Aquellos d¨ªas de 'La dolce vita'
A los 50 a?os de su estreno, una exposici¨®n en el Museo Nacional del Cine de Tur¨ªn recupera la ¨¦poca y el esc¨¢ndalo de la pel¨ªcula de Fellini, que anticip¨® en varias d¨¦cadas la ca¨ªda de Italia en el vac¨ªo. El periodista Indro Montanelli calific¨® en aquel entonces el filme como "una obra cumbre del cine y el periodismo"
Hace medio siglo justo, una noche de enero de 1960, Federico Fellini invit¨® a Indro Montanelli a su casa romana para ense?arle la pel¨ªcula que acababa de hacer. Un par de d¨ªas despu¨¦s, el siempre fr¨ªo periodista dej¨® su apasionado testimonio, la primera cr¨ªtica del filme, en un texto memorable que public¨® Il Corriere della Sera. "Fellini no alcanza cotas menos altas de las que Goya toc¨® en la pintura", escribi¨® Montanelli. "Nuestro cine no ha producido jam¨¢s nada comparable a esta pel¨ªcula. No estamos aqu¨ª en el cinemat¨®grafo. Estamos ante un gran fresco, ante algo excepcional, no porque represente m¨¢s o mejor lo que se ha hecho hasta ahora en la pantalla, sino porque va netamente m¨¢s all¨¢, violando todas las reglas y convenciones".
"Ese reportaje no es cualquier cosa. Lo poco que reluce es puro oro. Lo mucho que apesta es pura alcantarilla"
"El Vaticano se sum¨® enseguida a la condena con art¨ªculos an¨®nimos, lo que contribuy¨® a la expansi¨®n del filme
Imposible resistirse a seguir citando a la biblia. Montanelli consider¨® La dolce vita una doble cumbre: del cine y del periodismo: "Fellini, antes de ser cineasta, ha sido periodista. Y se sirve precisamente de un periodista para coser los episodios del filme, describi¨¦ndolos a trav¨¦s de otros tantos sucesos de cr¨®nica que le conducen a la exploraci¨®n de la sociedad romana en todos sus estratos y barrios, desde el palacio del Pr¨ªncipe hasta las cuevas intelectuales de Via Margutta, al apartamento de los nuevos ricos de Parioli, a los caf¨¦s de Via Veneto, a los tugurios de las paseantes de la periferia y los bald¨ªos terrenos de las chabolas del cintur¨®n subproletario".
"Ecco, aqu¨ª entramos en mi oficio, y sobre la exactitud del relato me siento autorizado a manifestarme", prosegu¨ªa. "Muchos negar¨¢n esa exactitud, y esperamos que lo hagan de buena fe, es decir, creyendo francamente que el retrato es arbitrario. Pero yo con toda honradez debo decir que si Mastroianni, que interpreta al protagonista, hubiese sabido contar con el bol¨ªgrafo, para un peri¨®dico del que yo fuese director, las mismas cosas que ha contado con la c¨¢mara de Fellini, y con la misma fidelidad, yo le triplicar¨ªa el sueldo".
Permitan todav¨ªa un par de p¨ªldoras m¨¢s, para terminar el saqueo: "?Dios m¨ªo, qu¨¦ tristeza, qu¨¦ miseria, esos discursos, esas caras, esa falsedad! ?Somos nosotros, esos tipos?", se preguntaba Montanelli. "S¨ª, somos nosotros, Dios nos perdone. ?sas son las cosas que decimos (y que no pensamos) cuando estamos juntos. ?sas son nuestras mentiras. ?sas, nuestras vanidades. ?sas, las mujeres que giran alrededor nuestro, o sobre las que nosotros giramos, que tienen todo dudoso, hasta el sexo. No, el retrato de esta sociedad no mejora cuando pasa del palacio del Pr¨ªncipe al sal¨®n de la poeta o al estudio de la pintura. Cambia de estilo. Pero sigue en la mezquindad, en lo dialectal, en lo falso".
Once meses antes, el 16 de marzo de 1959, a las 11.35 de la ma?ana, la claqueta cortaba el aire para rodar la primera escena: Marcello Mastroianni segu¨ªa a Anita Ekberg por la c¨²pula de San Pedro, reconstruida en Cinecitt¨¤ como casi todo lo dem¨¢s. Anitona ba?¨¢ndose en la Fontana de Trevi, una de las secuencias m¨¢s c¨¦lebres de la historia del cine, fue rodada un mes m¨¢s tarde, con nueve grados, seg¨²n anota ??igo Dom¨ªnguez, el corresponsal que m¨¢s sabe de cine italiano (y otras cosas) en Roma.
Cuando se estren¨®, una vez pasada la censura, la pel¨ªcula gener¨® controversia salvaje. Doli¨® su verdad profunda y prof¨¦tica, que anticip¨® en 30 a?os la ca¨ªda del pa¨ªs en el vac¨ªo, ese retrato fragmentario de las v¨ªsceras de una sociedad fr¨ªvola, aburrida, decadente y c¨ªnica. La retransmisi¨®n de los milagros a la carta, la homosexualidad reprimida, el bienestar que anticip¨® el boom del consumo, la superficialidad de la prensa moderna que se empieza a entregar al cotilleo encarnada en el disoluto Mastroianni, casi mudo y desencantado paparazzo -ah¨ª se acu?a la palabra-, vagamente alter ego de Fellini...
