Las cosas, caras
Todas son ¨¦pocas de transici¨®n, incluso de crisis, las que vive la Humanidad de forma permanente, con sus crestas, cimas y simas. Sin embargo, los h¨¢bitos, las tradiciones, conservan fuerza y arraigo dif¨ªcil de extirpar. Creemos hacer una revoluci¨®n de ideas y quiz¨¢s lo que se consigue es abolir la corbata o que las mujeres se vistan por los pies.
Al filo de la genuina transici¨®n nadie daba un chavo por los trajes de ceremonia, femeninos o masculinos. Y he ah¨ª al frac en todo su esplendor, deseando salir de la funda con naftalina o ser alquilado en lugares bien abastecidos. No importan las ideas pol¨ªticas que, a fin de cuentas, tienen tanto que ver con la indumentaria como la velocidad con el tocino. Creo que la t¨ªmida supervivencia de los trajes de etiqueta tiene algo que ver con el h¨¢bito -ya proscrito- de la visita al Palacio Real el d¨ªa de la onom¨¢stica del soberano. Tuve el honor de ser invitado y al estar ya desparejado llev¨¦ como acompa?antes a alguna buena amiga, a la nieta crecida e incluso a la agraciada criada a quien compr¨¦ un traje largo. Se formaban largas colas en la plaza de la Armer¨ªa, incluso cuando alg¨²n a?o diluvi¨®, donde la ciudadan¨ªa convidada aguantaba a pie firme el carrusel de minibuses que atravesaba algunos patios del Alc¨¢zar y bajaba hasta los jardines del Campo del Moro, donde se celebraba el acontecimiento. Creo haber mostrado mi respeto y gratitud por el convite no estrechando la mano del Rey, que deb¨ªa terminar hinchada y dolorida, como les pasa a algunos familiares de difuntos notables el d¨ªa del funeral. Hubo que renunciar a la fiesta, pues la alternancia democr¨¢tica implicaba que cada poco tiempo hubiese que a?adir unos centenares de personajes de medio o corto pelo. Hubieran acabado sentados en las fuentes y metiendo los pies en los estanques.
Estamos pasando por una severa crisis, aunque creo que la sufre s¨®lo una parte de la poblaci¨®n
La inmensa mayor¨ªa de las se?oras luc¨ªan largos trajes de noche, aunque el guateque fuese por la tarde, y sus parejas, en general, el esmoquin ocasional. Hubo pocas excepciones, entre las que cuento la de mi querido amigo Vicente Antonio Pineda -gran conocedor del cine-, que asisti¨® un a?o con una llamativa chaqueta en tono lim¨®n y una corbata de que la no quiero acordarme.
Estamos pasando por una severa crisis, aunque tengo la impresi¨®n de que la sufre s¨®lo una parte de la poblaci¨®n, pues no remite la oferta de art¨ªculos utilizados en el embellecimiento de las damas. Echemos un vistazo no s¨®lo a las revistas femeninas, sino a cualquier suplemento dominical de los diarios para comprobar que no ha disminuido el envite publicitario de cremas, vestidos, accesorios, gafas de dise?o, bolsos, relojes, zapatos, autom¨®viles de gran cilindrada, modelos de alta costura a precios relativamente asequibles, jers¨¦is de cachemira, tejanos de firma, bufandas de angora y toda suerte de potingues embellecedores, aparatos gimn¨¢sticos, dietas novedosas. Etc¨¦tera, etc¨¦tera. Sin olvidar la proposici¨®n de electrodom¨¦sticos de ¨²ltimo caletre, televisores con pantalla de plasma, tel¨¦fonos m¨®viles a los que no les falta m¨¢s que ladrar, lavavajillas, cruceros por mares ex¨®ticos y las novedades de los grandes modistos, valoradas en los desfiles televisivos de muchachas bell¨ªsimas, hier¨¢ticas, que no parecen de verdad. E incluso hombres j¨®venes, adaptados al oficio de maniqu¨ªes.
Una curiosidad para uso varonil: el esmoquin viene definido como "prenda masculina de etiqueta, de menos ceremonia que el frac, a modo de chaqueta sin faldones". El diccionario da como ingl¨¦s el origen de la palabra, y nada m¨¢s alejado de la realidad, pues lo que m¨¢s se le acerca es el "smoking jacquet", una chaqueta usada que se endosaban para fumar en pipa, no por af¨¢n refinado de gala o ceremonial, sino porque el chisporroteo de las cachimbas produc¨ªa frecuentes agujeros en la ropa, siempre menos deplorados si se trataba de una vieja prenda.
Vestirse, alimentarse, saber la hora, mantenerse en forma, lidiar con las arrugas, conducir un cochazo, disponer de amplio guardarropa, con sandalias que pueden costar lo que un alquiler modesto y poseer esmoquin, frac y, en el colmo del refinamiento, el chaqu¨¦ para alguna boda de tron¨ªo no son los m¨¢s id¨®neos s¨ªntomas de una crisis que, en muchos ambientes, es s¨®lo un tema inane del que hablar, como hacen los brit¨¢nicos con el tiempo. Las cosas claras y caras.
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