El triunfo de la libertad
El ex canciller, figura clave en la unificaci¨®n de Alemania, cuenta en este texto los pasos dados para lograr la unidad de su pa¨ªs, un camino que siempre vio en paralelo al de la unidad europea
El 9 de noviembre de 1989 cay¨® el muro de Berl¨ªn. Hab¨ªan pasado m¨¢s de cuatro decenios desde del comienzo de la guerra fr¨ªa y 28 a?os desde el momento de su construcci¨®n.
Durante d¨¦cadas, el muro de Berl¨ªn no s¨®lo desgarr¨® familias, una ciudad y un pa¨ªs en dos partes, lo que ya es bastante malo. Tambi¨¦n era un s¨ªmbolo de la guerra fr¨ªa. Representaba la divisi¨®n de Berl¨ªn, de nuestro pa¨ªs, de Europa y del mundo en una parte libre y en una no libre.
Finalmente, el muro cay¨® de forma completamente pac¨ªfica, sin un tiro, sin derramamiento de sangre. Fue como un milagro. La protesta pac¨ªfica de las personas de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA) hab¨ªa ido cobrando impulso de forma lenta, pero continuada, a lo largo de los meses; y finalmente, era ya incontenible. El obstinado r¨¦gimen del Partido Socialista Unificado (SED) de la RDA, que hasta el ¨²ltimo momento hab¨ªa rechazado reformas fundamentales, fracas¨® por la voluntad de libertad de las personas, tal como Konrad Adenauer, el primer canciller de la Rep¨²blica Federal de Alemania (RFA), hab¨ªa pronosticado hac¨ªa 40 a?os.
De entre nuestros aliados europeos, s¨®lo uno estuvo desde el principio a favor de la unidad: Felipe Gonz¨¢lez
Me gusta citar a Bismarck: "Cuando el manto de Dios pasa por la historia, hay que saltar y agarrarse a ¨¦l"
En los a?os setenta, una mayor¨ªa de la clase pol¨ªtica alemana ya hab¨ªa renunciado a la idea de unificar su pa¨ªs
Gorbachov pag¨® un alto precio por su l¨ªnea pac¨ªfica. Los alemanes jam¨¢s podremos estarle bastante agradecidos
Yo segu¨ª la l¨®gica de Konrad Adenauer. Quer¨ªa una Alemania libre y unida en una Europa libre y unida
Despu¨¦s de la ca¨ªda del muro, en noviembre de 1989, no iba a transcurrir ni siquiera un a?o hasta que alcanz¨¢ramos la reunificaci¨®n en paz y libertad, con la aprobaci¨®n de nuestros socios y aliados en el mundo. El 3 de octubre de 1990 pudimos celebrar el d¨ªa de la unidad alemana. Fue un triunfo de la libertad.
Por tanto, el 20? aniversario de la ca¨ªda del muro es para nosotros, los alemanes, sobre todo un d¨ªa de gran alegr¨ªa y gratitud. Al mismo tiempo, tambi¨¦n representa para nosotros una fecha importante para tomar conciencia del contexto hist¨®rico en el que cay¨® el muro y en el que posteriormente se produjo la unidad alemana. Porque ni la ca¨ªda del muro ni la reunificaci¨®n son acontecimientos inevitables de la historia, que se dieron de ese modo, sin m¨¢s.
Antes bien, la ca¨ªda del muro y la reunificaci¨®n son el resultado de un permanente y dif¨ªcil acto de equilibrio pol¨ªtico que se remontaba a 1945-1949 y que siempre fue extremadamente discutido. Era el constante equilibrio entre el distanciamiento y el acercamiento. Por un lado, se trataba de mantener abierta la cuesti¨®n alemana. Por otro, se trataba de construir, en la medida de lo posible y sin renunciar a las propias posiciones fundamentales, unas "relaciones normales" entre la Rep¨²blica Federal de Alemania y la RDA, de facilitar la vida a las personas de la parte oriental de nuestro pa¨ªs y de contrarrestar el extra?amiento entre los alemanes del Este y del Oeste.
