Bucarest acelera
Mercados orientales y elegantes caf¨¦s parisinos. Las heridas del nazismo y el sue?o de la inmigraci¨®n. La capital rumana, en constante proceso de reinventarse
Al atardecer de la descalabrada Bucarest, miles de cornejas cruzan de manera incesante el cielo, pasan por encima del boscoso parque Herastrau, por el solitario Carol, por el dom¨¦stico Cismigiu -el del patinaje del invierno helado y de la nieve, y las colosales glicinas de la primavera- o, m¨¢s lejos, sobre el cementerio Bellu, el de las leyendas siniestras y los monumentos extravagantes, y se instalan en las ramas a pasar la noche.
Dicen que las cornejas vienen de las f¨¦rtiles llanuras del Danubio, pero nadie da raz¨®n precisa del fen¨®meno. Por la ma?ana han desaparecido, aunque todav¨ªa pueden verse algunas en los ¨¢rboles viudos que dej¨® la destrucci¨®n de la ciudad despu¨¦s del terremoto de 1977, como los que crecen junto a la vieja sinagoga Mare y al templo Unirea Sfanta, el museo de la comunidad jud¨ªa de Bucarest, que exhibe, adem¨¢s de documentos del horror de la Shoah rumana, el catalejo de Julius Popper, el bucarestino buscador de oro en Tierra de Fuego, y las monedas que acu?¨® en los confines del mundo.
Iglesias y sinagogas
Bucarest es una ciudad de bisericas (iglesias) muy hermosas y de sinagogas protegidas como fortalezas. Entre las ruinas del viejo barrio jud¨ªo todav¨ªa cuelgan los coloristas cartelones del Teatro Hebreo, centro de resistencia contra el nazismo. Algo m¨¢s lejos se escucha el sonido de los martilletes de la toaca (el tabl¨®n que hace las veces de campana), como en la puerta de la rec¨®ndita biserica Radu Voda, la m¨¢s antigua de Bucarest, rodeada del cementerio de sus popes.
?se es un Bucarest que tiene poco que ver con el de los casinos non stop, las limusinas, las discotecas, las boutiques de Kalea Vivtoriei o de los alrededores del mercado Amzei, con el inevitable Palacio del Pueblo y su escenograf¨ªa megal¨®mana.
Hay un Bucarest golfo y nocturno y otro culto en teatros como el Act; y hay un Bucarest m¨¢s popular, como el que asoma en los comercios de trajes de novia de Lipscani, en los alrededores del estadio del Dinamo y del Circo Globus; y a¨²n otro, solitario, solemne y misterioso, el de las calles por donde vivi¨® el escritor Eliade -Mantuleasa, Armeneasca, Mosilor-, que exhiben todav¨ªa el prodigio de la arquitectura Brancoveanu, del XVIII, y la racionalista o modernista de Marcel Iancu, uno de los fundadores del dada¨ªsmo.
Como hay un Bucarest convencional que se asoma a una Europa neoliberal, pero que no logra apagar ese otro secreto, escenario de vidas que ya fueron, en el que abren sus puertas peque?os restaurantes que ofrecen carne de oso y en cuyos patios, a mediod¨ªa, se asan las alb¨®ndigas mititeis, cerca de las sibilas que iluminan los muros ahumados de la biserica Sfintilor, no lejos del precioso caf¨¦ Ego.
Del mundo jud¨ªo reprimido con extrema dureza en los a?os anteriores a la Segunda Guerra Mundial y en la ¨¦poca de Ceausescu, que redujo a escombros lo que fue el Bucarest conocido y descrito por Gregor von Rezzori en Memorias de un antisemita o por Mihai Sebastian, queda, adem¨¢s de las sinagogas, el cementerio sefard¨ª, en cuyas l¨¢pidas truenan los nombres espa?oles.
