La guerra justa
Obama recibe el Nobel con una doctrina militar alternativa a la de los neoconservadores
En su emotivo discurso de aceptaci¨®n del Premio Nobel de la Paz, el presidente norteamericano Barack Obama ha dado solemne cuenta de sus valores personales. Se ha mostrado humilde y sabedor de la "controversia" suscitada por su falta de experiencia en la lidia de los conflictos internacionales. Se ha interrogado por un Premio de la Paz al comandante en jefe de un pa¨ªs que lidera dos guerras, Irak y Afganist¨¢n. Y ha exhibido lo mejor de los s¨ªmbolos estadounidenses de posguerra, de Martin Luther King a John Kennedy.
Pero la fuerza del discurso, y ya se sabe que Obama es el pol¨ªtico que despu¨¦s de Churchill mejores textos sabe recitar, sobrepasa los s¨ªmbolos y las confesiones personales. Sus palabras son el reflejo sim¨¦trico y contrario de la doctrina de seguridad de los Gobiernos neoconservadores, basada en la guerra preventiva y unilateral. Aunque nada definitivo ha realizado a¨²n, todos los pasos emprendidos por Obama caminan en la misma direcci¨®n, contraria a la de Bush: de la recomposici¨®n de las relaciones con Rusia hasta el nuevo trato a Ir¨¢n o Corea, pasando por una nueva exigencia, por el momento no atendida, a Israel.
El reverso de la agresividad imperial de George Bush radica en primer lugar en la reactualizaci¨®n del concepto de guerra justa, y las condiciones que comporta: que sea la ¨²ltima opci¨®n tras agotarse las dem¨¢s; que la fuerza se use de forma proporcionada; que se proteja a los civiles. Nada nuevo en la doctrina de la guerra. Lo nuevo es que quien la recupere sea precisamente el inquilino de la Casa Blanca.
Con la firme responsabilidad que le ata?e como jefe de la ¨²nica superpotencia militar (frente a conflictos ¨¦tnicos o violencias suscitadas por Estados fallidos) y esgrimiendo el desider¨¢tum de una utilizaci¨®n sensata de esa fuerza, Obama ha recordado que la guerra, a veces inevitable, tiene sus propias reglas, y del mismo modo se ha comprometido a que EE UU las respete bajo su mandato. De la prohibici¨®n de la tortura al respeto a los Convenios de Ginebra. Y ha exaltado el multilateralismo, porque "Am¨¦rica no puede actuar sola" pr¨¢cticamente en ning¨²n escenario.
Tan sugestiva como su idea de la guerra ha resultado su esquema de doctrina de la paz. Primero deben buscarse "alternativas" a la violencia en relaci¨®n a los agentes internacionales que rompen las reglas, lo que exige por ejemplo que la pol¨ªtica de sanciones sea tangible y eficaz. Pero luego conviene aclarar que la naturaleza del objetivo que se persigue no es s¨®lo la ausencia de violencia sino una "paz justa", que respete los derechos humanos. Finalmente, la paz internacional debe asentarse en una seguridad real y en oportunidades econ¨®micas que desincentiven las falsas rutas que trazan los radicalismos.
La papeleta oratoria de Obama era dif¨ªcil: recibir el m¨¢ximo galard¨®n de la paz con dos guerras a cuestas. Pero no son precisamente los discursos lo que puede fallar en esta presidencia.
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