Tantas palabras
Creo que cuanto mayor me hago me vuelvo menos indulgente con la palabrer¨ªa. No s¨®lo la de los otros: tambi¨¦n la m¨ªa propia. En una librer¨ªa algo desastrada de mi barrio de Nueva York, que cerr¨® hace unos meses, como van cerrando tantas, ve¨ªa siempre que entraba una frase de Hemingway escrita en grandes letras encima de una puerta. Un escritor deb¨ªa poseer, dice Hemingway, a built-in bullshit detector: un detector innato de palabrer¨ªa. Yo le¨ªa esa frase cada vez que entraba a la librer¨ªa claramente destinada a la ruina y me preguntaba no sin aprensi¨®n si ese detector innato estaba entre las herramientas con las que hago mi trabajo, o si funciona siempre, o si algunas veces, aunque salte la alarma indicando la palabrer¨ªa o la tonter¨ªa, no habr¨¦ dejado de escucharla. Uno encuentra tantos motivos para no estar alerta, o para permitirse una flaqueza con la esperanza de que el lector no la advertir¨¢, o no le dar¨¢ importancia. Miraba al librero y comprend¨ªa que su capacidad para admitir cualquier clase de bullshit menguaba a cada hora, cada d¨ªa en que los clientes eran menos escasos y en el que se le amontonar¨ªan las deudas del alquiler y de la luz. En Nueva York la vida real es demasiado cruda para que la endulcen las palabras. Por esa acera de la parte alta de Broadway, cerca de la universidad de Columbia, pasaban los estudiantes en riadas, pero no se paraban casi nunca delante de la librer¨ªa, ni siquiera hojeaban los libros de saldos dispuestos en cajones como una pobre tentaci¨®n delante del escaparate, ni siquiera los robaban. Me acord¨¦ con remordimiento, casi con nostalgia, de cuando lo propio de los estudiantes era robar libros, muchas veces con el argumento oportuno de que la propiedad es un robo. Pero los estudiantes que pasaban por delante de la Morningside Bookstore ni siquiera apartaban los ojos de los iPods y los iPhones para mirar un momento aquellas antiguallas, en muchos casos con las cubiertas cuarteadas por la larga exposici¨®n al sol y a la intemperie.
Un escritor ha de poseer un detector innato de palabrer¨ªa. De boludeces, dice una traducci¨®n argentina de bullshit; de pendejadas, dice una traducci¨®n mexicana, que sugiere de paso la variante espa?ola: gilipolleces. A Hemingway no es que le funcionara perfectamente su detector, o que le funcionara siempre. Los desmayos po¨¦ticos de El viejo y el mar est¨¢n a un paso de Paolo Coelho, y en Las nieves del Kilimanjaro o en Par¨ªs era una fiesta es embarazoso asistir a tanta noveler¨ªa narcisista y masculina, la autenticidad del gran machote cazador y bebedor que deja en rid¨ªcula evidencia a los que no le llegan a su altura, especialmente al pobre Scott Fitzgerald, que no s¨®lo estaba fascinado por los ricos, como un papanatas, sino que adem¨¢s la ten¨ªa muy peque?a.
Pero uno quiere creer que los anglosajones son menos propensos a esa gran enfermedad hisp¨¢nica, la vaguedad palabrera, la sobreabundancia, la concepci¨®n ac¨²stica del estilo, como dec¨ªa Borges, que la atribu¨ªa sobre todo a los espa?oles. El ingl¨¦s es una lengua m¨¢s seca, mucho m¨¢s monosil¨¢bica, un instrumento pr¨¢ctico adecuado para el comercio, la ciencia, la t¨¦cnica, los manuales de instrucciones. Los traductores del espa?ol al ingl¨¦s se quejan siempre de la longitud de nuestras frases. A muchos escritores espa?oles y latinoamericanos nos deslumbraron las parrafadas interminables de William Faulkner, su proliferaci¨®n selv¨¢tica de adjetivos y de frases subordinadas. Las imitamos sin darnos mucha cuenta, y para nuestra sorpresa esta misma desmesura nos vuelve ex¨®ticos para quienes leen y hablan en el mismo idioma que Faulkner manej¨®. Pero es que Faulkner, adem¨¢s, no es ese monarca de la literatura americana que nosotros imagin¨¢bamos, sino una figura m¨¢s bien lateral, demasiado marcada por su aislamiento de las corrientes principales de la novela y por su pertenencia al mundo, culturalmente tan lejano, del Sur. Faulkner, tengo la impresi¨®n, sobrevive m¨¢s como lectura en los departamentos universitarios de ingl¨¦s que como ejemplo vivo para los escritores. Y a los americanos siempre les extra?a que nosotros, los europeos, los latinoamericanos, nos interesemos tanto por un novelista tan marcadamente regional.
