Vida en la franja muerta
Un barrio expandido. Alena Janatka va a nadar cada d¨ªa muy temprano. Y recorre un camino imposible hace 20 a?os. Cruza el parque G?rtlizer, en el barrio de Kreuzberg (anta?o Oeste), en direcci¨®n a una moderna piscina (Badeschift), una caja transparente encajada en el agua del canal del Spree (anta?o, lado Este). La cubeta mira hacia el puente Oberbaum, hacia los edificios de ladrillo rojo crecidos de un d¨ªa para otro en la otra orilla: las oficinas de Universal Records, las viviendas? Todo esto, hace dos d¨¦cadas, as¨ª, no exist¨ªa. Esta esquina era un nudo ferroviario (estaci¨®n Warschauer Strasse) e industrial que a¨²n no ha terminado de recuperar el tono de tanto deterioro descubierto cuando se abri¨® la frontera entre las dos Alemanias. Hoy, brazada a brazada, en este agua azulona y limpia del Berl¨ªn unificado se cruzan j¨®venes y viejos, extranjeros o locales sin filiaci¨®n? mientras los barcos llenos de turistas pasan por delante presumiendo de megafon¨ªa?
Berl¨ªn se rehace a toda prisa de la mano de un plan de reunificaci¨®n urban¨ªstica sin precedentes (o m¨¢s bien con el vivido ya en la etapa post-Hitler), por la gran cantidad de dinero inyectado y arquitectos de prestigio implicados. Veinte a?os no son tanto para zurzir los destrozos de seis d¨¦cadas de guerra caliente y fr¨ªa. Pero ah¨ª est¨¢n fase a fase. Primero fue lo urgente, ahora ya es lo grande: la isla de los museos tan necesitada de arreglo; la estaci¨®n central, b¨¢sica; la reconstrucci¨®n del castillo prusiano, tan debatido; los enormes espacios vac¨ªos que se van ganando para el pueblo, qu¨¦ dir¨ªan en otro tiempo. Ir y venir. Regresa Alena horas despu¨¦s por el mismo camino imposible, a trav¨¦s de los puentes, de la Schlessichesstrasse, en la que abundan ahora las tiendas y pasteler¨ªas de los turcos, los restaurantes y tiendas nueva ola, all¨ª donde el arquitecto portugu¨¦s ?lvaro Siza levant¨® un edificio y lo llam¨® Bonjour Tristesse, de la pena que le daba este barrio emparedado.
Metros y canales abiertos. Esta ruta que sigue Alena era impensable, porque ella, checa, quiz¨¢ no habr¨ªa podido a¨²n salir de su pa¨ªs, y porque, llegada a un punto geogr¨¢fico concreto, no tendr¨ªa transporte: hasta el 9 de noviembre de 1989 (y despu¨¦s, hasta que el engranaje de la divisi¨®n establecido desapareci¨® por completo) los taxis y trenes se deten¨ªan en un punto determinado; los barcos giraban en maniobras imposibles en los canales; el metro atravesaba las estaciones a oscuras de Berl¨ªn Este, y el no habituado se quedaba con la mirada congelada en el cristal, como si de ese mundo comunista, al otro lado, fueran a salir monstruos terror¨ªficos nacidos y crecidos con el fr¨ªo, la represi¨®n y la falta de capitalismo. En verdad, lo que se ve¨ªa eran los andenes vac¨ªos.
Por tierra, mar y aire, toda comunicaci¨®n qued¨® cortada. La hermosa ciudad de Potsdam, a media hora de Berl¨ªn, es de las que m¨¢s agradecieron enseguida la apertura: nuevas rutas de navegaci¨®n, villas rehabilitadas? Y como los que estaban enjaulados eran los ricos y libres ciudadanos del Oeste, cuando la c¨¢rcel del Berl¨ªn capitalista se quedaba peque?a, tomaban la autopista de tr¨¢nsito hacia Hamburgo y volaban hacia el mundo exterior. Es esa carretera el paisaje en verdad transformado: nada m¨¢s impactante anta?o en Europa que esa v¨ªa vallada, hipervigilada, con zonas de descanso donde todos sospechaban que hasta la se?ora de los ba?os era esp¨ªa de la Stasi.
