Donde las calaveras hablan

Para conocer Cubas de la Sagra hay que visitar dos calaveras. La de fray Pedro, un franciscano del siglo XVI cuyo esqueleto reposa en una urna de un monasterio de clausura; y la que luce grabada en una placa del cementerio en recuerdo de soldados nazis que lucharon a favor del bando nacional en la Guerra Civil.

Las dos calaveras guardan la historia que esconde este pueblo madrile?o situado a caballo entre Madrid y Toledo, al inicio de la comarca de La Sagra. Un lugar peque?o, silencioso, donde las antiguas casas solariegas aguantan el pulso a los nuevos chal¨¦s adosados que las acosan por todos los flancos.

Los huesos de fray Pedro, tumbado de costado, la expresi¨®n sonriente para recibir al visitante, hablan de la tradici¨®n mariana del pueblo cubero. Lo ense?an con orgullo las monjas de clausura del monasterio de Santa Juana, que fund¨® una m¨ªstica de ese nombre a las afueras de la villa despu¨¦s de una aparici¨®n mariana. El caballero metido en la vitrina tuvo el m¨¦rito de ser el confesor de la monja arrebatada.

Los vecinos van a trabajar a localidades cercanas o a la capital

"Nuestra aparici¨®n es la mejor documentada", dice con aplomo el capell¨¢n Julio Gonz¨¢lez. "Hay muchos testimonios de los milagros que ha hecho la Virgen en el pueblo, reviviendo ni?os cuando ya iban amortajados y camino de la fosa", precisa.

Del esplendor de la congregaci¨®n, cuyas posesiones se estiraban 15 kilometros hasta Getafe, seg¨²n Gonz¨¢lez, quedan las reliquias que adoran cada d¨ªa las monjas y una romer¨ªa que lleva cada 9 de marzo a los vecinos del contorno a un prado que hay enfrente del monasterio. "Se cuentan por miles los fieles que vienes de M¨®stoles y Fuenlabrada a adorar a la Virgen", explica el capell¨¢n vendiendo los atractivos de su convento. Del edificio original, construido en 1464, tres lustros despu¨¦s de la revelaci¨®n mariana, quedan los restos de una peque?a ermita descubierta bajo tierra a inicios de esta d¨¦cada.

El complejo se levant¨® de nuevo despu¨¦s de la Guerra Civil, cuando lo arrasaron los milicianos republicanos y los disparos de artiller¨ªa de los tanques de la Legi¨®n C¨®ndor alemana, que utilizaba el convento como diana en sus pr¨¢cticas de tiro.

Quedan pocos recuerdos de la estancia nazi en Cubas de la Sagra. Alg¨²n mayor hurga en la memoria y rescata lo que contaban al final de sus vidas los ¨²ltimos testigos. "Mi suegro dec¨ªa que los alemanes pasaban por los huertos, pinchaban las patatas con el fusil y se las llevaban para hacerse la comida", relata una vecina del lugar.

La memoria de Cubas se ha ido con la transformaci¨®n del pueblo. En las huertas de verduras y hortalizas donde se labraba en el pasado est¨¢n ahora los cimientos de los chal¨¦s y casas adosadas que llegaron con la era dorada de la construcci¨®n. Los nuevos vecinos no aran; cogen el coche y enfilan cada ma?ana a ocupar sus puestos en los servicios de las localidades cercanas y de la capital. En los ¨²ltimos 10 a?os, ladrillo a ladrillo, el pueblo ha pasado de 1.700 habitantes a casi 5.000.

Pocos conocen las huellas de lo que pas¨® en Cubas. Las calaveras que cuentan su historia. Junto a los chal¨¦s, en el l¨ªmite de la parte antigua, un cementerio esconde los ¨²ltimos restos de la visita alemana. Dos pedazos de granito con placas conmemorativas de los artilleros difuntos en combate. En la cabecera, una calavera, un haz de tibias y un tanque simbolizan a la Legi¨®n C¨®ndor. Debajo, una leyenda en alem¨¢n con los nombres de los soldados que cayeron en la villa: Balewsky, F?rster, Sch?fer...

Lo ¨²nico que permanece inmutable est¨¢ en el interior del convento. Siete monjas clarisas que rezan ma?ana y tarde, cocinan rosquillas fritas y adoran los huesos de fray Pedro y los restos inciertos de santa Juana; el capell¨¢n Gonz¨¢lez asegura que las tropas de Napole¨®n s¨®lo dejaron "trozos de su cuerpo incorrupto" cuando invadieron Espa?a en el siglo XIX.

La clausura obliga a las monjas a estar siempre encerradas en el monasterio, salvo en casos de fuerza mayor. "Salimos para ir al m¨¦dico y para votar", concede sor Mar¨ªa Josefa, de 65 a?os, 20 entre los muros del convento y sin ninguna voluntad de conectar con el exterior: "Aqu¨ª se vive en paz espiritual, que es lo que falta fuera. Ahora la gente lo tiene todo, pero no tiene nada; pronto habr¨¢ un florecimiento de vocaciones, ver¨¢".