Escenas de la vida francesa
La clase pol¨ªtica parece haber perdido el norte. A la decepcionante visita de Nicolas Sarkozy a Hait¨ª se une el estupor creado por los excesos verbales de Dominique de Villepin y el resurgir del 'caso Fr¨ºche'
Hait¨ª merec¨ªa algo m¨¢s que esas cuatro horas, reloj en mano, que dur¨® la visita de Nicolas Sarkozy. Uno no puede evitar pensar en George Bush sobrevolando Nueva Orleans a bordo de su Air Force One poco despu¨¦s del hurac¨¢n Katrina. Ni echar de menos una acci¨®n memorable, un s¨ªmbolo, un gran gesto o, incluso, uno peque?o; una noche, por ejemplo, una simple noche pasada en la tierra haitiana siniestrada, una visita a Jacmel, a 20 kil¨®metros de Puerto Pr¨ªncipe, donde la devastaci¨®n es total y adonde a¨²n no llegan los socorros. S¨ª, se echa de menos algo as¨ª. C¨®mo no pensar en la repercusi¨®n que ese gesto habr¨ªa tenido. C¨®mo no imaginar el consuelo que habr¨ªa supuesto para un pueblo que lo ha perdido todo; todo, salvo los ojos para llorar y el recuerdo de esa historia larga, dolorosa, complicada y parad¨®jica que es la de las relaciones de su pa¨ªs con Francia -y que evoc¨® el presidente Ren¨¦ Pr¨¦val-. En vez de eso, como digo, tan s¨®lo cuatro horas (menos que en Martinica y Guadalupe). En vez de eso, unas sacudidas del aire en torno al helic¨®ptero presidencial como respuesta a unas sacudidas de la tierra sin precedentes en los ¨²ltimos tiempos (no hay que dejar de recordarlo, ni de intentar dar a las cifras toda su carga de sangre y dolor: 217.000 muertos, 217.000, y un mill¨®n de personas sin hogar). En vez de eso, amargura, decepci¨®n y esta primera visita, s¨ª, primera -es incre¨ªble, pero cierto: se trataba de la primera visita de un presidente franc¨¦s desde la independencia de la isla-, que deja la penosa sensaci¨®n de haber sido una hermosa ocasi¨®n desperdiciada. Entre la embajada y el Instituto Franc¨¦s -y, es cierto, algunos minutos en el Campo de Marte, que es el parque en el que, en pleno centro de la ciudad, se amontonan las personas sin hogar-, es como para preguntarse si el presidente realmente lleg¨® a salir de Francia.
La visita de Sarkozy a Hait¨ª deja la penosa sensaci¨®n de haber sido una hermosa ocasi¨®n desperdiciada
Extra?o retorno del discurso animalesco a la pol¨ªtica. Dominique de Villepin compara a un hombre con un cerdo
No val¨ªa la pena posarse en los hombros de Lautr¨¦amont y Rimbaud, ni d¨¢rselas de aficionado a la poes¨ªa, ni menos de poeta, ni presumir de caballerosidad, ni dejarse llevar por el lirismo o las grandes maneras, para luego terminar con un gorro en la cabeza y un lech¨®n en los brazos, y preguntar entre risas ramplonas a una asistencia no menos risue?a: "Les recuerda a alguien, ?verdad?", antes de a?adir: "?A m¨ª tambi¨¦n!" y, para dejar las cosas claras y que nadie vaya a pensar que ha sido un lapsus: "Ha comprendido perfectamente (el lech¨®n) que ha entrado en la historia gracias a ustedes". Porque Dominique de Villepin (pues se trata de ¨¦l) puede decir lo que quiera: por mucho que, desde la difusi¨®n de esas im¨¢genes, asegure que no pensaba en X, sino en Y, y sea quien sea la persona en la que efectivamente pensaba, sus palabras son inaceptables. Ya se trate de Nicolas, Christian o Perico de los Palotes, por principio, nunca se compara a un hombre con un cerdo. Dado que el cerdo es en casi todas las culturas (incluidas las cristianas, en las que, queramos o no, representa el reverso sombr¨ªo del cordero) esa "bestia singular" de la que hace 15 a?os hablara Claudine Fabre-Vassas en un hermoso libro aparecido en Gallimard, y que simboliza la mezcla de la suciedad y la impureza, esa comparaci¨®n es, de todas formas, una infamia. Alguien dir¨¢ que la imagen del "gancho de carnicero" empleada contra Villepin por el propio Sarkozy tampoco era de lo m¨¢s brillante en su especie. Es cierto. Pero responder a una cosa con la otra es ir un paso m¨¢s all¨¢ en la obscenidad. Extra?o, este retorno del discurso animalesco a la pol¨ªtica. Inquietante, esta nueva insistencia, desde la ultraizquierda francesa (las "ratas" de Alain Badiou), hasta la derecha bonapartista (el "cerdo" de Villepin), en animalizar al adversario. Y sintom¨¢tico -por no decir otra cosa- que Nicolas Sarkozy sea siempre el primer objetivo.
