El r¨ªo grande
Los r¨ªos, cualquiera que sea el lugar o la regi¨®n en la que est¨¦n, producen una identidad compartida, sin necesidad de puentes ni obras de gran envergadura. Los r¨ªos fueron los primeros canales de comunicaci¨®n entre diferentes asentamientos. Las primeras autopistas de gente e informaci¨®n. Las redes fluviales han potenciado y facilitado lo que llamamos civilizaci¨®n. As¨ª ha sido.
Mucho m¨¢s f¨¢cil fue navegar que transitar por caminos. El agua es un conductor de culturas m¨¢s viable que la tierra. Tanto es as¨ª que no hay m¨¢s que ver qu¨¦ conoci¨® antes el europeo, lo que se hallaba separado por el agua del Atl¨¢ntico o lo que separaba las tierras del S¨¢hara. Se puede decir, y es verdad, que ?frica se conoci¨® mucho antes que Am¨¦rica, pero no as¨ª sus corazones. Livingstone naci¨® mucho despu¨¦s de que algunos criollos americanos se hubieran independizado de las metr¨®polis. Y, que se sepa, las ciudades portuarias de Am¨¦rica penetraron en tierra adentro mucho m¨¢s que los peque?os fuertes establecidos en las costas africanas. El Atl¨¢ntico era m¨¢s grande, pero el S¨¢hara result¨® ser m¨¢s infranqueable.
Quien desee buscar c¨®mo nacen y mueren las civilizaciones, que comience por estudiar c¨®mo nacen y mueren los r¨ªos. El nacimiento de la ciudad es contempor¨¢neo a las mejoras de las t¨¦cnicas de navegaci¨®n. Sin el r¨ªo y sin la navegaci¨®n, las ciudades, que se distingu¨ªan de las aldeas por ser el lugar donde se desarroll¨® el arte de la escritura, nunca hubieran tenido la influencia que tuvieron m¨¢s all¨¢ de sus muros. Siempre ha sido as¨ª: el r¨ªo permit¨ªa ampliar sus mercados, sus recursos, sus ¨¢reas de influencia. El r¨ªo ha sido en la historia la primera gran prolongaci¨®n de la metr¨®polis. Antes el r¨ªo funcionaba como funcionan hoy los trenes de cercan¨ªas: medios de comunicaci¨®n que chupaban la savia de las poblaciones vecinas que, hoy como ayer, se quedaban vendidas al enorme poder de la ciudad. La proximidad de la gran ciudad ha transformado a demasiados pueblos en ciudades dormitorio.
Sin duda, pienso, son algunas de las razones para estar ilusionado con el proyecto que plantea la Junta de Andaluc¨ªa para potenciar el desarrollo econ¨®mico, social y cultural de la cuenca del Guadalquivir. Tanto, que me resulta imposible no pensar, aunque sea vagamente, en el papel que han tenido los r¨ªos en la historia de la humanidad. Ahora bien, para el buen funcionamiento del proyecto es vital la implicaci¨®n de los ciudadanos del territorio implicado. El resto es secundario. La inversi¨®n ahora se puede antojar colosal, pero como todas las inversiones, m¨¢s pronto que tarde se antojar¨¢ insuficiente. Las potencialidades del r¨ªo pueden parecernos incre¨ªbles, pero luego, quiz¨¢s, nos parezcan que no son tantas como pens¨¢bamos, que lo mismo resulta que no es tan tur¨ªstico y su utilidad no es tanta. Ahora pensamos que hemos planificado todo, pero luego siempre surge algo que se escap¨®.
La gesti¨®n debe ser exquisita, sin alardes y alejando de ella intereses especulativos, tan f¨¢ciles de surgir en proyectos de esta naturaleza. Si se alejan, las cr¨ªticas que afloren siempre ser¨¢n menores y los descontentos tambi¨¦n. Aunque, y lo doy por hecho, siempre saltar¨¢ alg¨²n pol¨ªtico que quiera sacar r¨¦dito de los fallos. No hay proyecto que no sufra de todo esto, pero no importa. Lo fundamental, la clave, es la participaci¨®n de los ciudadanos de las comarcas directamente implicadas. No es necesario recordar que este proyecto, como cualquier otro, puede sufrir errores, no abusos, pero si s¨®lo son errores, pueden rectificarse.
Eso s¨ª, sin la participaci¨®n de la gente de la comarca el proyecto corre el riesgo de convertirse en producto de consumo para la siempre caprichosa demanda urbanita. Si el proyecto se ha construido desde los pueblos y para los pueblos hacia las ciudades, y no desde la ciudad y para la ciudad hacia los pueblos, funcionar¨¢: el r¨ªo, el Guadalquivir, ser¨¢ de nuevo un puente cultural, seguir¨¢ su curso natural y con su recorrido se har¨¢ m¨¢s grande nuestra historia.
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