Yo jam¨¢s dud¨¦ de que el muro caer¨ªa en alg¨²n momento y de que Alemania volver¨ªa a unirse. Pero siempre fue una pregunta abierta c¨®mo y cu¨¢ndo ocurrir¨ªa esto. Durante largo tiempo ni siquiera supe si esto suceder¨ªa mientras viviera. Siempre estuvo claro que para que eso ocurriera deb¨ªan concurrir muchas cosas; tal como sucedi¨® durante los a?os 1989 y 1990. No s¨®lo la voluntad de libertad de las personas de la RDA; no s¨®lo la gl¨¢snost y la perestroika; no s¨®lo la pol¨ªtica de distensi¨®n entre Oriente y Occidente; no s¨®lo el presidente de EE UU, George Bush; no s¨®lo el secretario general sovi¨¦tico, Mija¨ªl Gorbachov; no s¨®lo el canciller alem¨¢n: nadie se habr¨ªa bastado por s¨ª solo para llevar a cabo la ca¨ªda del muro y la reunificaci¨®n. Se requer¨ªa m¨¢s bien una feliz -me gustar¨ªa decir hist¨®rica- constelaci¨®n de personas y acontecimientos.
Tambi¨¦n forma parte de la conciencia hist¨®rica saber que con la ca¨ªda del muro a¨²n no se hab¨ªa conquistado la unidad. Al contrario, nada estaba a¨²n decidido el 9 de noviembre de 1989. Es cierto que se hab¨ªa abierto una rendija en una puerta, pero nada estaba decidido todav¨ªa en el d¨ªa en que cay¨® el muro. La reunificaci¨®n de nuestro pa¨ªs era m¨¢s bien una lucha de poder pol¨ªtico en torno al statu quo europeo y a los intereses de seguridad en el Este y el Oeste. Hasta el ¨²ltimo momento, fue un acto de equilibrio en el campo de tensi¨®n de la guerra fr¨ªa.
Para describir la situaci¨®n en la que yo me encontraba entonces me gusta citar a Otto von Bismarck, porque no hay una imagen mejor: "Cuando el manto de Dios pasa por la historia, hay que saltar y agarrarse a ¨¦l".
Para eso tienen que darse tres requisitos: en primer lugar, hay que tener la visi¨®n de que se trata del manto de Dios. En segundo lugar, debe sentirse el momento hist¨®rico; y en tercer lugar, hay que saltar y (querer) agarrarse a ¨¦l. Para esto no s¨®lo se requiere valor. Se trata m¨¢s bien de valor e inteligencia. Porque en la pol¨ªtica no se puede actuar como el general Zieten, que decidi¨® batallas a favor de Federico el Grande de Prusia irrumpiendo desde el bosque y arrollando al enemigo en un ataque por sorpresa; eso no es ning¨²n modelo para la pol¨ªtica.
La pol¨ªtica requiere sentido de lo factible, y tambi¨¦n sentido para saber lo que es tolerable para los dem¨¢s. Esto se aplicaba en especial a la cuesti¨®n alemana, y de forma muy singular a la ¨¦poca posterior a la ca¨ªda del muro. El proceso de unificaci¨®n pol¨ªtica era sensible en extremo, porque nosotros, los alemanes, no est¨¢bamos solos en el mundo. En el momento en que la unificaci¨®n parec¨ªa al alcance de la mano, hablar en defensa de la unidad alemana o embarcarse en discursos nacionalistas hubiera sido perjudicial en alto grado para la causa de los alemanes. Interiormente yo estaba, especialmente tras la ca¨ªda del muro, mucho m¨¢s adentrado en el camino de la unidad de lo que pod¨ªa manifestar externamente.
