Dinero y avemar¨ªas
Siempre ha estado la Iglesia cat¨®lica muy metida en el mundo, en el dinero, tan necesario para la caridad, y en C¨®rdoba ha tenido su monte de piedad y caja de ahorros desde el ¨²ltimo tercio del siglo XIX hasta hoy, cuando se llama Cajasur y parece en trance de fusi¨®n con Unicaja, de M¨¢laga, bajo el peso del Banco de Espa?a. El Cabildo catedralicio cordob¨¦s no ha podido evitar la zarabanda de los matrimonios entre cajas de ahorros, tan apasionante como las luchas y alianzas din¨¢stico-matrimoniales de las antiguas casas reales. Una autoridad eclesial-financiera lo ha dicho en C¨®rdoba: hab¨ªa que "seguir adelante con este matrimonio" o sufrir la invasi¨®n del Banco de Espa?a. Ahora, con m¨ªnima participaci¨®n garantizada en el gobierno de la nueva caja, los sacerdotes financieros habr¨¢n de pelear para no disolverse en la guerra entre partidos y fracciones de partidos que controlan el consejo de administraci¨®n.
Sabr¨¢n arregl¨¢rselas. La Iglesia es antigua, pero flexible y siempre moderna, y tiene experiencia en las finanzas internacionales, universales y locales, cat¨®licas. El papa Benedicto XVI hablaba no hace mucho con los sacerdotes de Roma en una audiencia a puertas cerradas: "La Iglesia tiene el deber de permanecer vigilante para comprender las razones del mundo econ¨®mico". Estaba anunciando su enc¨ªclica, Caritas in veritate. La tradici¨®n bancaria vaticana jam¨¢s habla de dinero para negocios, sino para obras p¨ªas, de caridad, a trav¨¦s del Instituto para las Obras de Religi¨®n (IOR) desde los a?os cuarenta, desde P¨ªo XII, papa muy querido en la Espa?a de entonces. La caridad y la piedad cat¨®licas son parte del sentido de la propiedad, y, bien relacionada, la Iglesia recauda bienes y capitales con absoluta discreci¨®n, como bajo secreto de confesi¨®n. El Estado Vaticano es poco propicio a las normas internacionales de transparencia financiera.
La m¨¢s famosa cabeza de las finanzas vaticanas ha sido el arzobispo americano Paul Marcinkus, que se gan¨® en Roma la confianza de Pablo VI y Juan Pablo II, y fue famoso por sus conexiones sospechosas con logias mas¨®nicas y mafia. Un d¨ªa le dijo a un periodista ingl¨¦s: "?Se puede vivir en este mundo sin preocuparse del dinero? No se puede dirigir la Iglesia con avemar¨ªas". Los can¨®nigos de C¨®rdoba lo saben. En los a?os treinta del siglo pasado el dinero de las Obras P¨ªas se invert¨ªa en la modernizaci¨®n de Italia, energ¨ªa el¨¦ctrica, telefon¨ªa, ferrocarriles, automoci¨®n y aviaci¨®n, cr¨¦dito y seguros, construcci¨®n, armas, los mejores negocios de la ¨¦poca, aparentemente eternos. Tambi¨¦n los sacerdotes financieros de C¨®rdoba han optado en estos ¨²ltimos a?os por el sector de moda, la inversi¨®n inmobiliaria orientada al turismo costero. No han ido bien las cosas. Los bienes ra¨ªces no eran incre¨ªblemente piedra s¨®lida sobre la que edificar. Ahora se ven con 4.000 viviendas y dos millones de metros cuadrados en el aire, tambaleantes, y una banca con problemas de liquidez, ¨¢rida, seca.
Andan estos d¨ªas involucrados en fusiones desagradablemente profanas, p¨²blicas. No es que la Iglesia haya perdido autoridad moral (sigue teniendo la misma que ten¨ªa), es que han ido mal los negocios y los tiempos cambian. Los Montes de Piedad cat¨®licos adaptaron la idea protestante de crear cajas de ahorros para inculcar disciplina monetaria al pobre trabajador, pero han perdido la funci¨®n que desempe?aron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los obreros ten¨ªan sus sindicatos para salvaguardar sus intereses, los industriales sus consorcios, y quedaban las categor¨ªas indefensas, el peque?o agricultor, el peque?o comerciante, el peque?o artesano, la C¨®rdoba de toda la vida. La Iglesia cat¨®lica pens¨® en ellos, cre¨® cooperativas de cr¨¦dito. Era un camino para construir a trav¨¦s del sistema financiero lo que no hab¨ªan conseguido 2000 a?os de predicaci¨®n: la sociedad verdaderamente cristiana. No ha cambiado la Iglesia. Ha cambiado el sistema.
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