El huidizo rastro de William Shakespeare
Bill Bryson desmonta mitos y leyendas sobre el escritor y traza un esc¨¦ptico, ir¨®nico y apasionado retrato
Al margen de sus gigantescas obras, Shakespeare puede ser sorprendente. Mucha gente ignora que es parcialmente responsable, Dios le perdone, de la carrera cinematogr¨¢fica de Schwarzenegger -su agente invent¨® que hab¨ªa sido un gran actor shakespeariano en su Austria natal: ?hay que ver cu¨¢nto hay de Hamlet en personajes tan reflexivos como Conan y Terminator!-; que invent¨® la palabra fair play o que en una funci¨®n particularmente intensa de Otelo durante la guerra civil estadounidense un soldado, arrastrado emocionalmente por el argumento, mat¨® a tiros al actor que hac¨ªa de Yago. Lo m¨¢s ins¨®lito, sin embargo, del gran William es lo poco que se sabe a ciencia cierta de su vida. Y lo mucho, much¨ªsimo, que, por contradictorio que parezca, se ha escrito acerca de ella. Para explorar esa curiosa paradoja del bardo ("siempre presente y ausente, como un electr¨®n literario"), y para conducirnos, con amenidad y humor, tras su huidizo rastro, nadie como Bill Bryson, el escritor curioso por excelencia (recu¨¦rdense sus libros de viajes y su Una breve historia de casi todo), capaz de sacarle punta a la expedici¨®n de Bougier y La Condamine a Per¨² -"el viaje cient¨ªfico menos cordial de la historia"- o de emocionarse hasta lo indecible al contemplar un equidna. Pese a su (de nuevo) brevedad, este simpatiqu¨ªsimo y esclarecedor Shakespeare, pleno de observaciones desopilantes (Jacobo I, anota, no dejaba de juguetear con su bragueta) y datos curiosos (en las obras del escritor isabelino los personajes hablan del amor en 2.259 ocasiones y hay 401 referencias a las orejas), merece ocupar un lugar destacado junto a los t¨ªtulos de referencia de Jan Kott, Harold Bloom o Frank Kermode y el imprescindible Exit, pursued by a bear, de Louise McConnell.
Shakespeare
Bill Bryson. Traducci¨®n de A. Ehrenhaus
RBA. Barcelona, 2009
188 p¨¢ginas. 16 euros
Bryson inicia su pesquisa con el an¨¢lisis de las supuestas im¨¢genes del escritor, empezando por el famoso Retrato Chandos (el del pendiente en la oreja izquierda), de "serena desfachatez" ("no es exactamente el tipo de individuo a quien uno le confiar¨ªa la mujer", se?ala). Para su estupefacci¨®n, y la nuestra, resulta que en realidad no podemos estar seguros de c¨®mo era Shakespeare, a pesar de que reconocemos su imagen en cuanto la vemos. De hecho, subraya Bryson, son muy poquitas las cosas que sabemos a ciencia cierta del autor de Hamlet; exagerando (pero no mucho) podr¨ªa decirse que apenas esto: naci¨® en Stratford-upon-Avon, tuvo una familia all¨ª, viaj¨® a Londres, se convirti¨® en actor y autor, regres¨® a Stratford, hizo un testamento y muri¨®. Los datos que aporta Bryson dejan estupefacto: Shakespeare dej¨® casi un mill¨®n de palabras de texto, pero s¨®lo se conservan 14 de ellas de su pu?o y letra (entre ellas, seis firmas). Es tanto lo que se ignora de ¨¦l, que da grima: ni siquiera con certeza la graf¨ªa correcta de su apellido, as¨ª que para qu¨¦ hablar de su sexualidad.
Con abrumadora sinceridad, Bryson, que dice que su libro es tan delgado porque recoge lo que puede saberse del dramaturgo "sin recurrir a la especulaci¨®n", apunta lo que le confes¨® durante su investigaci¨®n un erudito: "Toda biograf¨ªa de Shakespeare consiste en un 5% de hechos probados y un 95% de conjeturas". En realidad, subraya Bryson, no hay que hacer ning¨²n misterio de que se sepa tan poco de Shakespeare: es lo esperable de una persona de su posici¨®n y su ¨¦poca. Lo raro es que se hayan conservado pr¨¢cticamente todas sus obras. Del conjunto de la producci¨®n teatral de su tiempo, que se calcula en unas tres mil piezas, se han salvado s¨®lo 230, pero de ellas las 38 del propio Shakespeare. El autor, escribe Bryson, ya tuvo ¨¦xito al sobrevivir a la peste que azot¨® su mundo, un mundo duro y cruel en el que se evisceraba vivos a los reos, echaban monos vivos a los perros como espect¨¢culo y no exist¨ªa el t¨¦.
Bryson sigue la vida del escurridizo Shakespeare separando inteligentemente el grano de la paja y desmontando mitos y leyendas (y pegando de paso alg¨²n cap¨®n a bi¨®grafos como Ackroyd). Al hablar de su mujer, a la que, es sabido, le dej¨® en el testamento su segunda mejor cama, reconoce que no hay muestras de mucho cari?o -aparte de que el matrimonio dur¨® hasta su muerte-, aunque que en realidad no existe la menor se?al documental de calidez entre Shakespeare y cualquier otro ser humano. S¨®lo podemos imaginar qu¨¦ pesar le supuso la muerte de su hijo Hamnet, de 11 a?os.
Pese a que Bryson se muestra esc¨¦ptico, ir¨®nico y desmitificador, su libro desborda admiraci¨®n por Shakespeare y maravillado asombro por la grandeza y belleza de sus obras (especialmente en lo referente al lenguaje). Destaca lo innovador (m¨¢s de seiscientas palabras nuevas en Hamlet) y vivificante de ¨¦stas, aunque reconoce que hay ocasiones en que es imposible saber qu¨¦ diablos quiso decir el autor. Pocas veces se siente uno tan transportado al coraz¨®n de la experiencia del teatro isabelino y a la po¨¦tica shakespeariana como en este peque?o ensayo. La pasi¨®n arrastra al autor -y al lector con ¨¦l- a tratar de imaginar lo que debi¨® ser asistir a la primera representaci¨®n de Macbeth sin conocer el final o a la de Hamlet y escuchar por primera vez el "to be or no to be...".
Atenci¨®n especial reciben en el libro las vicisitudes de las obras de Shakespeare y su fijaci¨®n en las primeras ediciones. Bryson se divierte de lo lindo (y nosotros a su lado) al hablar de los especialistas m¨¢s extravagantes y al desbaratar las teor¨ªas m¨¢s estrafalarias, algunas de "chiflado encanto", que han tratado de buscar otra autor¨ªa para las obras del bardo. Ah¨ª queda la tesis de que las escribi¨® en realidad Christopher Marlowe, que "ten¨ªa el talento requerido y sin duda habr¨ªa dispuesto de todo el tiempo del mundo a partir de 1593", anota Bryson, "de no haber estado demasiado muerto para ocuparlo en algo, claro".
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