Polaroid de Bilbao
Instant¨¢neas de una ciudad en constante cambio. Del aeropuerto de Calatrava a los 'pintxos' de siempre
"Hay ciudades tan descabaladas que no tienen catedral". Son palabras extra¨ªdas de Tiempo de silencio, el novel¨®n de Luis Mart¨ªn Santos, que no era de Bilbao pero vivi¨® lo que le dio tiempo en San Sebasti¨¢n, y muri¨® en Vitoria, tras un accidente de tr¨¢fico. Mart¨ªn Santos se refer¨ªa a Madrid, entonces sin catedral. Cuando escribi¨® esas palabras, Bilbao ya ten¨ªa dos: la de Santiago, peque?a como una parroquia grande, de fachada y torre reconstruidas en el XIX, neocl¨¢sicas, de piedra clara, en el casco viejo; y la de San Mam¨¦s, la grande, la repleta de fieles cada dos domingos, la que ruge, la catedral del f¨²tbol, junto a la estaci¨®n de autobuses y la primera parada del tranv¨ªa.
Bilbao tiene dos catedrales y un tranv¨ªa verde que recorre la ciudad nueva bordeando el camino de siempre: las oscuras aguas del Nervi¨®n a cuyas orillas la ciudad ha renacido, una ciudad nueva sobre la ciudad de siempre. Famosa ciudad oscura ("Oh altos hornos, infiernos hondos en la niebla", cantaba el bilba¨ªno, y universal, Blas de Otero), ha sabido encontrar una nueva plaza desde la que nazcan todas las calles que ya estaban. La r¨ªa es la de siempre, pero ahora gusta asomarse a ella y seguir la violencia suave de los remos que entran y salen en el agua, todos a una, fant¨¢stica coreograf¨ªa infinita. El inevitable Guggenheim parece la instant¨¢nea captada de una ciudad del futuro en el principio de su fin, una ciudad fundi¨¦ndose, derriti¨¦ndose, la vi?eta m¨¢s grande del mundo que nos ha hecho volvernos al c¨®mic de Bilbao, una ciudad nueva, viva, que ha sabido percatarse de que no estaba terminada (como la catedral de Madrid cuando Mart¨ªn Santos escribi¨® Tiempo de silencio).
En realidad ninguna ciudad est¨¢ terminada; las ciudades acabadas est¨¢n muertas. Palmira, Pers¨¦polis, La Alhambra. Pero hay que ser valiente, o intr¨¦pido, para acometer acabamientos temporales, tan acertados en Bilbao, la ciudad nueva, de provincias a capital, con la llegada a "la paloma", el aeropuerto blanco de Calatrava -el mismo del puente que resbalaba y hubo que pavimentar, vaya mano que tiene este hombre con los puentes y sus da?os colaterales-, el aeropuerto que nos recuerda que nada es lo que era. Desde all¨ª un autob¨²s al centro, 20 minutos, 1,30 euros. "Mira, la r¨ªa". "?Ostras!, el Guggenheim, con su arbusto en forma de perrito gigante"... Y el r¨ªo y los remos hiriendo las aguas que inmediatamente se cierran, y los parques.
Tras el autob¨²s, o el tren FEVE o el tranv¨ªa nos apeamos y cruzamos el r¨ªo, o la r¨ªa, y entramos en las Siete Calles, el casco viejo, donde elegiremos una de ellas para adentrarnos y perdernos y al rato volver a la misma o a otra similar y detenernos en cualquier punto y decir "?¨¦ste mismo!" y entrar en el bar que surja justo ah¨ª y pedir un vino y repasar las bandejas de pintxos y controlarnos para no comernos todos, pues al lado del bar hay invariablemente otro, y cogemos nuestros pintxos y luego decimos "pues hemos comido tantos", y el camarero multiplica y a otro templo, con otras reliquias, la mayor¨ªa futboleras, como aquel pelo de Maradona en una hornacina napolitana, o la camiseta de Amorebieta, devotamente enmarcada, y cuatro fotos, y m¨¢s pintxos.
El Guggen, inevitable
A¨²n en el casco viejo, localizamos la catedral a lo lejos. M¨¢s tarde atravesaremos las dimensiones agrandadas al entrar, la escala de las catedrales, aunque sean peque?as, como una parroquia grande. Pero antes de llegar a la catedral nos refugiaremos en los soportales de la Plaza Nueva, la plaza mayor, donde el domingo por la ma?ana buscaremos alguna novela entre los puestos de libros que nos llevar¨¢n hasta un caf¨¦ cremoso en el bar Bilbao. "Mi Plaza Nueva fr¨ªa y uniforme", dijo Miguel de Unamuno, que naci¨® ah¨ª detr¨¢s.
Querremos innovar, descubrir otro Bilbao, pero acabaremos acerc¨¢ndonos al Guggen. Y descendiendo a los "infiernos hondos", el metro, que si en Mosc¨² nos sorprendi¨® por su grandiosidad aristocr¨¢tica, aqu¨ª lo har¨¢, c¨®mo no, por su dise?o (la estaci¨®n de Sarriko merece una visita, si no tenemos v¨¦rtigo). Saldremos de Bilbao con la lecci¨®n aprendida de arquitectura actual. Y con kilo y medio de m¨¢s, glorioso kilo y medio de m¨¢s.
La sonoridad portuguesa de la palabra que nombra la ciudad que nos acoge, Bilbao, ya nos atrapa. La antigua ciudad nueva. Las tiendas del centro, los bares del casco viejo, la cafeter¨ªa del museo, la calle y la lluvia, la r¨ªa. Y un desayuno imprescindible (y si prescindimos, pues almuerzo, o cena) en el Iru?a, frente a los jardines de Albia con sus ¨¢rboles inmensos, en la parte bar, con azulejos en las paredes y barra semicircular donde acodados damos cuenta del zumo, el caf¨¦, el cruas¨¢n, el pintxo de revuelto de jam¨®n y mayonesa; o en la parte restaurante, donde tambi¨¦n comenzar¨¢ la noche bilba¨ªna. Aunque en esta ciudad, para comer, casi cualquiera vale. Para todos los gustos. Cuidado, tambi¨¦n para todos los bolsillos, sobre todo si dejamos la barra y nos sentamos en una mesa con mantel.
Y abandonamos Bilbao, satisfechos. D¨ªas m¨¢s tarde construiremos sin saberlo un verso que ya escribi¨® Blas de Otero: "Cu¨¢nto Bilbao en la memoria".
? Pablo Aranda es autor de la novela Ucrania (Destino).
Gu¨ªa
Informaci¨®n:
Turismo de Bilbao (944 79 57 60; www.bilbao.net).
Dormir:
Hotel Abando (Col¨®n de Larreategui, 9; 944 23 62 00; www.hotelabando.com). Habitaci¨®n doble, 75 euros.
Hotel Mir¨® (alameda de Mazarredo, 77, junto al Guggenheim; 946 61 18 80; www.mirohotelbilbao.com). Desde 90 euros la doble.
Comer:
Caf¨¦ Iru?a (Col¨®n de Larreategui; 944 23 70 21).
Caf¨¦ Bar Bilbao (plaza Nueva, 6; 944 15 16 71; www.bilbao-cafebar.com).
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