Pueblos unidos. Sin ser ese escenario surrealista en el que viv¨ªan cotidianamente un centenar de pueblos alemanes que, como Berl¨ªn, quedaron divididos por la frontera (el m¨¢s conocido, Zicherie-Br?ckwitz, de ¨¦l se acaba de publicar libro), las calles de Kreuzberg fueron las m¨¢s afectadas por el tajo. En Leuschnerdamstrasse, por ejemplo, sal¨ªa uno del portal y se daba de bruces con la tapia; hoy queda el mismo port¨®n de madera, pero al abrirlo, el paisaje tiene? otro aire. El parque G?rtlizer mismo, hoy lugar de encuentro multi¨¦tnico, estaba limitado por el muro, y en ¨¦l, un pu?ado de artistas desahogaron su ego creativo en pintadas e instalaciones sin fin (la m¨¢s famosa, la del grupo Mutoid Waste Company, El hombre escarabajo, escultura de un mu?eco VW negro gigante). Esta esquina del Kreuzberg angosto, y m¨¢s abajo en su l¨ªmite con Neuk?lln (donde se produjo en 1963 una de las huidas m¨¢s espectaculares de la RDA: Wolfgang Engels, conductor de profesi¨®n, rob¨® un tanque a los soldados del ej¨¦rcito del pueblo, recorri¨® un largo trecho por el centro de Berl¨ªn Este, consigui¨® que los guardias de tr¨¢fico le pusieran alg¨²n sem¨¢foro en verde y se empotr¨® luego en un punto de la pared en Treptow), se llen¨® de okupas en casas que entonces nadie quer¨ªa y hoy todos aprecian? Alemanes, turcos, palestinos, suramericanos y africanos sortean el paro, la discriminaci¨®n y la crisis como pueden, preparan barbacoas o juegan al f¨²tbol? El muro aqu¨ª hace ya mucho que es historia. Aunque las estad¨ªsticas son tozudas:
- El muro med¨ªa entre 3,50 y 4,20 metros de altura; adem¨¢s del exterior, se construy¨® otro interior. La parte entre ambos se llam¨® franja de la muerte. Su longitud en Berl¨ªn era de 160 kil¨®metros. La frontera entre la RDA y la RFA, 1.400. Unas 40.000 personas compon¨ªan la polic¨ªa de frontera (12.000 en Berl¨ªn).Casi 40.000 intentos de fuga se abortaron en la d¨¦cada anterior a su ca¨ªda. Unos 6.000 ciudadanos del Este consiguieron huir. 270 o 136, seg¨²n distintas fuentes y causas, murieron al cruzarlo. La primera v¨ªctima por disparos fue G¨¹nter Litfin, de 24 a?os, el 24 de agosto de 1961. La ¨²ltima, por disparos, Chris Gueffroy, el 5 de febrero de 1989.
Pedazos viajeros. No queda m¨¢s remedio que recordarlo al cruzar el puente Oberbaum rehecho por Calatrava; al otear en el horizonte el ajetreo tur¨ªstico de la East Side Gallery; al observar, m¨¢s arriba, los tranv¨ªas, herencia oriental que se ha mejorado, y que lleva hasta lo m¨¢s cool del barrio de Friedrichshain y la fastuosidad comunista de la Frankfurter Allee. Del patrimonio industrial decadente oriental quedan edificios por toda la ciudad, m¨¢s cuanto m¨¢s al extrarradio. Un bot¨ªn para los clubes de m¨²sica. Aqu¨ª mismo, siguiendo la estela del agua hacia Janowitz Br¨¹cke, zona siempre ocupada por clubes mutantes (el Casino era m¨ªtico, hoy, en su lugar hay un hipermercado; Maria am Ostbahnhof, resisti¨®, y otros), han nacido grandes espacios culturales como el Radialsystem.
Hoy muchos berlineses ni siquiera pueden responder a la pregunta m¨¢s repetida por el turista, ese ser abundante y creciente. "?Esto era Occidente u Oriente?". Herr Szymanski, s¨ª. Creci¨® al calor de los americanos y del bloqueo y fue cartero desde los setenta. Cruzaba del lado capitalista al comunista a diario en su furg¨®n. Hoy, jubilado, ense?a con pena el olvidado Museo de los Aliados en Reinickendorf: "?Y c¨®mo nos registraban! ?Y c¨®mo dejaban los paquetes al aire libre hasta con nieve! ?Qu¨¦ triste que tantas cosas enviadas no llegaran!", dice entre aviones expuestos en un campo cercano a Tegel. Y se?ala: "En coche, se sigue la ruta del muro hacia el campo? ?Ves? All¨ª, en muchos sitios a¨²n se ve la cicatriz". Poco queda de la tapia, el 95% del muro fue demolido, usado para construir autov¨ªas, aparcamientos. Algunos pedazos viajaron: hay trozos en la residencia del Papa en Roma; en la toilette de un hotel de Las Vegas; en la isla japonesa de Miyako-Jima; en Madrid, en el parque de Berl¨ªn.
