El gran r¨ªo que brota
Hern¨¢n Rivera Letelier es hombre del Norte Grande, de la pampa, del desierto de piedra, del Chile anta?o salitrero y ahora minero y pesquero. Ha inventado un universo novelesco personal y a la vez ha sido fiel a una realidad suya. Los chilenos de Antofagasta y Atacama, de los mundos de la miner¨ªa, suelen ser aventureros, aficionados a los juegos de azar, puesto que la miner¨ªa es jugadora, aleatoria por definici¨®n, y a la fiesta que puede ser enriquecedora y puede terminar mal. En mi lectura desordenada, suelo encontrar que su prosa exagera, que multiplica los adjetivos, pero el ritmo de sus narraciones siempre me arrastra, me lleva por caminos que no hab¨ªa previsto.
Le¨ª hace poco su Santa Mar¨ªa de las flores negras y me pareci¨® que la estrategia de la novela, inspirada en una matanza de obreros del salitre de comienzos del siglo pasado, era impecable: historias privadas que confluyen, casos que parecen marginales, signos dispersos, seguido todo de una culminaci¨®n tr¨¢gica, brutal, contada a gran orquesta. La historia tiene un aspecto menor, enga?oso, y termina por ser mayor. En otras palabras, los canales y riachuelos particulares, extraviados, caprichosos, confluyen al fin en el gran r¨ªo que brota del desierto, en el gran drama. Rivera Letelier mueve conjuntos corales, pero sabe entretenernos con personajes pintorescos, extravagantes, p¨ªcaros y tiernos. En sus narraciones existen los socavones de las minas, los viejos trenes, los caser¨ªos, los prost¨ªbulos pobres, las tabernas donde se bebe trago del fuerte, pero todo sobre un escenario silencioso y vasto: la pampa, la camanchaca, los tamarugos, las oficinas salitreras abandonadas. Es una geograf¨ªa enigm¨¢tica, con estaciones terminales que desembocan en muelles carcomidos, azotados por el oleaje, rodeados de guanayes y pel¨ªcanos.
De alguna manera, me parece que los extremos se tocan y que Rivera Letelier, desde una de las ant¨ªpodas del pa¨ªs, tiene en com¨²n con uno de los cl¨¢sicos del otro extremo, Francisco Coloane, nombre que ahora forma parte de la mitolog¨ªa del sur austral y mar¨ªtimo. En un texto reciente, Carlos Fuentes nos dice desde M¨¦xico que Chile se ha convertido ahora en pa¨ªs de novelistas, no de poetas, como dicen los viejos lugares comunes, o no s¨®lo de poetas. Nombra a varios, y se olvida de Rivera Letelier. A m¨ª, hace diez o m¨¢s a?os, despu¨¦s de una larga residencia en el extranjero, me preguntaron por Rivera Letelier y dije que no lo conoc¨ªa. Lo dije porque en verdad no lo conoc¨ªa, y creo que ¨¦l no me lo ha perdonado. Pero no escribo esto, desde luego, para que me perdone. Lo escribo para poner atenci¨®n en su caso, y para seguir leyendo, lo cual me ayuda, a m¨ª tambi¨¦n, y a estas alturas del partido, a seguir escribiendo.
Babelia
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