El sost¨¦n y el participio
Hemos dejado atr¨¢s las amarguras y contrariedades de un a?o que a pocos les habr¨¢ parecido amable, pero quedan correteando algunas lacerantes viborillas que ser¨ªa mejor desactivar, pero que, por desgracia, llevan el marchamo de la permanencia, porque se agarran a la estupidez, que es una condici¨®n muy humana. De un tiempo a esta parte aparecen en nuestro vocabulario palabras que han prendido en la moda usual. Antes sol¨ªan ser expresiones c¨®micas, salaces, de malo, regular o buen gusto, que acaban en el olvido. Las personas muy mayores, mis contempor¨¢neos, quiz¨¢s recuerden que, para ridiculizar a una muchacha que ten¨ªa de s¨ª misma un concepto diferente al de los dem¨¢s, se la llamaba ni?a pitonga o ni?a g¨®tica, que, por esos rebotes temporales, parece que hoy quiere decir el no va m¨¢s de la vanguardia, la novedad y la cargante progres¨ªa. Es como rescatar el uso del jub¨®n, las calzas y el miri?aque.
La palabra m¨¢gica en nuestros d¨ªas es sostenibilidad, que me consta que no exist¨ªa
Creo m¨¢s nocivas las incomprensibles libertades que se toman con el idioma espa?ol los pol¨ªticos, escritores, periodistas y quienes se dirigen a un p¨²blico amplio. En cuanto a mis queridos compa?eros de profesi¨®n, se hace realidad la sentencia que les considera como gente que s¨®lo lee su art¨ªculo, en el peri¨®dico, con exclusi¨®n de todo lo dem¨¢s. El que quiera llamar la atenci¨®n tendr¨¢ que recurrir al insulto de alto grado de virulencia, porque siempre habr¨¢ alguien que le env¨ªa el recorte.
Como si fuera un asunto personal he llamado la atenci¨®n, muchas veces, hacia las incorrecciones escatol¨®gicas de decir que un asunto, unas negociaciones, una relaci¨®n "hacen aguas", porque dicho en plural significa orinar. En singular, es la met¨¢fora del barco que se hunde por alg¨²n boquete por donde entra el mar. Pues lo encontramos incluso en titulares. Otra man¨ªa recurrente es hablar del ojo del hurac¨¢n, la evaporaci¨®n del agua que da lugar a un espacio sin nubes y de sorprendente calma, d¨¢ndole un sentido contrario al que tiene. No es extra?o que alg¨²n plum¨ªfero aluda al "fusil de caza" empu?ado por un delincuente furtivo, ignorando que se trata de una escopeta. Ni tiene remedio, por mucho que se insista, la ignorancia de una elemental norma que establece que dos negaciones equivalen a una afirmaci¨®n: "El se?or ministro asegura que no saldremos de la crisis hasta que no se reduzca el gasto". O sea, ?a gastar, que son dos d¨ªas!
La palabra m¨¢gica en nuestros d¨ªas es sostenibilidad. El adjetivo sostenible es de reciente acu?aci¨®n, aceptado por los nuevos acad¨¦micos de la lengua, que est¨¢n dispuestos a apadrinar cualquier sonido articulado, demostrando su celo al acudir a las sesiones, porque no tienen otra cosa mejor que hacer. Me consta, porque acabo de confirmarlo, que no exist¨ªa oficialmente en castellano, as¨ª que no lo busquen en el Diccionario de 1984, pen¨²ltimo o antepen¨²ltimo de los editados por la docta casa. A nadie sorprender¨ªa que en la barra de la cafeter¨ªa alguien pidiera un cortado con un croissant sostenible. Es una bobada de general aceptaci¨®n. Y, ya aceptado, aparte de la obviedad de que sostenible es lo que puede sostenerse, alargan la concesi¨®n al neologismo, referido a la econom¨ªa, como aquello que se mantiene sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes. O sea, lo contrario de lo que se usa.
Presumimos de que nuestro idioma lo hablan m¨¢s de 400 millones de personas, pero no es el que utilizamos, que cada d¨ªa es m¨¢s pobre e inexacto. Un buen amigo, harto de intentar difundir desde la c¨¢tedra el griego y el lat¨ªn, se ha prejubilado en plena juventud y se dedica a preservar el idioma, consciente de que nada va a conseguir, y me env¨ªa un correo sobre las agresiones que recibe la lengua castellana. Tomo de sus esclarecedores mensajes buena parte de ellos, pues imagino que la finalidad es la difusi¨®n de la correcci¨®n en el empleo de ese instrumento con el que deber¨ªamos entendernos, algo que no ocurre.
Restablece la norma seg¨²n la cual existen los participios activos, derivados de los tiempos verbales, y ejemplariza con el participio del verbo atacar, que es atacante; de salir, saliente; de cantar, cantante; de existir, existente... etc¨¦tera. Se pregunta cu¨¢l es el participio activo del verbo, que es el ente, o sea, el que tiene entidad. Es lo que hace que cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad para ejercer la acci¨®n que expresa el verbo hay que a?adirle la part¨ªcula ente.
As¨ª, se dice presidente a la persona que preside, pero no presidenta, porque es independiente del g¨¦nero. Y multiplica los ejemplos que tomo literalmente: se dice capilla ardiente, no ardienta; paciente, no pacienta; dirigente, no dirigenta. Acusa, a lo que me sumo, no s¨®lo del mal uso del lenguaje, sino de ignorancia de la gram¨¢tica espa?ola a muchos pol¨ªticos y periodistas, algo que deber¨ªa descalificar tajantemente a quienes muestran esa ignorancia. Es como si un farmac¨¦utico no supiera distinguir entre paracetamol y las compresas higi¨¦nicas. Ya lo sabe, entre otros, do?a Esperanza Aguirre, que no es presidenta, sino presidente de la Comunidad Aut¨®noma de Madrid. En otros ¨®rdenes, s¨ª estaba admitida la doble significaci¨®n de algunas profesiones o estados: m¨¦dica, esposa del m¨¦dico o mujer que ejerce la medicina; abogada, etc¨¦tera.
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