨¢is ojos redondos ni hag¨¢is voces raras". Aqu¨ª no hay de ese percal. De entrada, las voces de Keen y de Hille (y de Ryan Kiggell, un estupendo Banquo, que no se me olvide) son "naturales", bien proyectadas, n¨ªtidas, sin sombra de declamaci¨®n: voces de gente "normal", desbordadas por una situaci¨®n extraordinaria. Orella se acerc¨® mucho a esa l¨ªnea en el montaje de Alfaro. La voz de Macbeth/Keen es la de un hombre que se interroga, como si no se acabara de creer lo que ha sucedido y, sobre todo, lo que le est¨¢ sucediendo. Como si dijera: "A ver, espera un momento. ?De modo que me he cargado a la familia real? ?No lo he so?ado? Y a¨²n peor: ?de modo que as¨ª soy yo? ?De d¨®nde ha salido toda esta oscuridad?". El Macbeth de Donnellan es un alucinado reflexivo, por as¨ª decirlo. Le ves, le escuchas, y ves tambi¨¦n a Ricardo III, y a Hamlet en su final, cuando comprende que todo est¨¢ perdido; ves incluso a un Pr¨®spero iracundo y nihilista. En la primera parte es un chaval: su esposa le empuja a la matanza como una madre env¨ªa a su hijo a la cama. En la ¨²ltima vi lo que nunca hab¨ªa percibido: grandeza, la grandeza del canalla que, en su ca¨ªda, alcanza una lucidez helada ("me he saciado de espanto; el horror ya no me asusta") y opta por seguir luchando hasta el final, "hasta que arranquen la carne de mis huesos". Anastasia Hille interpreta a Lady Macbeth como esa madre terrible, madre pero nunca matrona, bell¨ªsima en la escena del baile de proclamaci¨®n, con insospechados toques de alta comedia (sus risas de gran dama para ocultar el brotazo de Macbeth ante el fantasma de Banquo) y una locura que tampoco hab¨ªa visto nunca. Miento. La hab¨ªa visto, pero en otro lugar, en otro personaje: Jean Seberg en Lilith. Donnellan le monta una escena sublime: la reina son¨¢mbula se lava las manos (sin aspavientos: delicadeza pura) para borrarse la sangre invisible y los miembros de la corte la observan en silencio, en un c¨ªrculo, como doctores de un manicomio victoriano. M¨¢s tarde hay otra imagen tan sencilla como preciosa: Will Keen lanza su ¨²ltimo mon¨®logo mientras la abraza, no deja de abrazarla, y cuando le dicen "Mi se?or, la reina ha muerto", ella sigue all¨ª, mir¨¢ndole, abraz¨¢ndole, no dejar¨¢ nunca de mirarle. Luego viene (sobreviene, m¨¢s bien) el descomunal pasaje de "la vida es una sombra que camina, un cuento contado por un idiota", que Keen pronuncia y nosotros escuchamos como si se dijera por vez primera, en la primera noche del mal, y se incorpora como el tatarabuelo de Montenegro ("?la medicina, a los perros! A m¨ª no me sirve. Vamos, ponme la armadura. ?Mi bast¨®n de mando!") para enfrentarse a MacDuff, que hace olvidar su expresi¨®n de haberse tragado una mosca y su desmelene para entregarse a un duelo feroz, coreografiado al mil¨ªmetro. Alza el brazo el nuevo rey de Escocia y llega el silencio de las grandes noches de teatro, y la torrentera de aplausos, y la gazuza: un jabal¨ª nos comer¨ªamos despu¨¦s de todo eso.
La voz de Macbeth/Keen es la de un hombre que se interroga, como si no se acabara de creer lo que le est¨¢ sucediendo
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