La condena social de los pol¨ªticos
Son mediocres, incompetentes, c¨ªnicos, mentirosos, aprovechados, manipuladores, corruptos. Cuando no son sus causantes, los pol¨ªticos se muestran incapaces de resolver la crisis econ¨®mica, la inseguridad ciudadana, la decadencia cr¨®nica de la agricultura, la extensi¨®n del paro, las listas de espera de la sanidad, la baja calidad de la educaci¨®n, la degradaci¨®n medioambiental.
Basta un muestreo de art¨ªculos de prensa, tertulias, cartas al director o mensajes en los medios digitales para constatar un veredicto mayoritario y condenatorio sobre toda una "clase" o "casta" pol¨ªtica. Aparece como una r¨¦mora perjudicial para el bienestar de sus conciudadanos. En algunos pa¨ªses, el "que se vayan todos" ha sido el grito resumido de este estado de ¨¢nimo.
Hay que reivindicar la importancia social de la pol¨ªtica y devolverle, entre todos, la credibilidad
El rechazo total a la pol¨ªtica somete la sociedad a la ruda ley del m¨¢s fuerte
Esta condena a los pol¨ªticos arrastra f¨¢cilmente a una condena general de la pol¨ªtica. Si la pol¨ªtica es "lo que hacen los pol¨ªticos", es inevitable concebirla como el reino del enga?o, la corrupci¨®n y la pugna ego¨ªsta por las ganancias particulares de quienes est¨¢n en ella. Muy lejos, por tanto, de concebirla como el espacio donde se trabaja por el bien com¨²n. Hay que preguntarse por las razones de una opini¨®n tan extendida. ?Es una reacci¨®n fundada? ?Cu¨¢les son sus motivos? Con ayuda de bibliograf¨ªa antigua y reciente, resumo algunas explicaciones.
La profesionalizaci¨®n de los pol¨ªticos. La ciudadan¨ªa se aleja cada vez m¨¢s de una din¨¢mica institucional muy profesionalizada que monopolizan -cada uno a su modo- pol¨ªticos de dedicaci¨®n exclusiva y periodistas que les siguen como su sombra. Constituyen un c¨ªrculo cuasi aut¨®nomo, en el que comparten reglas no escritas, escenarios p¨²blicos, latiguillos ret¨®ricos y otras complicidades. "Los pol¨ªticos nos ganamos la vida gracias a los periodistas. Y los periodistas pol¨ªticos os la gan¨¢is gracias a nosotros": es la frase contundente o¨ªda hace a?os a un profesional de la pol¨ªtica.
Convertir la pol¨ªtica en un modus vivendi vitalicio entreabre una puerta al corporativismo, la rutina o la corrupci¨®n de mayor o menor cuant¨ªa. Pero cuesta atribuir el desencanto masivo sobre la pol¨ªtica a una reacci¨®n irritada cuando se dan pr¨¢cticas condenables. Unos centenares de corruptos o aprovechados no bastan para explicar la tacha que se lanza sin matices y sin datos sobre 150.000 cargos electos y 2.500.000 de empleados p¨²blicos.
La dimisi¨®n de los ciudadanos. Los ciudadanos de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados tienden a dimitir de sus responsabilidades colectivas. Est¨¢n sometidos a la presi¨®n publicitaria que promueve un estilo de vida donde el bienestar personal pasa por delante de cualquier otro objetivo. La disposici¨®n a la cooperaci¨®n para fines comunes disminuye. Si apenas se admiten los sacrificios y privaciones que exige la b¨²squeda de la prosperidad
individual, mucho menos aceptables aparecen las renuncias y las privaciones que reclama la entrega desinteresada al bien p¨²blico. Ocuparse de los asuntos comunes o comprometerse en su gesti¨®n representa una merma del tiempo y de la energ¨ªa que requieren las obligaciones familiares, las tareas profesionales o las aficiones recreativas.
Hay quien lo formula en tono m¨¢s filos¨®fico: una p¨¦rdida creciente de la virtud c¨ªvica -y no s¨®lo o no tanto la corrupci¨®n de sus profesionales- provoca esta indiferencia o desafecci¨®n por la pol¨ªtica.
