Tiempo de amapolas
Al sur de Colombia, los ingas contin¨²an su particular batalla contra otra tiran¨ªa, la de las mafias de la hero¨ªna.
Hernando Chindoy, gobernador del Cabildo Ind¨ªgena de los ingas, supo que hab¨ªan cambiado los tiempos la noche en que vio a sus vecinos comer algo que ¨¦l nunca hab¨ªa probado, sardinas en lata, inimaginables hasta entonces en su rinc¨®n del mundo, al extremo sur de Colombia, en el departamento de Nari?o, una imponente geograf¨ªa monta?osa que se alza hasta los 5.000 metros y ostenta varios volcanes que de tanto en tanto estornudan ceniza, para que nadie olvide que se trata de monstruos activos. Y las sardinas aquellas, que ven¨ªan en salsa de tomate y eran marca Van Camp's, resultaron ser apenas un anuncio de la gran transformaci¨®n que a partir de 2003 tendr¨ªa lugar en la zona, cuando sus gentes empezaron a andar armadas, las caras extra?as fueron m¨¢s que las conocidas, hubo billetes para meter al bolsillo, los bares y los burdeles salieron como de la nada y la muerte se instal¨® a vivir en los campos y las plazas.
... Supo que hab¨ªan cambiado los tiempos la noche en que vio a sus vecinos comer algo que ¨¦l nunca hab¨ªa probado, ni siquiera imaginado: sardinas en lata
La causante de la conmoci¨®n hab¨ªa sido una flor. Aquella a la que el tenore di grazia Tito Schipa le cantara inocentemente, amapola, lind¨ªsima amapola, ser¨¢ siempre mi alma tuya sola, sin sospechar que en un futuro cercano el objeto de sus trinos dar¨ªa lugar al multimillonario tr¨¢fico ilegal de la hero¨ªna. "Antes utiliz¨¢bamos la amapola como adorno", dice Chindoy, "y la sembr¨¢bamos en macetas porque apreci¨¢bamos su belleza. Pero de repente miramos alrededor y vimos que toda la tierra se hab¨ªa transformado en un jard¨ªn y que la monta?a estaba cubierta por las flores rojas". Ahora crec¨ªan hasta en las calles de tierra del poblado, e iban reemplazando a la papa y a la alverja en las huertas caseras. Tambi¨¦n pod¨ªan ser blancas o moradas, a?ade Sonia Amado, y recuerda que cuando las vio por primera vez, al regresar de visita a Puerres, su pueblo natal, aquello le pareci¨® una fiesta de colores.
Con las flores llegaron gentes que les dijeron: abran los ojos, que eso es dinero en grande, la flor va a dar trabajo para todo el mundo. Los ingas se volcaron con entusiasmo a extraer el l¨¢tex, tres m¨ªnimas rayas con cuchilla de afeitar en el bulbo de cada flor, y a poner una copita de las de ron para recoger las gotas blancas. Los cultivos daban leche, y la leche era bien paga. Hab¨ªan llegado al pueblo los compradores: paramilitares, mafiosos y criminales de toda laya, a trav¨¦s de los cuales la comunidad, hasta entonces aislada y pobre, entr¨® a hacer parte de la vertiginosa cadena de un ¨¢vido y asegurado mercado internacional. En el nuevo negocio hubo cabida para todos, especialmente para los m¨¢s marginados, mujeres y menores que con sus manos, peque?as y cuidadosas, pod¨ªan rayar la delicada flor con m¨¢s eficacia que los hombres. "Los ni?os eran un poco m¨¢s bajos que las plantas", dice William Mart¨ªnez, "y cuando estaban rayando en los amapolares no se les pod¨ªa ver, se ocultaban entre las flores, s¨®lo se descubr¨ªa su presencia por el movimiento de los ramajes".