Un ejemplo especialmente pertinente de lo que digo es mi programa de diez puntos, que present¨¦ en solitario -es decir, sin someterlo a consulta alguna en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica nacional o internacional- en el Bundestag dos semanas y media despu¨¦s de la ca¨ªda del muro, el 28 de noviembre de 1989. Como objetivo, en el punto d¨¦cimo mencionaba expresamente la recuperaci¨®n de la unidad estatal de Alemania, pero renunciaba conscientemente a fijar sus plazos. Con la hoja de ruta expuesta en diez puntos tom¨¦ la iniciativa en el camino hacia la unidad alemana y marqu¨¦ inequ¨ªvocamente la direcci¨®n. Esto era entonces lo m¨¢ximo a lo que pod¨ªa atreverme. Las reacciones lo volvieron a dejar claro.
(...) Yo siempre hab¨ªa trabajado en el sentido de una reunificaci¨®n de mi pa¨ªs. Mi m¨¢s profunda convicci¨®n era que ten¨ªamos que dejar abierta la cuesti¨®n alemana hasta que llegara el momento. A este respecto siempre me he visto en la continuidad de Konrad Adenauer. El primer canciller de la Rep¨²blica Federal de Alemania marc¨® los cambios de aguja decisivos en la cuesti¨®n alemana. Desde el principio, Adenauer ten¨ªa un rumbo claro. Tras la Segunda Guerra Mundial, quer¨ªa devolver a Alemania a la comunidad de los pueblos libres, quer¨ªa una Europa libre y unida con una Alemania libre y unida. Estaba claramente al lado del Occidente libre, no deambulaba entre Occidente y Oriente. Para ¨¦l, la integraci¨®n de la Rep¨²blica Federal en el Occidente libre y la vinculaci¨®n a EE UU eran inequ¨ªvocamente prioritarias a la reunificaci¨®n alemana, que jam¨¢s perdi¨® de vista tampoco.
As¨ª, el 5 de mayo de 1955, d¨ªa en el que las potencias occidentales declararon la soberan¨ªa de la Rep¨²blica Federal, en el que la Rep¨²blica Federal entr¨® en la Uni¨®n Europea Occidental y en el que fue aceptada en la OTAN, Konrad Adenauer proclam¨®: "Vosotros nos pertenec¨¦is, nosotros os pertenecemos. Siempre pod¨¦is confiar en nosotros, porque junto con el mundo libre no tendremos descanso ni pausa hasta que tambi¨¦n vosotros hay¨¢is reconquistado los derechos humanos y est¨¦is pac¨ªficamente unidos con nosotros en el mismo Estado".
Tambi¨¦n defendi¨® obstinadamente que se reservara en exclusiva a la Rep¨²blica Federal el derecho de representaci¨®n de Alemania. Hoy hay a quien esto le parece una obviedad; pero en los inestables a?os posteriores a la Segunda Guerra Mundial era extremadamente incierto.
(...) La brutal represi¨®n del levantamiento popular de la RDA el 17 de junio de 1953 por las tropas sovi¨¦ticas reafirm¨® a Konrad Adenauer en la idea de que no hab¨ªa una alternativa responsable a la integraci¨®n en Occidente. Fue correcto que, en respuesta a la Nota de Stalin de marzo de 1952, los aliados occidentales, de acuerdo con el canciller federal, exigieran elecciones libres en toda Alemania como requisito para dar pasos ulteriores, pues la condici¨®n de Stalin era una Alemania neutral. Adenauer part¨ªa, con raz¨®n, de que una Alemania neutral crear¨ªa un vac¨ªo de poder en Europa que llenar¨ªa la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El hecho de que durante su periodo de gobierno lograra, a pesar de todo, que en 1955 los ¨²ltimos prisioneros de guerra alemanes retornaran de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, subraya que para ¨¦l la vinculaci¨®n a Occidente no era un dogma que obstaculizara la salvaguardia de los intereses nacionales en el Este.
