Escribir desde un cors¨¦ de escayola
Con 'Corazones cicatrizados' se completa el rescate del fascinante Max Blecher
Berck-sur-Mer es una peque?¨ªsima localidad costera tur¨ªstica del Norte de Francia. Es tambi¨¦n, a¨²n, un lugar de convalecencia. A principios del siglo XX se consideraba que el clima atl¨¢ntico favorec¨ªa la recuperaci¨®n de los pacientes del mal de Pott o tuberculosis de la columna vertebral. A ¨¦stos, con agudos dolores en la zona de la espalda y pr¨¢ctica imposibilidad de andar, se les confeccionaba un cors¨¦ de escayola y, acorazados, viv¨ªan en horizontal hasta su curaci¨®n o muerte, tumbados en camas con ruedas que pod¨ªan ser desplazadas por los camilleros o a bordo de unos carricoches tirados por un caballo; sin abandonar la posici¨®n horizontal, los enfermos sujetaban las riendas y circulaban por el pueblo. La yegua de Emanuel, el protagonista de Corazones cicatrizados -¨²ltima novela de Max Blecher en ser recuperada en espa?ol- se llama Blanchette. Y la amante de Emanuel, sana, se llama Solange:
Sus observaciones eran morbosas, angustiosas, l¨ªricas, melanc¨®licas
"-?Y a qui¨¦n quieres m¨¢s? -preguntaba Solange.
-Os quiero a las dos igual...
-Y nosotras tambi¨¦n -respond¨ªa ella acentuando ese 'nosotras' con que establec¨ªa una solidaridad animal con Blanchette.
Emanuel acostaba a Solange en la camilla a su lado, la ten¨ªa pegada a ¨¦l, luego se retorc¨ªa y la aplastaba bajo el peso del cuerpo y la escayola. Como ya se hab¨ªa habituado al cors¨¦ hac¨ªa muchos movimientos que antes no hab¨ªa cre¨ªdo posibles. Solange gem¨ªa levemente de placer y del peso que soportaba. A veces, la escayola se le met¨ªa entre los muslos y ella sent¨ªa el dolor mezclado con el ¨¦xtasis amoroso, como una amarga realidad de su amor toscamente realizado al aire libre, en la inmensidad de las dunas, rodeados por la inmensa desolaci¨®n de aquellos parajes".
Sirve este p¨¢rrafo de una de las escenas sexuales m¨¢s citadas de Corazones cicatrizados como bot¨®n de muestra de la clase de observaciones, morbosas, on¨ªricas, angustiosas, l¨ªricas, melanc¨®licas, que prodigaba aquel gran enfermo y no menor escritor que fue Blecher. Si la novela, como conjunto, es estructuralmente sencilla, muchas de sus escenas son extraordinarias, de una intensidad, de una claridad tal en la observaci¨®n y descripci¨®n de los fen¨®menos sensoriales, que uno tarda en acabar el libro porque resulta imposible leer m¨¢s de unas pocas p¨¢ginas por sesi¨®n. "Uno se separa de cada p¨¢gina como quien despierta de un sue?o", dijo acertadamente su amigo el poeta simbolista Sasa Pan¨¢, en 1947, en el texto que ten¨ªa que ser prefacio de las obras completas de Blecher, edici¨®n suspendida por las nuevas autoridades comunistas rumanas, m¨¢s interesadas en la publicaci¨®n de libros edificantes de autores con carn¨¦. Para encontrarle un hueco a Blecher en las ediciones estatales (otras no hab¨ªa) hubo que esperar hasta 1970, y nadie se enter¨®. Ahora la publicaci¨®n de esta novela por Pre-Textos completa la edici¨®n en Espa?a, casi simult¨¢neamente a las de Alemania y Reino Unido, de su breve y fascinante obra, tras las novelas Acontecimientos de la irrealidad inmediata y La guardia iluminada. Diario de sanatorio (Aletheia) y del poemario Cuerpo transparente (La rosa c¨²bica).
Blecher naci¨® en Ruman¨ªa en 1909, hijo de un pr¨®spero comerciante en porcelana. A los diecinueve a?os, reci¨¦n llegado a Par¨ªs para cursar estudios de Medicina en la Sorbona, se le declar¨® la tuberculosis ¨®sea y se intern¨® en un hotel-sanatorio de Berck. Durante los siguientes diez a?os y hasta su muerte en 1938, o sea a los 29 a?os de edad, sufri¨® terribles crisis de dolor, visti¨® permanentemente un cors¨¦ de escayola, y guard¨® cama, con las piernas dobladas y paralizadas, en sanatorios de Francia, Suiza y su Ruman¨ªa natal, y en la casa familiar. Pero no se quejaba, y poco antes de entrar en el coma fatal le hizo a su madre este balance de su vida: "En 29 a?os he vivido m¨¢s que otros en cien. He viajado, he visto, he escrito". Su recuperaci¨®n se ha recibido en todas partes con la deferencia debida a un talento tan grande, tan original y tan inesperado. Es un acontecimiento literario, coinciden todos. Salvo alguna voz disidente que califica Corazones... de mal hilvanado plagio de La monta?a m¨¢gica. Cierto es que tanto Emmanuel como Hans Castorp fatigan un parecido escenario de sanatorios y enfermos, pero ah¨ª se acaban las semejanzas. Si hubiera que buscarle parientes a Blecher, ser¨ªa un Robert Walser, que tambi¨¦n cuenta la vida real como un ensue?o desprovisto de causalidad. La enfermedad como cat¨¢strofe f¨ªsica, pero tambi¨¦n como carta de libertad.
Corazones cicatrizados es la segunda de las tres novelas de Blecher, las tres de car¨¢cter autobiogr¨¢fico. La m¨¢s apegada a los hechos y a la realidad f¨ªsica de su vida, y la ¨²nica narrada en tercera persona, cuenta el periodo que transcurre desde que se declara la enfermedad, interrumpiendo la vida de estudiante que empezaba a llevar en Par¨ªs, y con el s¨²bito fin de esa vida previsiblemente l¨®gica, el comienzo de otra en la que el mundo se despliega como un cat¨¢logo riqu¨ªsimo de fen¨®menos inveros¨ªmiles, quiz¨¢ alucinatorios, empezando por el ingreso en el sanatorio de Berck, los diversos personajes que lo habitan, unos enfermos, y otros dados de alta pero que ya se consideran incapaces de vivir en otra parte; algunas muertes; la marcha de otros que dejan detr¨¢s una habitaci¨®n vac¨ªa como una alucinaci¨®n.
En esas ¨²ltimas palabras a su madre Blecher le pidi¨® que sus hermanas no sufrieran por su muerte: "Que se paseen por donde haya flores. Que cojan flores. Y de m¨ª, olvidaos. Y me olvidar¨¦is. Vale m¨¢s llorar junto a una tumba que compadecer a un enfermo". Pero olvidar a Blecher, despu¨¦s de leerle, es imposible.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.