La grandeza del perdedor
Honor y gloria para quien est¨¢ ca¨ªdo y lucha con todas sus fuerzas por levantarse; salve al que se siente hundido en un pozo oscuro y trata de encontrar una luz lejana que se muestra esquiva e inalcanzable. Un respeto para los perdedores que un d¨ªa ganaron y hoy se revuelven contra s¨ª mismos para romper un presente que los aplasta y aturde.
Manuel Jes¨²s, El Cid, acab¨® su feria -tres tardes de esp¨ªritu encapotado- y se va a casa con las manos vac¨ªas y el alma posiblemente dolida. No est¨¢ bien el torero. ?l sabr¨¢ -ojal¨¢ lo sepa- qu¨¦ demonios pululan por su cabeza y le quiebran el esp¨ªritu; ¨¦l sabr¨¢ si lo suyo son fantasmas o una mala racha pasajera. Pero no est¨¢ bien el torero. Ha perdido el poder, la magia, la solemnidad. Se le ve inseguro, indispuesto, como una sombra vaga. Parece haber perdido la confianza; desprende palidez y tristeza.
PUERTO / PONCE, EL CID, TALAVANTE
Toros del Puerto de San Lorenzo -primero y cuarto, devueltos-, justos de presentaci¨®n, blandos, descastados y mansos; destacaron el segundo y quinto. El cuarto, de De la Plata, manso y deslucido.
Enrique Ponce: media estocada y dos descabellos (silencio); sartenazo, pinchazo -aviso-, tres pinchazos y dos descabellos (silencio).
Manuel Jes¨²s, El Cid: dos pinchazos y dos descabellos (silencio); estocada ca¨ªda (vuelta).
Alejandro Talavante: pinchazo hondo y un descabello (ovaci¨®n); pinchazo, media y tres descabellos (silencio).
Plaza de La Maestranza, 21 de abril. Decimocuarta corrida de abono. Lleno.
Pero no es un cobarde resignado. Mejor, un rebelde que se enfrenta a sus miedos y lucha en p¨²blico para vencerlos. Un valiente, sin duda, con verg¨¹enza, que se sonroja ante su propia incapacidad. A fin de cuentas, El Cid no es m¨¢s que un ser humano que debe mostrar p¨²blicamente sus sentimientos m¨¢s ¨ªntimos, esos que todos nos guardamos en el bolsillo interior de la chaqueta. Pero el toro, ay el toro, huele y descubre lo que se cuece en el coraz¨®n de los toreros.
Manuel Jes¨²s, ese torero que volver¨¢ a ser grande, quiso ayer serlo sin conseguirlo. Lo intent¨®, mantuvo una guerra sin cuartel contra sus propios miedos y quiso convencerse de que alcanzaba la victoria. Pero no fue as¨ª.
El problema no fueron sus toros. El problema es ¨¦l. Su primero acudi¨® con alegr¨ªa a la muleta y repiti¨® la embestida, pero el torero lo mulete¨® muy acelerado y despegado, con mucha voluntad y ganas, pero sin que del resultado brotara emoci¨®n alguna. Y su segundo embisti¨® con casta y codicia, y El Cid, nervioso, sin templanza ni reposo, lo pas¨® una y otra vez en tandas siempre muy cortas, sin decir nada. Quiz¨¢, el toro no era f¨¢cil; quiz¨¢, no le permit¨ªa colocarse en el sitio adecuado; quiz¨¢... Quiz¨¢, el torero es el que no estaba y permiti¨® que su oponente se fuera con la oreja que algunos pidieron sin convicci¨®n. Ojal¨¢ no le enga?e a Manuel Jes¨²s la cari?osa vuelta al ruedo.
No triunf¨® El Cid. Esta feria le pasar¨¢ factura en los despachos y en la cuenta bancaria. Pero tiene la grandeza del que se rebela contra sus fantasmas, la grandeza del perdedor... A fin de cuentas, no es m¨¢s que un hombre...
Por cierto, la corrida, en conjunto, fue un petardo. Abri¨® el cartel Enrique Ponce -sus dos toros fueron devueltos por inv¨¢lidos y los dos se escobillaron los pitones al tocar levemente un burladero (lagarto, lagarto...)-. Muy soso el primero y un manso deslucido el cuarto, con el que pas¨® apuros impropios de su supuesta categor¨ªa. Y Talavante puso inter¨¦s, que no es poco, pero no dijo nada. Su lote no pas¨® de ser una birria. El tercero se refugi¨® en tablas huyendo de su sombra, y el sexto fue el s¨ªmbolo de la vulgaridad.
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