Al calor de la bonanza, los ingas abandonaron su propia lengua, compraron radios e hicieron a un lado sus trajes tradicionales, confeccionados en lana virgen y telar manual, para echarse encima la pinta con ropa de marca. Dejaron de lado la embriaguez m¨ªstica y ceremonial del yah¨¦, o santo remedio, para ponerse unas borracheras ol¨ªmpicas en las cantinas, con ron Cinco Estrellas o Viejo de Caldas. Y al tiempo con la euforia fue llegando la desgracia, y la flor bendita mostr¨® su cara amarga. Por andar en el embeleco de sembrarla, se hab¨ªan olvidado de cultivar alimentos, que se encarecieron tanto que aunque hab¨ªa dinero, no alcanzaba para comer. Las guerrillas, que se ingeniaron la manera de sacar tajada custodiando los amapolares, se convirtieron en justicieros y aplicaron pena de muerte a quien incumpliera los pactos del negocio. El Plan Colombia, acordado entre Estados Unidos y el Gobierno colombiano, dispuso la criminalizaci¨®n de la siembra, la militarizaci¨®n de la zona y la fumigaci¨®n masiva desde aviones, como medidas para erradicar los cultivos a la brava. Muchos adultos de la comunidad fueron a parar a la c¨¢rcel mientras en casa quedaban los ni?os solos. Se arruinaba quien cayera en manos de la ley, al gastar en abogados m¨¢s de lo que hab¨ªa ganado con el l¨¢tex. Para mantener al Ej¨¦rcito alejado de la amapola, las guerrillas levantaron la consigna "nosotros no peleamos contra el Ej¨¦rcito, el Ej¨¦rcito pelea contra las minas", y enterraron cientos de quiebrapatas que empezaron a estallar, quit¨¢ndole la vida o las piernas a las mujeres que iban a por agua, a los ni?os que jugaban entre los matorrales, a los campesinos que bajaban al mercado.
"Era imposible no darse cuenta de que est¨¢bamos haciendo algo mal, algo muy malo para nosotros mismos", dice Chindoy. Hab¨ªan puesto en jaque la vida, y la comunidad se les disolv¨ªa, al perder costumbres y disolver lazos en el remolino de la novedad. "Se nos olvid¨® lo que los abuelos nos hab¨ªan ense?ado al calor del fog¨®n", reconoce Querub¨ªn, cabeza del cabildo de justicia. Se les hab¨ªa vuelto extra?a hasta la propia tierra. Por generaciones la hab¨ªan defendido manteniendo acciones de resistencia contra la violencia terrateniente y esgrimiendo en las notar¨ªas el t¨ªtulo de propiedad que Felipe II, rey de Espa?a, les hab¨ªa firmado durante la Colonia. Y ahora esa misma tierra, la Pacha Mama que sus ancestros hab¨ªan venerado y respetado, estaba envenenada con fumigantes, sembrada de minas, regada con sangre. Hab¨ªa que dar marcha atr¨¢s. Quedaba claro que el nuevo camino era una espiral hacia el desastre.
De ah¨ª que el Cabildo Ind¨ªgena de los ingas, convocado por Chindoy, se planteara la urgencia de volver a los cultivos tradicionales tras arrancar a mano hasta la ¨²ltima amapola. "La gran mayor¨ªa de la gente no quer¨ªa", dice Chindoy, "alegaban que si se acababa la amapola se iban a morir de hambre, que regresar¨ªa la gran pobreza, que los j¨®venes se ir¨ªan lejos a buscar su vida, porque aqu¨ª no habr¨ªa nada para ofrecerles". Durante un a?o entero, los integrantes del cabildo debieron conversar con las familias, una por una, hasta lograr que la comunidad se comprometiera en las grandes mingas de la erradicaci¨®n definitiva.