El desprestigio de lo p¨²blico. Si el valor de la cosa p¨²blica cotiza a la baja, se debe a d¨¦cadas de hegemon¨ªa ideol¨®gica de cierta visi¨®n sobre las relaciones sociales. Se sintetiz¨® en modelos econ¨®micos que conceb¨ªan al individuo como ego¨ªsta ilustrado, como maximizador racional de su beneficio en un mercado perfecto. Los modelos se trasladaron al an¨¢lisis de la pol¨ªtica. En versi¨®n vulgar, se cifr¨® en frases rotundas: "la sociedad no existe", "la pol¨ªtica no es la soluci¨®n: es el problema".
La doctrina tuvo ¨¦xito. Hasta la crisis de 2008, al menos. Durante m¨¢s de 30 a?os orient¨® a entusiastas pol¨ªticos de derecha y a adaptables pol¨ªticos de izquierda.
La pol¨ªtica y lo p¨²blico se convirtieron en sin¨®nimos de ineficiencia, despilfarro o corrupci¨®n. El mercado y lo privado aparecieron como la receta salvadora: privatizaci¨®n de sectores estrat¨¦gicos, externalizaci¨®n de servicios p¨²blicos, aparici¨®n de agencias ejecutivas "despolitizadas", desregulaci¨®n de actividades de impacto social. De este modo, los propios pol¨ªticos alimentaron la desconfianza hacia su misma tarea. Dieron a entender que su papel y el papel de los empleados p¨²blicos eran cada vez m¨¢s prescindibles, cuando no perjudiciales. Persuadieron a buena parte de la ciudadan¨ªa de que la pol¨ªtica que ellos encarnaban era superflua o nociva para el progreso social. Y la ciudadan¨ªa les correspondi¨® l¨®gicamente con un desprestigio sin matices de la pol¨ªtica y de lo pol¨ªtico.
La globalizaci¨®n. Una determinada idea de la globalizaci¨®n se convierte en la coartada resignada para reducir el espacio pol¨ªtico hasta hacerlo insignificante. En este contexto, las opciones pol¨ªticas mayoritarias ofrecen poco margen para la oferta de alternativas distintas. Porque los l¨ªmites del juego vienen marcados "desde fuera". La disputa pol¨ªtica no se plantea, pues, sobre programas sustantivos que apenas se distinguen entre s¨ª. Si no hay diferencias y "todos son iguales" -no s¨®lo los pol¨ªticos, sino tambi¨¦n sus programas-, ?c¨®mo podr¨¢ estimularse alg¨²n inter¨¦s por lo pol¨ªtico? El ¨²nico est¨ªmulo ser¨¢ el fabricado por el marketing, encargado de suministrar envoltorios diferentes para disimular propuestas similares.
El ¨¦nfasis sobre la calidad del "liderazgo" enmascara la irrelevancia del rumbo que un presunto l¨ªder deber¨ªa fijar. Porque -bajo la apariencia de liderazgo pol¨ªtico- s¨®lo hay un "piloto autom¨¢tico" teledirigido por la globalizaci¨®n.
Este fatalismo resignado es una negaci¨®n de la pol¨ªtica como capacidad para decidir entre alternativas de futuro colectivo. Con todo, los datos no siempre abonan la irrelevancia de la pol¨ªtica para afrontar grandes problemas. Con decisiones no siempre coincidentes y por tanto discutibles, la pol¨ªtica ha tenido que remediar los efectos m¨¢s catastr¨®ficos del pretendido "piloto autom¨¢tico" que llevaba al mundo occidental al borde del abismo econ¨®mico y social.
En conclusi¨®n: es preocupante que los pol¨ªticos aparezcan entre los grandes problemas percibidos por la opini¨®n. Pero no basta descargar c¨®modamente sobre ellos -ni siquiera sobre sus malas pr¨¢cticas- la culpa de una devaluaci¨®n persistente de lo p¨²blico y de lo pol¨ªtico. Sin suscribir del todo las explicaciones disponibles (Sennett, Hay, Rosanvallon), conviene tenerlas en cuenta si se quiere reivindicar la importancia social de la pol¨ªtica y empe?arse -entre todos- en devolverle la necesaria credibilidad.
Porque el rechazo total a la pol¨ªtica y a los pol¨ªticos somete la sociedad a la ruda ley del m¨¢s fuerte.
Josep M. Vall¨¨s es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la UAB.
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