Lo que sucede con el alma
Es muy importante que un hombre sea alegre, no insensato, pero alegre. Trato de cont¨¢rselo a mis hijos todos los d¨ªas y algo me dice que lo entienden. La alegr¨ªa es la causa fundamental de la existencia, y eso no hay Dios, por triste que sea, que lo refute. La risa sujeta cosas que el llanto no es capaz de sujetar ni reparar. La alegr¨ªa se formula a poco que la dejes, como la raz¨®n fundamental del alma. Y sin embargo tiene muy mala fama.
Quiz¨¢ sea por eso por lo que la alegr¨ªa se haya convertido en el sentimiento m¨¢s atacado, m¨¢s acotado, m¨¢s amenazado, menos apreciado de entre todos nuestros sentimientos. Cualquier raz¨®n, por siniestra que sea , parece tener m¨¢s derechos en nuestro mundo que la peque?a y noble raz¨®n de la alegr¨ªa.
"El encanto de un camino depende m¨¢s de la disposici¨®n que del paisaje"
Se asocia con frecuencia un coraz¨®n alegre con una conducta irresponsable, casi como un insulto a nuestros semejantes, mientras se respeta y se halaga una personalidad sombr¨ªa, desconfiada, entristecida, adecuada a la desgracia que sin duda nos rodea. Y sin embargo el alma suele buscar por s¨ª sola motivos para la alegr¨ªa a sabiendas de que dif¨ªcilmente caminar¨¢ un paso m¨¢s sin ellos. El encanto de un camino, de cualquier camino, depende m¨¢s de la disposici¨®n que del paisaje, o del encuentro, o de la suerte. Podr¨ªamos decir que la disposici¨®n es propia de nuestra naturaleza mientras que el accidente (positivo o negativo) es un asunto del camino.
Poco tiene que ver la alegr¨ªa que un alma necesita con el triunfo o la ganancia, ni siquiera debe asociarse a un loco optimismo, ni desde luego se formula desde la supremac¨ªa de nuestras causas sobre las causas de los dem¨¢s; digamos que es m¨¢s bien un estado de ¨¢nimo natural que no requiere de demostraciones, ni metas, ni logros, una mera y no da?ina buena fe. Por el contrario, si se desestima la importancia de conservar o cultivar un esp¨ªritu alegre, nada de lo que se consiga vencer¨¢ a la tristeza acumulada, a eso que llamaba Thomas Bernhard el verse preso en la infelicidad.
No deja de ser curioso que entre lo nuestro nos veamos a menudo sometidos a las exigencias de la felicidad (o a la amenaza de su contrario), mientras se ignoran las potencias fundamentales de la alegr¨ªa.
Los instrumentos que se nos ofrecen para alcanzar la plenitud: alargadores de penes, correcciones dentales, implantes mamarios, aseguran nuestro sufrimiento, cuando no una certera humillaci¨®n, adem¨¢s de someternos al dolor de cambiar lo propio por el aspecto de lo ajeno. Lo cual har¨¢ sin duda que sea lo que sea lo conseguido resulte casi imposible reconocerlo como una necesidad y por tanto como un premio. Es dif¨ªcil precisar cu¨¢nto de lo que nos exigen puede considerarse un triunfo personal, cu¨¢nto de lo que no somos en realidad se puede ver compensado por el dudoso m¨¦rito de haber renunciado a la ¨ªntima alegr¨ªa a cambio del reconocimiento ajeno.
Sorprende comprobar a diario que lo esencial en la b¨²squeda de la felicidad reside precisamente en renunciar a lo esencial de lo ¨²nico en beneficio de lo banal de entre lo com¨²n. Al individuo que imagina su causa se le censura antes que al individuo que se suma a la apariencia de la causa general y as¨ª el don de la alegr¨ªa, que es natural en la infancia, se va comprometiendo en la causa exigente y despiadada de la felicidad adulta.
El resultado de este c¨¢lculo err¨®neo es la ansiedad, la tensi¨®n, la muerte del juego.
Lo que sucede con el alma es que guarda causas que la realidad ignora, y a veces entre esas causas y las libertades que precisa para desarrollarlas, el alma, a pesar de todo y contra todo, se sujeta.
Intuyo que Pep Guardiola protege m¨¢s a Messi de las amenazas de la ansiedad que de las patadas de los rivales, porque entiende que el juego precisa de la alegr¨ªa.
En el Real Madrid, en cambio, se pica la carne del sue?o de cualquiera hasta convertirlo en una monstruosa pesadilla.
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