Lucha de poder en Internet
La batalla de Google contra China es una historia que define nuestra ¨¦poca. Como si fuera un le¨®n ante un cocodrilo, el poder blando mundial de la empresa estadounidense de Internet se enfrenta al poder duro territorial del Estado chino, en un choque al que contribuyen la mayor revoluci¨®n en la tecnolog¨ªa de la informaci¨®n desde que Johannes Gutenberg invent¨® la imprenta de tipos m¨®viles en el siglo XV y la mayor transferencia mundial de poder desde la ascensi¨®n geopol¨ªtica de Occidente, que algunos historiadores sit¨²an tambi¨¦n en el siglo XV. Lo que es indudable es esto: tardaremos en ver un claro ganador.
Despu¨¦s de la decisi¨®n de Google de abandonar la censura y trasladar su buscador en chino a Hong Kong, es posible que los internautas chinos salgan perdiendo a corto plazo. Aunque todav¨ªa es pronto para decirlo, parece que, al acceder ahora al servidor de Hong Kong desde el resto de China, pueden quedar bloqueados por el gran cortafuegos m¨¢s elementos pol¨ªticamente delicados de los que exclu¨ªa la censura que Google acept¨® durante cuatro a?os, los que estuvo ofreciendo google.cn de acuerdo con las normas chinas. Si las autoridades chinas intensifican esta disputa hasta llegar a bloquear todo el buscador, sus internautas empeorar¨ªan su situaci¨®n; pero tal vez ser¨ªa s¨®lo una p¨¦rdida inmediata.
Es necesario un debate mundial sobre las normas que deben regir la aldea global
Es posible escapar de las orejeras y adquirir capacidad de elecci¨®n
Porque la enorme publicidad creada por este debate debe de haber puesto a m¨¢s de los casi 400 millones de usuarios de Internet en China en alerta sobre c¨®mo se tergiversan sus b¨²squedas, debido a la combinaci¨®n de la censura directa del Estado monopartidista y la autocensura de los proveedores de informaci¨®n que trabajan dentro de los l¨ªmites del cortafuegos. No hay m¨¢s que ver la comparaci¨®n que hac¨ªa el mi¨¦rcoles The Guardian de los resultados de b¨²squeda para palabras como "Dalai Lama", "Falun Gong" y "Liu Xiaobo" (el disidente encarcelado) en los principales buscadores en lengua china, incluido el muy autocensurado yahoo.cn. En los sitios censurados, no se sabe qu¨¦ es lo que nos quedamos sin saber. Los resultados obtenidos son seguramente parciales o falsos.
Es muy importante que la gente se d¨¦ cuenta de lo distorsionada que est¨¢ la informaci¨®n que les llega a trav¨¦s de un medio que parece libre. Rebecca MacKinnon, destacada periodista que escribe sobre Internet en China, lo explica as¨ª: "Si uno nace con orejeras cree que es lo normal, hasta que se entera de que la vida sin orejeras es posible y mucho mejor. Cuanto m¨¢s tiempo ocupe los titulares este asunto, m¨¢s comprender¨¢ la gente que ha vivido con orejeras y pensar¨¢ en formas de eliminarlas".
Lo que dice parte de dos hip¨®tesis optimistas. Una es que a la gente le preocupa que unos me
-dios tendenciosos confirmen sus prejuicios pol¨ªticos nacionales. Lo que o¨ªmos desde aqu¨ª son las protestas de una valiente y ruidosa minor¨ªa de internautas chinos, pero, ?y si resulta que muchos usuarios est¨¢n contentos con tener filtros patri¨®ticos, puritanos e ideol¨®gicos que controlen la informaci¨®n que reciben? ?Y si esos internautas son el equivalente chino de los fans de Fox News? Porque lo que dicen los seguidores de Fox News en Estados Unidos es: "?Orejeras? ?S¨ª, por favor! ?Informaci¨®n parcial y tendenciosa? ?Nos encanta que sea as¨ª!". La imparcialidad tipo BBC est¨¢ perdiendo la batalla ante los sesgos tendenciosos en los medios de comunicaci¨®n de gran parte del mundo democr¨¢tico.
Por supuesto, la diferencia crucial respecto a China es que los estadounidenses tienen capacidad de elegir. Pueden pasar a la CNN con s¨®lo apretar el mando, mientras que los chinos, en general, no. S¨®lo podremos saber -y s¨®lo podr¨¢n saber ellos- lo que escoger¨ªan cuando tengan la posibilidad de hacerlo.