Y luego, el caso Fr¨ºche... Teniendo en cuenta la habilidad del presidente de la regi¨®n de Languedoc-Roussillon para dar la vuelta en su favor a la indignaci¨®n que suscitan sus declaraciones, es como para pens¨¢rselo dos veces antes de volver sobre el caso Fr¨ºche. Pero cuando el alcalde de Lyon va, con gran cortejo y boato, a visitarlo a su noble ciudad de Montpellier; cuando otro alto cargo socialista, Vincent Peillon, declara que, a sus ojos, este delicado personaje sigue siendo un "humanista"; cuando un responsable de la talla de Pierre Moscovici va m¨¢s all¨¢ y afirma que si tuviera que escoger, en la segunda vuelta, entre Fr¨ºche y el candidato de una derecha liberal cuyas chances est¨¢ reforzando con sus propias declaraciones, escoger¨ªa a Fr¨ºche, es dif¨ªcil no concluir que asistimos a una id¨¦ntica p¨¦rdida de puntos de referencia. Ignoro -y me da igual- si el se?or Fr¨ºche es o no racista y antisemita. Pero salta a la vista que tildar a los harkis de "infrahumanos", referirse a la "jeta no muy cat¨®lica" del antiguo primer ministro Laurent Fabius -por otra parte, de origen jud¨ªo- o deplorar el n¨²mero de negros que hay en la selecci¨®n francesa de f¨²tbol forma parte de una ret¨®rica que no se puede reducir a la "franqueza" de un languedociano exuberante y pintoresco sin insultar a la inteligencia de toda la regi¨®n. Martine Aubry, primera secretaria del Partido Socialista franc¨¦s (PS), ha sabido encontrar las palabras adecuadas para desmarcarse -?por fin!- de este lepenismo rosa. Pero ?cu¨¢ntos ser¨¢n los que se anden con rodeos? ?Y los que consideren que la virtud s¨®lo dura un tiempo o, m¨¢s exactamente, una vuelta? ?Y los que prefieran los c¨¢lculos partidistas a la ¨¦tica y, en nombre del respeto debido a la franqueza del pueblo en los caf¨¦s, los movimientos estrat¨¦gicos a los valores cuya custodia les corresponde? Qu¨¦ f¨¢cil es hablar de "franqueza". Y la verdad es que a base de repetir como loros: "?Muerte a la jerga pol¨ªtica! ?Muerte a la jerga pol¨ªtica!" estamos dando rienda suelta a una indecencia generalmente no verbalizada y que, precisamente, la palabra p¨²blica deber¨ªa contener. Tanto a izquierdas como a derechas, de lo que aqu¨ª se trata es de la nobleza de la pol¨ªtica. Y de una nobleza que, como siempre, comienza con la nobleza, o no, de las palabras.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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