Historia de tambor y trompeta
Hay muchas formas de abordar la historia de Espa?a, pero la que se distingue con el Premio Nacional casi siempre es la misma: la que presta la m¨¢xima atenci¨®n a las aventuras de reyes y nobles, a sus pompas, guerras y conquistas. En la Monarqu¨ªa se encuentra el tronco de nuestra historia com¨²n, parece que piensan quienes conceden ese premio, el v¨ªnculo uniformador de nuestro pasado m¨¢s remoto con nuestro presente m¨¢s actual.
Y es esa historia apolog¨¦tica del poder, de sus s¨ªmbolos e instituciones, la ¨²nica que se reconoce casi todos los a?os, con las debidas excepciones, con el Premio Nacional de Historia de Espa?a. Es como si el tiempo no hubiera pasado, como si el Ministerio de Cultura, el organismo que otorga esos premios desde el comienzo de la democracia, fuera todav¨ªa el Ministerio de Informaci¨®n y Turismo de la dictadura.
El Premio Nacional de Historia de Espa?a s¨®lo recae en obras sobre aventuras de reyes y nobles
No es ese tipo de historia, sin embargo, la que ense?an, escriben y divulgan la mayor¨ªa de los historiadores. La democratizaci¨®n y el surgimiento de la sociedad de masas oblig¨® a los historiadores a cambiar sus discursos y objetos de estudio durante el siglo XX. Fueron muchos los que reclamaron con sus investigaciones una historia que tuviera en cuenta los factores econ¨®micos, sociales y culturales. Una historia que dejara de concentrarse en las vidas y acciones de reyes y notables y mostrara inter¨¦s, por el contrario, por sectores m¨¢s amplios de la sociedad y en las condiciones bajo las que viv¨ªan.
Al desplazar el foco de inter¨¦s desde las ¨¦lites o clases dirigentes a las vidas, actividades y experiencias de la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, el estrecho campo de los sujetos hist¨®ricos abarcado por la historia pol¨ªtica tradicional se ensanch¨® y el estudio del pasado se democratiz¨®.
Frente a la historia apolog¨¦tica del poder, utilizada y manipulada para generar una mayor lealtad de los ciudadanos a los dirigentes del Estado, surgi¨® una nueva historia, casi siempre etiquetada como social, enriquecida por los hallazgos de antrop¨®logos, economistas y soci¨®logos, que escuchaba los ecos de todas las voces marginadas por las historias oficiales.
Las cosas resultaron algo diferentes en Espa?a.
La victoria franquista en abril de 1939 y las posteriores d¨¦cadas de dictadura se manifestaron, por lo que a la historiograf¨ªa se refiere, en la imposici¨®n de una perspectiva reaccionaria y antiliberal que ignor¨® en todo momento las divisiones sociales, ling¨¹¨ªsticas, religiosas y de sexo, y levant¨® un poderoso dique de contenci¨®n frente a las nuevas corrientes en las ciencias sociales y a los an¨¢lisis de las fuerzas an¨®nimas y colectivas.
Aunque lento y desigual, no obstante, el avance de esa nueva historia ha dado tambi¨¦n entre nosotros, en los ¨²ltimos a?os, notables frutos. Hemos recuperado una buena parte del desfase en que nos dej¨® ese periodo tan excepcional que fue el franquismo, por su dureza, duraci¨®n y miseria intelectual.
Los historiadores escriben en la actualidad sobre una multitud de temas inimaginable unas d¨¦cadas antes. Cualquier aspecto de relevancia, m¨ªnima o m¨¢xima, para los humanos tiene ya su historia escrita, le¨ªda muchas veces por miles de personas.
Nada de eso preocupa a quienes controlan el mecanismo de concesi¨®n de los premios nacionales de historia de Espa?a. No es que no conozcan esas otras historias, los buenos libros que todos los a?os aparecen sobre esos temas en el mercado; sencillamente, las desprecian y en el fondo consideran que esas narraciones de las experiencias cotidianas de hombres y mujeres rescatados de la multitud an¨®nima son irrelevantes, subproductos de la historia que no pueden compararse con la grandeza de la Monarqu¨ªa.
La primera obra premiada por el Ministerio de Cultura, en 1979, fue Los or¨ªgenes del Consejo de Ministros de Espa?a, un estudio en realidad de la Junta Suprema de Estado que existi¨® entre 1787 y 1792; la ¨²ltima, treinta a?os despu¨¦s, ha distinguido al mismo autor, Jos¨¦ Antonio Escudero, por coordinar El Rey. Historia de la Monarqu¨ªa.
En medio de esas dos fechas, libros dedicados a Fernando III, Felipe II, Isabel I o Alfonso X. Premios que han ido a parar muy a menudo a miembros de la Real Academia de la Historia, concedidos por miembros de las otras Academias. Y todos los premiados fueron varones, excepto una mujer, M? del Carmen Iglesias, a quien se le dio el premio en el a?o 2000 no por una obra suya, sino por prologar y coordinar un estudio sobre los "s¨ªmbolos de Espa?a", el escudo, la bandera y el himno, escrito en su mayor parte por otros dos acad¨¦micos de la Real Academia de la Historia.
A comienzos del siglo XXI, Cl¨ªo, la musa de la historia, se presenta ante la sociedad con muchas caras, haciendo de la historia un elemento esencial para la educaci¨®n ciudadana y la cultura p¨²blica. Los miembros de las Reales Academias no se han dado por enterados y siguen premiando a la historia que el ingl¨¦s J. R. Green llamaba hace m¨¢s de un siglo "de tambor y trompeta".
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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