La otra hip¨®tesis optimista de MacKinnon es que "es posible" escapar de esas orejeras y adquirir esa capacidad de elecci¨®n. Es frecuente, sobre todo en Estados Unidos, justificar este optimismo por los progresos en tecnolog¨ªa; pero el efecto liberador de las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n en los reg¨ªmenes autoritarios no es autom¨¢tico. Es cierto que los blogueros y disidentes de Teher¨¢n y Pek¨ªn celebran las oportunidades que les ofrecen, pero los reg¨ªmenes autoritarios como Rusia y China se las han arreglado bastante bien hasta ahora para controlar Internet e incluso utilizarlo contra sus detractores. Hace unos a?os, el activista chino de los derechos humanos Liu Xiaobo escribi¨® un texto conmovedor sobre las oportunidades que pon¨ªa Internet a su alcance. Hoy, Liu Xiaobo est¨¢ en prisi¨®n: el segundo asalto del viejo poder del Estado territorial. Pero esa medida le sale muy cara al Estado, y la siguiente generaci¨®n de tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n, incluidas las destinadas a sortear los cortafuegos, aumentar¨¢ todav¨ªa m¨¢s los costes de mantener el control. Estamos, por as¨ª decir, en una carrera de armamento digital.
En este gran juego de principios del siglo XXI, hay tres clases de jugadores: Estados, empresas e internautas. Los Estados autoritarios no son los ¨²nicos que tienen problemas con la libertad de informaci¨®n; tambi¨¦n los tienen los democr¨¢ticos. Incluso empresas como Google, Yahoo y Microsoft se cuestionan c¨®mo seleccionar, administrar y vender todos los recursos de informaci¨®n de que disponen. No tengo m¨¢s remedio que preguntarme qu¨¦ habr¨ªa hecho Google en China si uno de sus fundadores, Sergei Brin, no hubiera pasado su infancia en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Y Microsoft podr¨ªa tener una posici¨®n moral mejor si Bill Gates se hubiera criado, por ejemplo, en Polonia.
Los internautas, en todas partes, tenemos m¨²ltiples identidades: somos individuos, ciudadanos y residentes de un Estado concreto (o dos), usuarios de plataformas y productos determinados. Tambi¨¦n somos seres humanos con unas posibilidades sin precedentes de comunicarnos directamente con otras personas y, por tanto, de desarrollar el esp¨ªritu -que no la realidad legal- de ser "ciudadanos del mundo".
Si reflexionamos sobre c¨®mo se nos suministra la informaci¨®n, creo que tenemos cuatro posibles formas de enfocarlo: (1) El Estado en el que vivo decide lo que puedo y no puedo ver, y me parece bien. (2) Los grandes proveedores que utilizo (Google, Yahoo, Baidu, Microsoft, Apple, China Mobile, etc¨¦tera) seleccionan lo que veo, y me parece bien. (3) Quiero tener libertad para ver lo que desee. Noticias sin censurar de cualquier parte, toda la literatura mundial, manifiestos de todos los partidos y movimientos, propaganda yihadista, instrucciones para fabricar bombas, detalles ¨ªntimos sobre las vidas privadas de otras personas, pornograf¨ªa infantil: todo deber¨ªa estar disponible. Y yo debo ser quien decida lo que quiero ver (¨¦sta es la opci¨®n libertaria radical). (4) Todos deben tener libertad para ver todo, salvo una serie determinada de cosas que se especifiquen en unas normas mundiales, claras y expl¨ªcitas. Luego, los Estados, las empresas y los internautas tendr¨¢n que hacer respetar esas normas internacionales.
Hoy tenemos una mezcla de (1) y (2). Los avances tecnol¨®gicos nos van a permitir contar cada vez con m¨¢s (3), nos guste o no. Por ahora, (4) parece un sue?o. Sin embargo, es a lo que deber¨ªamos aspirar. La infoesfera es el ¨¢mbito en el que el mundo est¨¢ acerc¨¢ndose m¨¢s y m¨¢s deprisa a convertirse en la aldea global, de modo que es lo que con m¨¢s urgencia necesita un debate mundial sobre las normas que deben regir esa aldea. Si no llevamos a cabo ese debate, y pronto, lo que veamos en nuestras pantallas ser¨¢ resultado de una lucha de poder entre el viejo poder del Estado en el que viva cada uno y el nuevo poder de los gigantes de Internet, la fuerza en alza de las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y el ingenio de cada internauta. Es un resultado probable, pero no el mejor.
Timothy Garton Ash, catedr¨¢tico de Estudios Europeos, ocupa la c¨¢tedra Isaiah Berlin en St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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