Potsdamer, una plaza inventada. Tambi¨¦n hay trozos aqu¨ª en el puro centro de la reluciente capital alemana. Un lugar donde el pasado es prehistoria. Ni rastro de aquel descampado, el culo del mundo m¨¢s vigilado, donde los hippies instalaban sus tiendas de campa?a. Aqu¨ª se bailaba y se fumaba a la luz de la Luna, hasta que la polic¨ªa y la condici¨®n de uno lo permit¨ªan. Entonces, en pie s¨®lo quedaban los miradores para turistas, la valla misma y las torres, los sonidos del Este, la puerta de Brandeburgo y el Reichstag como siluetas tristes. Al poco de la apertura, el concierto de Pink Floyd del Muro se celebr¨® y grab¨® para el mundo en este territorio, con miles de espectadores como comparsa agotada (no hubo suficientes letrinas para tanta cogorza y, llegado el momento, la franja de muro se convirti¨® en meadero). Aquella parte pel¨ªn triste de la historia tambi¨¦n ya es historia.
La zona se encerr¨® luego en s¨ª misma, entre miles de vallas, gr¨²as y casetas de obras, aloj¨® a miles de obreros extranjeros? Y una d¨¦cada despu¨¦s, en 2000, descorrieron la cortina y? ?ah¨ª estaba otra vez el milagro alem¨¢n! El bullicioso y tur¨ªstico Sony Center, y una docena de edificios que conforman una suerte de concurso internacional de arquitectura. Lo m¨¢s querido para el berlin¨¦s de pro, sin embargo, sigue siendo lo que estaba: la Filarm¨®nica y la Staatsbibliotek, el Tiergarten, los espacios abiertos? Sobre el lugar del porro y la acampada quedan ahora las sedes de los Estados federados, y un poco m¨¢s all¨¢, el monumento a los jud¨ªos, la puerta de Brandeburgo y el Reichstag adecentado. Y m¨¢s lejos, la nueva estaci¨®n central, y la Hamburger Bahnhof, el centro de arte contempor¨¢neo al que le han crecido hijos alrededor en forma de conglomerado de galer¨ªas privadas. Por all¨ª a¨²n quedan prados desiertos, salpicados de bloques de viviendas con mucho cristal y acero, por los que campan a sus anchas zorros y conejos.
Berliner Mauer-Radweg. En Potsdamer Platz empieza y termina una de las mejores ofertas de Berl¨ªn: la ruta en bici (o a pie) del muro, en 19 etapas que se inician y acaban en una estaci¨®n de tren. As¨ª, se atraviesa ciudad y campo, bosques, lagos, monumentos, cementerios, centros de documentaci¨®n? Su promotor, el diputado de Los Verdes Michael Cramer, ha recorrido la cicatriz por activa y por pasiva. De memoria la sabe, no en vano su gu¨ªa ya va por su quinta edici¨®n (Editorial Esterbauer).
Bernauer strasse, el documento. "Claro que s¨¦ por d¨®nde pasaba el muro, yo viv¨ªa ah¨ª mismo, en la Oderbergestrasse", nos responde una se?ora en la Bernauer Strasse, calle famosa por la imagen de sus habitantes huyendo por las ventanas en 1961, frente al centro de documentaci¨®n y la nueva iglesia que sustituye a esa otra demolida por los comunistas en 1985. Ah, s¨ª, Oderbergerstrasse, esa calle de anta?o de una sola tienda y hoy llena de ellas; de fachadas reventadas de tanto impacto de bomba; un callej¨®n del barrio Prenzlauer Berg donde conviv¨ªan los que quer¨ªan conservar su pa¨ªs, la RDA, aunque lo criticaran; los que cuando cay¨® el muro se quedaron en casa.
Ir y venir de la historia. Hoy en este pa¨ªs unificado, Jacob Janatka, de 12 a?os, el hijo de Alena, la acompa?a a veces, toalla al hombro, hasta la piscina. No le preocupan los detalles del pasado, las cuestiones hist¨®ricas o fronterizas. Lo que sabe, lo sabe por otros, por los libros. "Me da que este sitio era el Este. Lo mirar¨¦ en Internet", comenta en la East Side Gallery. Y en el aire flota una cuesti¨®n sin respuesta? ?Habr¨ªa existido el muro de haber existido la Red? Para Jacob el siglo XX est¨¢ muerto. Viva el XXI. P
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