Desde mi punto de vista, las convicciones de Adenauer nunca hab¨ªan perdido actualidad: una reunificaci¨®n sin una firme integraci¨®n en las alianzas occidentales hubiera llevado a nuestro pa¨ªs a la neutralidad. La consecuencia hubiera sido en ¨²ltima instancia una Alemania no libre en el ¨¢mbito de poder de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Por consiguiente, la ca¨ªda del muro del 9 de noviembre de 1989 y la reunificaci¨®n alemana del 3 de octubre de 1990 son, no en ¨²ltimo t¨¦rmino, la impresionante confirmaci¨®n tard¨ªa del consecuente rumbo de Adenauer de vinculaci¨®n a Occidente con la reserva de la reunificaci¨®n, rumbo al que nos hemos mantenido firmes a lo largo de los a?os.
Es tambi¨¦n cierto que mantener la firmeza en la cuesti¨®n alemana se fue haciendo m¨¢s y m¨¢s dif¨ªcil, porque el esp¨ªritu de la ¨¦poca se opon¨ªa a ello cada vez con mayor fuerza. Cuanto m¨¢s duraba la divisi¨®n, mayor era en la Rep¨²blica Federal el grupo de quienes, cuando menos, se acomodaban a los dos Estados y quer¨ªan aceptar la divisi¨®n de Alemania como realidad. Ya en los a?os setenta, la unidad era asunto primordial s¨®lo para unos pocos en nuestra naci¨®n. No la mayor¨ªa de la gente, pero sin duda una mayor¨ªa de la clase pol¨ªtica de nuestro pa¨ªs hab¨ªa renunciado hac¨ªa tiempo a la idea de la unidad. Esta postura era com¨²n a todos los partidos; la diferencia entre ellos estribaba en d¨®nde estaba la mayor¨ªa del partido y d¨®nde sus l¨ªderes.
Quien defendiera entonces la unidad era considerado o trasnochado o agitador de la guerra. A¨²n me acuerdo muy bien de aquella ¨¦poca en la que llegu¨¦ a Bonn como l¨ªder de la oposici¨®n, en 1976. Como yo era uno de los pocos que a¨²n cre¨ªan en la unidad alemana, me gan¨¦ la fama de ser un halc¨®n. Cuando tom¨¦ posesi¨®n como canciller en 1982, mis adversarios pol¨ªticos dentro de Alemania atizaron de inmediato los temores a que conmigo como jefe de Gobierno se iniciar¨ªa una supuesta "nueva edad del hielo" entre el Este y el Oeste. Mis adversarios se equivocaron, porque ocurri¨® lo contrario: bajo mi liderazgo pol¨ªtico se fijaron los cambios de agujas esenciales en el camino hacia la unidad. Impuls¨¦ el proceso de integraci¨®n europeo en t¨¢ndem con el presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand. Me esforc¨¦ en lograr mejoras muy concretas de las condiciones de vida de los habitantes de la RDA, intent¨¦ no dar ning¨²n motivo para las tensiones entre el Este y el Oeste, tambi¨¦n mostr¨¦ disposici¨®n al di¨¢logo con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, abr¨ª posibilidades de cooperaci¨®n y me mantuve firme, sin embargo, en mis posiciones b¨¢sicas respecto a la pol¨ªtica sobre la unificaci¨®n alemana.
Con mi pol¨ªtica segu¨ª la l¨®gica de Adenauer: la unificaci¨®n europea y la unidad alemana son las dos caras de la misma moneda. Al principio de mi etapa como canciller, el proceso de unificaci¨®n europea pasaba por una de sus horas m¨¢s bajas. Muchos hab¨ªan dejado de creer en la idea de Europa como casa com¨²n. (...) Cuando en 1989 la reunificaci¨®n pas¨® a la agenda pol¨ªtica, quedaban muchas cosas por hacer, pero con mi participaci¨®n se hab¨ªan logrado progresos esenciales: en los a?os ochenta hab¨ªamos firmado el Acta ?nica Europea con la que, entre otras cosas, se completaba el mercado ¨²nico europeo. Ya desde mediados de los a?os ochenta, junto con el presidente franc¨¦s, Mitterrand, hab¨ªamos marcado el camino para la introducci¨®n de una moneda com¨²n europea.