En los patios traseros
A riesgo de tropezar con alguno de los miles de perros vagabundos que recorren sus calles, los mejores hallazgos de Bucarest est¨¢n todav¨ªa en los patios traseros de las edificaciones, donde aparecen bisericas, casas racionalistas m¨¢s o menos destartaladas, comercios, talleres min¨²sculos de oficios humildes: uno de los patrimonios arquitect¨®nicos m¨¢s ricos de Europa. Bucarest es una ciudad de mercados populosos, como el Matache, con sus mostradores de vino, sus golpes de hacha, sus encurtidos; o como el de Obor, con sus especieros y herbolarias, sus carros de tripicaller¨ªa y sus montones anaranjados de embutidos, sus sanguinolentos pescados del Danubio y sus pozales de caviar. Era un lugar com¨²n entre los viajeros de los a?os dorados, como Paul Morand, que en Obor empezaba Oriente, un Oriente cada vez m¨¢s desdibujado si no fuera por los t¨ªmidos minaretes que asoman donde menos te lo esperas. Obor, ahora mismo, con su mezcla de razas, sus gitanas fumadoras de pies descalzos y pa?olones de colorines, vendedoras de lo invendible y de lo vendible.
Junto al gigantesco Obor salen y llegan los atestados autobuses de la inmigraci¨®n, los de los sue?os y las esperanzas que recorren media Europa, hacia el Oeste hecho Jauja: las calles menos frecuentadas de Dubl¨ªn o los arrabales madrile?os.
Un pasado parisino
Bucarest y sus viajeros dorados del caf¨¦ y restaurante Capsa, como Morand o Agust¨ªn de Fox¨¢, o del Athen¨¦e Palace, como los Bibescos y su corte ilustrada en la que figuraba el jud¨ªo Mihai Sebastian. De aquel mundo queda alguna ense?a, como la del Gambrinus, donde reinaba el dramaturgo Caragiale, en el bulevar Elisabeta. Todos los restos del pasado interb¨¦lico se los ha llevado por delante la especulaci¨®n salvaje, la que a bandidos nombra c¨®nsules.
Bucarest fue una ciudad de pasajes de inspiraci¨®n parisina, como el Macca, donde los caf¨¦s ofrecen narguiles (pipas de agua), o el Pasajul Englesz, el de los antiguos prost¨ªbulos de alto copete, entre Vivtoriei y Academiei.
Ciudad de acusados y seductores contrastes, como contrapunto al pomposo artesonado del Circulu Militari, las fachadas de las calles Matei Millu o Campineanu siguen recorridas por los muchos impactos de bala de los combates callejeros de diciembre de 1989, cuya confusi¨®n reflejan bien las tumbas del Cementerio de los H¨¦roes donde est¨¢n enterrados tip¨®grafos, estudiantes, polic¨ªas, militares, igualados por la heroicidad del momento. Al sol de invierno, no faltan mujeres arrebujadas que rezan junto a las tumbas y alimentan las velas. Enfrente, entre edificios de la ¨¦poca comunista, surge el minarete de la mezquita. Los turcos nunca se fueron del todo.
En Bucarest se derriba con furia, con prisa, y se construye con parejo empuje. Unos meses bastan para que el paisaje urbano cambie y para que no encontremos lo que hab¨ªamos dejado para la pr¨®xima. La ciudad que fue se desfigura y moderniza.
Bucarest es la ciudad del rabioso presente -caf¨¦s de dise?o, acero y cristal en los espejos arquitect¨®nicos donde se reflejan las c¨²pulas Secesi¨®n- y del recuento del pasado; una ciudad entre Oriente y Occidente, dicen, aunque Oriente haya ido poco a poco desapareciendo; una ciudad multi¨¦tnica, en la que conviven armenios, griegos, h¨²ngaros, transilvanos, turcos de origen lejano y gitanos, claro, muchos; una ciudad que engancha, un buen escenario de la errancia ciudadana, ya sea alrededor de los rotundos palacios de Cotroceni o de la avenida de los Aviadores, o entre las callejuelas que el invierno hace sombr¨ªas de los barrios de Vitan o Dudesti, donde viven los griegos, pero que en primavera, como todo Bucarest, huelen a lilas, a glicinas luego.
? Miguel S¨¢nchez-Ostiz (Pamplona, 1950) es autor del diario de viaje Cuaderno boliviano (Alberdania).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Easy Jet (www.easyjet.com) vuela de Madrid a Bucarest, desde 25,99 euros el trayecto (tasas no incluidas).
? Tarom (www.tarom.ro) vuela a Bucarest desde Madrid, por unos 120 euros (sin tasas), y desde Barcelona, por unos 112 (sin tasas).
Informaci¨®n
? Turismo de Rumania (www.rumaniatour.com ; 914 01 42 68).
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