El regreso de Mecenas
No s¨¦ si ser¨¢ prudente recordar este dictamen reci¨¦n acabado el a?o Darwin, sin embargo, lo cierto es que el conde de Gobinau -de infausto renombre pol¨ªtico y ocasionalmente grata relectura- se?al¨® como a su juicio improbable que el hombre descendiese del mono, pero consideraba fuera de duda que muchos avanzan hacia ¨¦l a toda m¨¢quina. Supongo que exageraba en lo biol¨®gico aunque, considerando otros campos menos graves, ciertos indicios parecen anunciar el retorno de expedientes sociopol¨ªticos que uno ten¨ªa ya por definitivamente arrumbados. En Catalu?a, por ejemplo, hace poco algunos han propuesto un dec¨¢logo para reinventar los reinos de taifas como futuro progresista del actual Estado de derecho espa?ol. Puede que ni los monos de Gobinau ni estos taifas renovados sean id¨¦nticos a los de anta?o, pero como l¨ªneas evolutivas no dejan de resultar inquietantes.
Si prospera el gratis total facilitado por Internet vamos a volver al antiguo r¨¦gimen
Algo semejante puede vislumbrarse si prospera la iniciativa propiciada con fervor mesi¨¢nico por algunos internautas a favor de la libertad total -es decir, gratis total, porque la libertad es otra cosa- de descargas culturales en la Red. En este caso lo que va a recobrarse, si los dioses virtuales no lo remedian, es la figura de los mecenas art¨ªsticos y literarios. Gayo Mecenas fue un distinguido caballero de origen etrusco que ejerci¨® como consejero personal y hombre de confianza del emperador Augusto, aunque seguimos conservando su apellido en nuestro l¨¦xico para conmemorar su empe?o como patrocinador de escritores: Virgilio, Horacio, Propercio, Vario y otros varios fueron beneficiarios de su munificencia. Algunos le debieron su independencia creadora, como Virgilio (al cual sugiri¨® seg¨²n dicen el tema de sus Ge¨®rgicas), y otros posesiones nada desde?ables, como la granja sabina de Horacio. Claro que tanta generosidad fue voluntariosamente agradecida por los poetas, que le devolvieron el favor en forma de loores al r¨¦gimen imperial...
Mecenas muri¨® ocho a?os antes del comienzo de la era cristiana (tras perder el favor de Augusto y de introducir en Roma las piscinas de agua caliente, otra demostraci¨®n de buen gusto), pero el mecenazgo continu¨® a lo largo de los siglos. Pintores, escultores y literatos tuvieron que buscar el amparo de los reyes, de la Iglesia, de la nobleza con ansias de grandeza o de simples burgueses enriquecidos. En cualquier caso, viv¨ªan dependiendo de los caprichos e intemperancias de quienes financiaban sus obras y su misma subsistencia. Produjeron logros sublimes, desde luego, pero nunca dejaron de saberse -hay testimonios abundantes de ello, algunos amargos- empleados en el mejor de los casos y criados distinguidos en el peor. As¨ª fue hasta que socialmente naci¨® un p¨²blico que apreciara y retribuyera su trabajo, independiz¨¢ndoles al menos en parte de las directrices ideol¨®gicas impuestas y de la interesada tutela de los poderosos.
Ahora parece que gracias al "gratis total" facilitado por Internet vamos a volver al antiguo r¨¦gimen. Desde luego los mecenas de ma?ana ser¨¢n distintos, m¨¢s corporativos y multinacionales, pero volver¨¢n a reservarse la exclusiva de los artistas empujados a su protecci¨®n por la necesidad. Y no lo duden, tambi¨¦n impondr¨¢n sus condiciones a los productos que van a financiar. ?Otra retroconquista! Un adagio latino dec¨ªa que si los tontos volasen, oscurecer¨ªan la luz del sol. Para comprobar su actualidad, basta con pasearse por ciertos sitios de la Red... Por no hablar, claro, de Rodr¨ªguez Ibarra.
Babelia
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