En cuanto a la pol¨ªtica sobre la unificaci¨®n alemana, al acceder a la canciller¨ªa dispuse que se ampliara el informe anual sobre el estado de la naci¨®n y que al t¨ªtulo se le a?adiera "en la Alemania dividida". Consideraba que se enviaba as¨ª una se?al importante, tanto hacia el interior como hacia el exterior. Con el cr¨¦dito de miles de millones a la RDA, gestionado principalmente por Franz Josef Strauss -con mi cobertu-ra-, retomamos las conversaciones con la RDA y logramos como contraprestaci¨®n considerables mejoras humanitarias, como el desmantelamiento de las minas antipersona en la frontera entre las dos Alemanias, as¨ª como facilidades para la reunificaci¨®n familiar y los intercambios comerciales m¨ªnimos.
La decisi¨®n de todas las decisiones en el camino hacia la unidad alemana fue el doble acuerdo de la OTAN [oferta a los pa¨ªses del Pacto de Varsovia de un acuerdo para limitar los misiles de alcance medio, combinada con la amenaza de desplegar armas nucleares de alcance medio en territorio europeo en caso de no llegar a un compromiso] que mi predecesor, Helmut Schmidt, impuls¨® contra la voluntad de su partido y que yo impuse en nuestro pa¨ªs frente a todas las resistencias. Hoy sigo tan convencido del acierto de esa decisi¨®n, como de lo dif¨ªcil que fue tomarla en su momento. Fue una decisi¨®n muy solitaria. Todav¨ªa hoy tengo ante los ojos la imagen de los cientos de miles de manifestantes que salieron a la calle contra el doble acuerdo de la OTAN. Todav¨ªa me acuerdo del gesto g¨¦lido de los socialdem¨®cratas cuando el socialista Mitterrand, en un discurso ante el Bundestag, se puso incondicionalmente de nuestra parte, incluso en contra de sus correligionarios alemanes... que con su rechazo estaban completamente aislados en Europa occidental.
Estoy convencido en lo m¨¢s hondo de que sin el doble acuerdo de la OTAN el muro no habr¨ªa ca¨ªdo en 1989 y de que en 1990 no habr¨ªamos alcanzado la reunificaci¨®n. El mundo habr¨ªa tomado un curso completamente distinto. El riesgo era evidente. Sin el doble acuerdo de la OTAN [el estacionamiento de nuevos misiles nucleares en territorio de la RFA, que fue considerado una se?al fuerte de alianza con Occidente], la amenaza era un masivo desplazamiento del poder en Europa a favor de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La OTAN, con los estadounidenses, se habr¨ªa retirado paso a paso de Europa central. La consecuencia habr¨ªa sido que al menos la Rep¨²blica Federal de Alemania, Austria y la RDA, y tal vez los pa¨ªses del Benelux e Italia, se hubieran convertido en las denominadas "zonas libres de armas nucleares y desmilitarizadas", mientras que la Uni¨®n Sovi¨¦tica habr¨ªa extendido su ¨¢mbito de influencia y, sobre todo, se habr¨ªa beneficiado de la potencia econ¨®mica de la Rep¨²blica Federal. (...)
Mi Gobierno tambi¨¦n defendi¨® las posiciones fundamentales de nuestra pol¨ªtica sobre la unidad de Alemania. Entre ellas se contaba, sobre todo, la cuesti¨®n sobre la nacionalidad alemana. Me acuerdo muy bien del encendido debate que se desarrollaba precisamente en la ¨¦poca en la que acced¨ª a la canciller¨ªa. El reconocimiento de la nacionalidad de la RDA ser¨ªa, a lo largo de los a?os, una de las exigencias m¨¢s tozudas de Honecker al Gobierno de la RFA. Yo ten¨ªa buenas razones para mi rotundo rechazo. Al renunciar a una sola nacionalidad alemana, habr¨ªamos renunciado de forma simult¨¢nea a la idea de una sola naci¨®n alemana, y habr¨ªamos disuelto con ello el lazo decisivo de comunidad entre las personas de ambas partes de Alemania y habr¨ªamos privado a las personas de la RDA una protecci¨®n esencial¨ªsima y una buena medida de esperanza. Entre las consecuencias pr¨¢cticas, habr¨ªa estado que en 1989 Hungr¨ªa no habr¨ªa tenido base alguna en el derecho internacional para posibilitar de forma "legal" a nuestros conciudadanos el camino hacia la libertad. Y las personas de la RDA tendr¨ªan que haber solicitado asilo entre nosotros, como extranjeros.
