Emancipaci¨®n masculina
Quiz¨¢ sean imaginaciones m¨ªas pero percibo que, de un tiempo a esta parte, al socaire de acontecimientos importantes, sacudidas violentas entre las bases de la sociedad, desde la sensible parcela econ¨®mica, se est¨¢ produciendo un sinuoso movimiento que afecta a la mitad de la humanidad. Me refiero al estado de la poblaci¨®n masculina que ha vivido literalmente aterrorizada durante las ¨²ltimas d¨¦cadas. Un sentimiento de culpa gen¨¦rico y espec¨ªfico ha confinado al g¨¦nero varonil en las cuerdas, en el rinc¨®n, donde estaba recibiendo una severa somanta, por el hecho de serlo. ?Justicia inmanente, castigo merecido, revancha justiciera? Lo que ustedes quieran, pero las antiguas componentes del bello y d¨¦bil sexo nos han tenido con la espalda pegada al tatami y quiz¨¢s su buen coraz¨®n ha impedido que nos remataran sin remedio.
Compruebo que son muchas las mujeres que se adhieren a la postura del juez Serrano
No voy a traer aqu¨ª el tema del juez de Sevilla, don Francisco Serrano Castro, que ha cometido la temeridad de sugerir la falsedad o fingimiento de cierto n¨²mero de denuncias de maltrato. Se descompuso el so?ado equilibrio de los sexos, pasando, como el botafumeiro de Santiago, de un lado a otro en la amplia nave de los locos que es el perro mundo, descabalgando al macho del supuesto predominio que goz¨® durante siglos o milenios. Si aludo a esta parte del combate es porque, con cierta asombrosa esperanza, compruebo que est¨¢n siendo muchas las mujeres que se adhieren a la postura del juez, compadecidas de la triste y rid¨ªcula derrota masculina, que estaba a punto de convertir la deseada igualdad en una aplastante supremac¨ªa, o sea, algo a lo que tan aficionados somos los espa?oles, en este caso haber convertido una leg¨ªtima aspiraci¨®n y un serio retoque a la desigualdad en algo que nos gusta por encima de todo: una guerra civil, o lo m¨¢s parecido.
Para mi modesto caletre, no es una lucha por la igualdad, sino por la preponderancia, ni interviene todo el colectivo -femenino y masculino-, sino unas fracciones que convierten la aspiraci¨®n leg¨ªtima en una manera de ganarse la vida y emplear las horas del d¨ªa, y esto lo supongo en algunas de las docenas o centenares de organizaciones que se han alzado en defensa de la mujer. Cuando hay que defender algo es por su debilidad o porque se encuentra atacado y en peligro, y me parece que desde la confusi¨®n se pierden la perspectiva y los papeles.
Soy muy mayor para que me duelan prendas, pero cr¨¦anme que no mover¨ªa un dedo por salvar del linchamiento a un maltratador habitual que termina la faena asesinando a su pareja. Algo no funciona como se prev¨¦, pues no cabe duda de que aument¨® el n¨²mero de homicidios, al haberse transitado, sin soluci¨®n de continuidad, del papel de v¨ªctima casual de quien prometi¨® amarla y cuidarla hasta el fin de los d¨ªas, tenga o no mal vino o se comporte como un bruto, a no pasar ni una, denunciar al brutal sujeto, cuando no se dispone de las garant¨ªas para impedir la comisi¨®n un acto irreversible.
Mucho de lo que uno ha visto se?ala que a la f¨¦rtil imaginaci¨®n femenina le da alas y forma la iniquidad de algunos abogados especialistas, que aconsejan y preparan trampas en las que caen, con docilidad, jueces y jurados. La m¨¢s elemental justicia es la que, con mayor frecuencia de lo que se sabe, aplican los parricidas a su comportamiento: el tiro de escopeta en la boca o la cuerda para colgarse de una higuera o de un montante. Ah¨ª tenemos, bastante repetido, el balance de dos por el precio de uno, con la secuela, en la mayor¨ªa de los casos, de unos hijos menores que, en no pocas ocasiones, han presenciado el dom¨¦stico espect¨¢culo.
Asistimos, pues, desde hace un tiempo, a una in¨¦dita revoluci¨®n en la especie. El paterfamilia, cuya tarea consist¨ªa en traer la comida, vestir a la prole y a la compa?era y defenderlos ante cualquier peligro exterior, resulta muy devaluado, pues la mujer hace las mismas tareas. En el pasado -con muchas excepciones- ellas eran mujeres de su casa y corr¨ªan con tareas cuya delegaci¨®n era impensable. Ahora el var¨®n est¨¢ siendo desplazado de los puestos de trabajo y esto ser¨ªa justo en el caso de que ellas sean mejores, pero la pr¨¢ctica, en ciertos altos niveles, demuestra una indeseable discriminaci¨®n: que sean elegidas por su sexo, por la cuota, por un imposible rasero aritm¨¦tico.
O sea, que veo a mis cong¨¦neres, dentro de cierto tiempo, yendo al bar con burka, reduciendo y trivializando la cuesti¨®n.
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