El actual gobernador del departamento de Nari?o, Antonio Navarro Wolff, es el principal impulsor de una pol¨ªtica generalizada de sustituci¨®n voluntaria de cultivos il¨ªcitos. Navarro Wolff, ex comandante del desmovilizado M-19, es oriundo de la propia Nari?o, tierra por la que anduvo enmontado y enfierrado acompa?ando las luchas ind¨ªgenas, y que ahora, dos d¨¦cadas despu¨¦s de deponer las armas, ha llegado a gobernarla por v¨ªa legal y voto popular. "Trabajar era bueno en el Sur", hab¨ªa escrito su coterr¨¢neo, el gran poeta Aurelio Arturo, pero esa afirmaci¨®n hab¨ªa dejado de ser cierta. Debido tanto al narcotr¨¢fico como a la coacci¨®n oficial para acabarlo, trabajar en el sur se hab¨ªa vuelto una experiencia azarosa, cuando no mortal. Sacar adelante una regi¨®n tan pobre, aislada y sumida en la violencia como Nari?o no resultar¨ªa tarea f¨¢cil, as¨ª que Navarro se propuso al menos un objetivo, elemental y central: que hombres y mujeres pudieran trabajar en paz, y que su trabajo les diera suficiente para mantener dignamente a sus hijos. Los cultivos il¨ªcitos no permit¨ªan ni una cosa ni la otra. Navarro era consciente de que la legalizaci¨®n de la droga, como medida mundialmente acatada, ser¨ªa la ¨²nica soluci¨®n para ponerle punto final al problema, porque acabar¨ªa con los altos precios de la hero¨ªna y por tanto tambi¨¦n con el l¨¢tex, la amapola, los cultivos de amapola, los narcos, los paras y la guerrilla; con la legalizaci¨®n, toda esa barah¨²nda se derretir¨ªa como las nieves de anta?o. Pero tambi¨¦n sab¨ªa que no pod¨ªa quedarse de brazos cruzados esperando a que llegara ese d¨ªa, o sea, el de san Blando, que no tiene cu¨¢ndo. Deb¨ªa actuar ah¨ª y ahora, en las condiciones dadas, y mont¨® un plan de desarrollo agr¨ªcola con base en la sustituci¨®n voluntaria, con dos condiciones que ser¨ªan a la vez garant¨ªas: no fumigantes, y no violencia. "El objetivo del programa", dice, "es lograr cero amapola y cero coca, sin rodeos, sin ambages, pero como resultado del desarrollo rural, seguridad e ideolog¨ªa, y no como producto de un simple ejercicio de autoridad. La erradicaci¨®n a la fuerza puede obligar a la gente a destruir la amapola, pero no puede evitar que reincida. M¨¢s que erradicar, el verdadero problema es evitar la resiembra. Buscamos que el agricultor que erradique tenga convicci¨®n y confianza en lo que est¨¢ haciendo".
El plan de Navarro puede atorarse en un cuello de botella, que consiste en que el mercado, que alarga gustoso sus tent¨¢culos hasta la regi¨®n m¨¢s lejana para hacerse a una mercanc¨ªa valiosa como la hero¨ªna, no va a perder el sue?o por unas cosechas de hortalizas. "Hay la tierra y hay quien la trabaje", dice Chindoy, apuntando con el ¨ªndice hacia los nuevos sembrad¨ªos de alverja y caf¨¦ de su resguardo, "pero falta quien nos compre". Apoy¨¢ndose en el fortalecimiento de su comunidad y en el control ejercido por autoridades propias, los ingas han encontrado la fuerza, la disciplina y la ideolog¨ªa necesarias para prescindir de la flor roja, que ya no cultivan ni en las macetas de sus patios. "Hoy somos pobres materialmente, pero vivimos en paz", te dicen all¨¢ desde los ancianos hasta los ni?os, como si necesitaran reafirmarse en su decisi¨®n. Porque la renuncia a la amapola no ha sido ning¨²n camino de rosas, y si en alguna parte hay un coronel que no tiene qui¨¦n le escriba, en las altas monta?as del sur de Colombia hay muchas comunidades, como la de los ingas, que no tienen a qui¨¦n venderle sus productos agr¨ªcolas, y que a trav¨¦s de Hernando Chindoy quisieran hacerle una pregunta a quienes en el mundo manejan la pol¨ªtica antidroga por v¨ªas coercitivas y violentas: "?Y no ser¨ªa m¨¢s barato, m¨¢s eficaz y hasta m¨¢s bonito que el mercado internacional se ocupara de comprarnos unos cuantos bultos de alverja?".
Laura Restrepo (Bogot¨¢, 1950). Demasiados h¨¦roes. Alfaguara. Madrid, 2009. 164 p¨¢ginas. 18,50 euros.
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