M¨¢s que una de vampiros
Aviso de urgencia: vuelve hoy a Canal + la serie m¨¢s sugerente de los ¨²ltimos tiempos, en su segunda temporada. True blood es otra muestra del poder¨ªo creativo de la mejor televisi¨®n trabajando a plena potencia. Basta revisar el material original: los libros de Charlaine Harris son pobr¨ªsimos, unidimensionales, descaradamente adolescentes. Por el contrario, la versi¨®n de HBO tiene personajes carnosos, densidad argumental y m¨²ltiples lecturas. Ovaci¨®n para Alan Ball, tambi¨¦n responsable de A dos metros bajo tierra y de American beauty.
Olviden esa pegajosa oleada de productos vamp¨ªricos que nos abruma. True blood est¨¢ abierta a todo tipo de seres, reales o imaginarios. Demonios, aquello parece una convenci¨®n de freaks: seg¨²n avanza la saga, a los humanos, vampiros, tel¨¦patas y cambiantes del inicio, se suman lic¨¢ntropos, sectas paganas, creyentes en la magia, practicantes del vud¨², etc. Esa hiperinflaci¨®n de fantas¨ªa y sociedades secretas no borra la esencia de True blood: una picante comedia sure?a.
En 'True blood', el racismo y la homofobia del Sur Profundo se han reciclado en odio a los chupasangre
Comparado con Bon Temps, el rinconcito de Luisiana donde se desarrolla la acci¨®n, Twin Peaks era un pueblo aburrido. En Bon Temps, circulan drogas como la afrodis¨ªaca V -un ¨¦xtasis concentrado- y el sexo es omnipresente: en la segunda temporada, sus habitantes descubren las org¨ªas. La imaginaci¨®n de los guionistas y los aciertos del casting han generado una deslumbrante galaxia de palurdos: Lafayette Reynolds, cocinero, camello y chapero; su explosiva prima Tara Thornton; el afable sheriff Dearborne y su ayudante, el amargado detective Bellefleur; Jason Stackhouse, hermano de la protagonista, tan dotado entre las piernas como flojo en la cabeza, sorprendentemente parecido a George W. Bush. Y eso es s¨®lo un muestrario de los normales.
El planteamiento de base permite todo tipo de relaciones. Los vampiros, por as¨ª decirlo, han salido del ata¨²d; ellos y los humanos pretenden convivir pero abundan las traiciones. Nada casual que en Bon Temps no haya rastros del racismo o la homofobia que caracterizan al Sur Profundo: el miedo al diferente y el veneno del fundamentalismo b¨ªblico se manifiestan ahora en el rechazo a los vampiros. Al frente de los intolerantes, un telepredicador que dirige la Hermandad del Sol, que combate la batalla de las relaciones p¨²blicas sin renunciar a las acciones clandestinas. Igual hacen los chupasangres.
Urge advertir que la segunda tanda de True blood se aleja del culebr¨®n perverso que tanto nos fascin¨®. Cambia el registro: la encantadora Sookie Stackhouse y su novio, el recto vampiro Bill Compton, parten en misi¨®n a Dallas, buscando rescatar al m¨¢s venerable de los reyes de la noche. Pero Godric est¨¢ cansado de vivir tras dos mil a?os y pretende suicidarse. La pareja retorna a tiempo para el monstruoso experimento de Maryann, la m¨¦nade que se ha apoderado de Bon Temps.
Debido a su fisiolog¨ªa, algunos vampiros prueban suerte en el negocio del ocio nocturno. Su club m¨¢s cercano, Fangtasia, tiene toda la pinta de un local para g¨®ticos. Por cierto, una se?al de la grandeza de True blood es que huye de la tentaci¨®n mercadot¨¦cnica de adobar la historia con m¨²sica pensada para emos y dem¨¢s tropas juveniles. Cuando se conocen Sookie y Bill, suena de fondo Slim Harpo y una reptadora pieza de 1957, Strange love.
Dominan los sonidos rurales, sobrios, espesos. Busquen la primera colecci¨®n de canciones, editada por Electra/Warner. Domina la m¨²sica de Luisiana: C. C. Adcock, Lee Dorsey, Lucinda Williams, Allen Toussaint. Seleccionada con intenci¨®n. Dr. John tiene mucho repertorio de tem¨¢tica sobrenatural pero aqu¨ª interpreta una doliente composici¨®n de John Martyn: "No quiero saber nada del mal / s¨®lo quiero saber sobre el amor".
En verdad, nos fascina la confrontaci¨®n del mal y el amor. El disco se abre con Bad things, sinton¨ªa de la serie, un boogie libidinoso que Jace Everett machaca mientras se funden turbadoras im¨¢genes de sexualidad, religi¨®n, fanatismo, pantanos. Como exclamaba Dorothy en El mago de Oz, ya no estamos en Kansas.
Babelia
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