Mantuve la invitaci¨®n de mi predecesor Helmut Schmidt a Erich Honecker cuando acced¨ª a la canciller¨ªa. Era necesario mantener el di¨¢logo con la otra parte de Alemania. Cuando el secretario general del SED visit¨® finalmente Bonn en 1987, ligu¨¦ la visita a la condici¨®n de que nuestros discursos en la zona oficial fueran emitidos en directo en la parte occidental y, sobre todo, en la parte oriental de nuestro pa¨ªs. Millones de personas de la RDA miraron aquella noche a trav¨¦s del tel¨®n de acero y pudieron ver en el televisor c¨®mo le dije a Honecker: "La conciencia de la unidad de la naci¨®n est¨¢ tan viva como siempre, y es inquebrantable la voluntad de mantenerla. En lo que respecta al Gobierno federal repito: el pre¨¢mbulo de nuestra Ley Fundamental no es negociable porque responde a nuestra convicci¨®n. ?sta quiere una Europa unida, y llama a todo el pueblo alem¨¢n a completar la unidad y libertad de Alemania en libre autodeterminaci¨®n".
(...) Como la CDU, tambi¨¦n los socialdem¨®cratas se sintieron siempre obligados a la cuesti¨®n alemana. Sin embargo, la diferencia entre ellos y nosotros consist¨ªa en que el SPD ten¨ªa una orientaci¨®n cada vez m¨¢s acusadamente nacional, y nunca acept¨® la prioridad de la integraci¨®n en Occidente con todas sus consecuencias. Mientras que la CDU, en su acto de equilibrio entre el acercamiento y la distancia, mantuvo siempre un claro distanciamiento, el SPD m¨¢s bien mantuvo un curso de acercamiento al SED. (...) Naturalmente, tambi¨¦n hab¨ªa entre las filas de la CDU, conforme al esp¨ªritu de los tiempos, defensores de un mayor acercamiento a la RDA y al r¨¦gimen del SED, pero fueron marginales, nunca mayoritarios.
(...) Los aliados decisivos en nuestro camino fueron los estadounidenses. Una vez m¨¢s, mostraron ser m¨¢s una potencia protectora que una potencia ocupante, y se acreditaron como amigos de los alemanes. Desde el punto de vista del contenido, el discurso m¨¢s importante de un presidente estadounidense respecto a la relaci¨®n germano-estadounidense fue el que sostuvo George Bush a finales de mayo de 1989 en Maguncia, pocos meses despu¨¦s de ser elegido presidente de Estados Unidos. Fue una proclamaci¨®n muy consciente, dirigida tambi¨¦n a nuestros socios europeos y a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, cuando Bush, en el contexto de las transformaciones geopol¨ªticas, llam¨® a Estados Unidos y Alemania "partners in leadership" [socios en el liderazgo]. Durante la totalidad del proceso de unificaci¨®n, siempre pude confiar personalmente en mi amigo George Bush, con quien durante todo el tiempo me concert¨¦ de forma estrecha. (...)