Todo ello suscit¨® el escandalazo que hab¨ªa pronosticado Montanelli. El preestreno en el Capitol de Mil¨¢n fue apote¨®sico. Hubo pitos e insultos, y un disidente escupi¨® a Fellini en el cuello. En Roma fue peor. Una viejecita se ape¨® de su Mercedes en Piazza di Spagna, dando manotazos al ch¨®fer, y se colg¨® de la corbata de Fellini para gritarle: "?Antes atarse una piedra al cuello y tirarse al mar que dar este esc¨¢ndalo!", recuerda Dom¨ªnguez.
El Vaticano se sum¨® enseguida a la condena de la lucidez con art¨ªculos an¨®nimos en L'Osservatore Romano, lo que contribuy¨® a la expansi¨®n internacional del filme. Salvo en Espa?a, donde se estrenar¨ªa con 20 a?os de retraso, en 1980. Fellini, Mastroianni, Anita Ekberg, los guionistas Ennio Flaiano y Tullio Pinelli (que vivi¨® 100 a?os), incluso el m¨²sico Nino Rota, pasaron a ser considerados "pecadores p¨²blicos".
Fellini, quit¨¢ndose importancia, explicaba as¨ª la pel¨ªcula: "S¨®lo quer¨ªa decir que, pese a todo, la vida tiene una dulzura profunda, innegable".
Esa misma ternura marc¨® su relaci¨®n con Mastroianni, recuerda Barbara Mastroianni, la hija mayor del actor. "Eran muy amigos y se parec¨ªan mucho, se entend¨ªan al vuelo, siempre estaban bromeando y nunca se contaban las desgracias", dice. "En el trabajo eran absolutamente c¨®mplices. Mi padre era muy reservado y no hablaba mucho de sus cosas, pero adoraba a Fellini, hab¨ªa entre ellos una gran simbiosis. Recuerdo que cuando rodaron Ginger y Fred, muchos a?os despu¨¦s, Pap¨¢ vino a casa muerto de risa porque Fellini hab¨ªa metido una parodia de Berlusconi, el Comendatore Lombardone". Era 1986: el periodista segu¨ªa trabajando.
Hoy, en el Museo Nacional del Cine de Tur¨ªn, una maravillosa exposici¨®n, Los a?os de la Dolce Vita, rinde tributo a aquellos d¨ªas dorados y, sobre todo, a aquellas noches y aquellas amanecidas. Por un lado, hay 130 alegres fotos callejeras del paparazzo Marcello Geppetti, que muestran a Roma convertida en un plat¨® a cielo abierto. Media ciudad viv¨ªa del cine y la otra media rezaba. Culpa, ambas cosas, del beato proteccionista Giulio Andreotti, que oblig¨® a las productoras americanas a reinvertir las taquillas en territorio nacional. Geppetti capta a todas las estrellas de ese tiempo. Se agolpaban literalmente en los caf¨¦s de Via Veneto (hoy vac¨ªos y prohibitivos, y algunos en manos de la N'drangheta) que hab¨ªan inspirado a Fellini la idea de La dolce vita en el verano de 1958.
Cinecitt¨¤ era la casa de Fellini. All¨ª se celebr¨® el superfuneral, en 1993, poco antes de que Lombardone consumara su escalada. Barbara Mastroianni, que fue ayudante de sastra en E la nave va y le llamaba siempre signor Fellini, recuerda que su padre volvi¨® a casa enfermo aquel d¨ªa. "Le molest¨® toda aquella parafernalia que montaron, dec¨ªa que Federico no la habr¨ªa aprobado. No sab¨ªa que a ¨¦l se la har¨ªan tambi¨¦n poco despu¨¦s".
En la exposici¨®n de Tur¨ªn se pueden ver tambi¨¦n 28 im¨¢genes muy raras, oscuras y po¨¦ticas, que tom¨® durante las pausas del rodaje Arturo Zavattini, hijo del escritor Cesare Zavattini y operador del filme. En su ensayo para la muestra, el eximio cr¨ªtico Tullio Kezich, amigo y bi¨®grafo de Fellini desaparecido el a?o pasado, escrib¨ªa estas sabias l¨ªneas: "En la C¨¢mara gritaban los fascistas y en los p¨²lpitos los curas llamaban a rezar por Fellini. S¨®lo los jesuitas de Mil¨¢n le defendieron, y fueron enviados al exilio". Y conclu¨ªa: "Casi se echa de menos aquella Italietta en la que por una pel¨ªcula presuntamente inmoral, en la que no hab¨ªa siquiera la sombra de un desnudo femenino, se romp¨ªan amistades, se desencadenaban batallas y se agotaban los peri¨®dicos".
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