Quiz¨¢s nos ha perjudicado el barroco. El barroco es el vendaval de palabrer¨ªas y formas desatadas de la Contrarreforma, el mareo de ¨¢ngeles y nubes y santos con los ojos vueltos y dioses en el interior de las c¨²pulas de las iglesias romanas, el contoneo decorativo de las columnas salom¨®nicas, la met¨¢stasis de los retablos con recovecos de dorados y de polvo, la gesticulaci¨®n de los predicadores apost¨®licos proclamando saberes tan exclusivamente ac¨²sticos y palabreros como el misterio de la Sant¨ªsima Trinidad. En el siglo XVII el ingl¨¦s y el holand¨¦s eran usados para describir por primera vez el interior de una c¨¦lula mirada a trav¨¦s del microscopio o para redactar severos contratos comerciales. El espa?ol se hinchaba prodigiosamente con el aire recalentado de la oratoria sagrada, de las fantasmagor¨ªas verbales de los leguleyos y los bur¨®cratas que intentaban regular minuciosamente, desde una covachuela del alc¨¢zar de Madrid, las geograf¨ªas de continentes y oc¨¦anos, la vida en las Indias, la navegaci¨®n entre Acapulco y las Filipinas. La Declaraci¨®n de Independencia de los Estados Unidos es un documento circunspecto que tiene algo de manual de instrucciones para poner en pr¨¢ctica el funcionamiento de un pa¨ªs. La historia constitucional de Espa?a y de Am¨¦rica Latina es una torrentera de palabrer¨ªas que no ha cesado en dos siglos, una biblioteca de legislaciones fant¨¢sticas que pasaron a toda velocidad del pergamino al papel mojado. Los mandatarios han sido tan f¨¦rtiles en la invenci¨®n de bandas, condecoraciones, charreteras y uniformes como en el fragor de los discursos. En nuestros pa¨ªses, con acentos distintos, la pol¨ªtica consiste sobre todo en levantar y derribar grandes edificios, catedrales barrocas de palabras.
La pol¨ªtica y cualquier clase de solemnidad. Seg¨²n los ¨ªndices internacionales Espa?a es un pa¨ªs de productividad econ¨®mica muy baja, pero si hubiera ¨ªndices de productividad de discursos -su cantidad, su duraci¨®n, el n¨²mero de palabras per c¨¢pita- quiz¨¢s estar¨ªamos muy cerca de la cabecera del mundo. La generaci¨®n del 27 se enamor¨® de G¨®ngora y produjo una prosa tan vacua de palabrer¨ªa que a¨²n hay eruditos que pierden el juicio intentando descifrarla, o abarcarla. Cada momento del d¨ªa, en cada lugar de Espa?a, en cada pa¨ªs de Am¨¦rica, hay un alcalde, consejero, viceconcejal, caudillo, presidente vitalicio, acad¨¦mico, preboste, pronunciando un discurso, m¨¢s o menos florido, m¨¢s tosco o m¨¢s recamado. Hasta un tirano tan desabrido como el general Franco segregaba discursos suficientes como para llenar una hilera de vol¨²menes en la biblioteca p¨²blica a la que yo iba de ni?o. El cantante Antonio Molina me cont¨® hace muchos a?os que asisti¨® al primer discurso de Fidel Castro en un teatro de La Habana, y que dur¨® tanto y estaba el p¨²blico tan apretado que se me¨® tres veces sin moverse del sitio.
As¨ª que al escritor en espa?ol le cuesta mucho poner a punto su detector de palabrer¨ªa. Deber¨ªa uno palidecer cada vez que un lector bien intencionado lo elogia por escribir muy bien. Escribir bien es pedirle a la inteligencia el nombre exacto de las cosas. Pero ni siquiera el gran Juan Ram¨®n Jim¨¦nez fue siempre inmune a la palabrer¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.