Muy similares eran las cosas con Mija¨ªl Gorbachov en lo referente a la confianza personal, aunque muy distintas en lo que tocaba a la cuesti¨®n alemana. El jefe de Estado de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en un principio no quer¨ªa la unidad alemana. (...) Con las palabras gl¨¢snost y perestroika abri¨® el camino a las transformaciones de todo el bloque oriental. Igualmente, y eso he podido constatarlo una y otra vez en mis conversaciones, no quer¨ªa pensar hasta el final las consecuencias de su rumbo reformista. Quer¨ªa la apertura del bloque del Este, pero no quer¨ªa ver o darse cuenta del final que se derivar¨ªa necesariamente de ¨¦l, tambi¨¦n para la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Su gran m¨¦rito sigue siendo que amold¨® una y otra vez su pol¨ªtica a las necesidades. Sobre todo, muestra de esto es que en los agitados d¨ªas de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn mantuvo los tanques sovi¨¦ticos en los cuarteles y no hizo reprimir sangrientamente la rebeli¨®n. Durante todo el proceso de unificaci¨®n mantuvo la l¨ªnea pac¨ªfica. Nosotros, los alemanes, jam¨¢s podremos estarle lo bastante agradecidos por su valor. Con esto tambi¨¦n ¨¦l se expuso a un gran riesgo personal. En 1989 y 1990, Mija¨ªl Gorbachov tuvo que vivir bajo el temor constante de ser apartado mediante un golpe de Estado por los enemigos de las reformas en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Para nosotros esto habr¨ªa significado que de la noche al d¨ªa se volvieran a levantar sobre la frontera el muro y las alambradas, y que la cuesti¨®n de la unidad alemana quedara aplazada durante a?os.
Mija¨ªl Gorbachov pag¨® un alto precio por su l¨ªnea pac¨ªfica. Me acuerdo bien de c¨®mo Gorbachov, en su visita de junio de 1989 a Bonn, bajo la impresi¨®n de la gorbiman¨ªa en la RFA, me dijo que en su visita a la Markplatz de Bonn se hab¨ªa sentido como en la plaza Roja de Mosc¨². Cuando a?os m¨¢s tarde, a finales de los a?os noventa, despu¨¦s del desmembramiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, cruc¨¦ con Mija¨ªl Gorbachov la plaza Roja de Mosc¨², la gente se apartaba de ¨¦l.
Nuestros vecinos y socios europeos vivieron la ca¨ªda del muro y la perspectiva de la reunificaci¨®n alemana como una conmoci¨®n. Muchos contaban con que la unidad alemana llegar¨ªa, pero no mientras vivieran, ni desde luego en aquel momento. Por tanto, la ca¨ªda del muro fue levemente inoportuna para la mayor¨ªa de ellos. (...) De entre nuestros aliados europeos, s¨®lo uno estuvo desde el principio firmemente a nuestro lado: el presidente del Gobierno espa?ol, Felipe Gonz¨¢lez, que ni un solo minuto permiti¨® que surgiera la duda de d¨®nde estaba su lugar. Margaret Thatcher fue la m¨¢s franca entre los adversarios de la unidad y afirm¨®: "Prefiero dos Alemanias a una". Tambi¨¦n dijo: "?Hemos derrotado dos veces a los alemanes, y aqu¨ª est¨¢n otra vez!". La jefa del Gobierno brit¨¢nico, que finalmente, comprendiendo la inevitabilidad del proceso, dej¨® de cerrarse a la reunificaci¨®n de nuestro pa¨ªs, hab¨ªa apostado equivocadamente por que Gorbachov jam¨¢s aceptar¨ªa la pertenencia a la OTAN de una Alemania unida. En esto, al menos en un principio, estuvo de acuerdo con Fran?ois Mitterrand.
Tambi¨¦n del presidente de la Grande Nation vino alguna palabra poco amistosa antes de que finalmente se decantara por una posici¨®n clara y favorable a los alemanes. El cambio de Mitterrand, desde una postura inicialmente cr¨ªtica hacia la reunificaci¨®n hasta la aprobaci¨®n, sin duda se bas¨® de forma fundamental en que una vez m¨¢s pude convencerle de esto: la unidad alemana y la unidad europea eran para m¨ª las dos caras de la misma moneda.
Este texto es un amplio extracto del pr¨®logo de Helmut Kohl a su libro De la ca¨ªda del Muro a la reunificaci¨®n. Mis Memorias, que acaba de publicar Knaur Taschenbuch Verlag. La versi¨®n en castellano es responsabilidad de EL PA?S. Traducci¨®n de Jes¨²s Albores.
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