Seis balas para Andy Warhol
Invent¨® la frivolidad como una actitud est¨¦tica ante la vida y dictamin¨® que la esencia de las cosas s¨®lo est¨¢ en los envases. Este creador fue Andy Warhol, nacido en Pittsburgh, Pennsylvania, en 1928, hijo de un minero del carb¨®n, emigrante eslovaco. Despu¨¦s de bautizarse en el rito cat¨®lico bizantino el ni?o a los 13 a?os obtuvo la enfermedad del baile de san Vito, que le forzaba a mover las cuatro extremidades de forma incontrolada. Proscrito por sus compa?eros de colegio debido a su rara pigmentaci¨®n de la piel, postrado en cama largo tiempo y protegido en exceso por su madre, el peque?o Andy s¨®lo hall¨® salida aliment¨¢ndose de h¨¦roes del c¨®mic y de prospectos con los rostros de Hollywood, una mitoman¨ªa de la que ya no se recuper¨®.
No importaba lo que hab¨ªa pintado, su verdadera creaci¨®n eran aquellos extra?os seres que se parec¨ªan s¨®lo a s¨ª mismos como tribu
Tampoco est¨¢ claro que superara el s¨ªndrome del baile de san Vito, si se tiene en cuenta que, instalado en 1949 en Nueva York, no par¨® de moverse el resto de su vida en medio de un cotarro fren¨¦tico de arist¨®cratas exc¨¦ntricos, artistas loquinarios, bohemios, drogadictos, modelos y otras aves del para¨ªso a los que, como gur¨² de la modernidad, comenz¨® a otorgar a cada uno los 15 minutos de fama que les correspond¨ªan y por los que algunas de estas criaturas estaban dispuestas a morir y a matar, como as¨ª sucedi¨®.
Al principio Andy Warhol se dedic¨® a la publicidad, a ilustrar revistas y a dibujar anuncios de zapatos, pero hubo un momento en que ante una botella de cocacola, un bote de sopa, un billete de d¨®lar y el rostro de Marilyn tuvo una primera revelaci¨®n. Pens¨® que ciertas figuras y productos comerciales eran los verdaderos iconos de la vida americana y hab¨ªa que introducirlos en el territorio sagrado de la cultura y del arte. El pop-art que acababa de inventar necesitaba un fundamento filos¨®fico y todo gran desparpajo lanz¨® al mundo este manifiesto: la cocacola iguala a todos los humanos. "En Am¨¦rica los millonarios compran esencialmente las mismas cosas que los pobres. Ning¨²n dinero del mundo puede hacer que encuentres una cocacola mejor que la que est¨¢ bebi¨¦ndose el mendigo en la esquina. Todas las cocacolas son la misma y todas son buenas. Liz Taylor lo sabe, el presidente los sabe, el mendigo lo sabe y t¨² lo sabes".
Su filosof¨ªa de la superficie de las cosas se present¨® en sociedad en 1954, en una exposici¨®n de la galer¨ªa Paul Bianchinni, en el Upper East Side, titulada El Supermercado Americano, montada como una tienda de comestibles con pinturas y p¨®sters de sopas, carnes, pescados, frutas y refrescos, mezclados con esas mismas mercanc¨ªas aut¨¦nticas en los estantes. La diferencia estaba en el precio. Un bote de sopa val¨ªa dos d¨®lares en la realidad y costaba dos mil en la representaci¨®n. Hoy un d¨®lar es un d¨®lar, pero si el billete est¨¢ pintado por Warhol vale en una subasta seis millones de d¨®lares.
Andy sigui¨® a?adiendo al arte m¨¢s iconos de la vida americana, la silla el¨¦ctrica, el rev¨®lver, las cargas de la polic¨ªa contra los manifestantes de los derechos humanos, los coches, los botes de sopa Campbell, los rostros de las celebridades de Hollywood, mientras a su alrededor se iba condensado un grupo de seres extra?os, que eran mitad cuerpo humano real y el resto ficci¨®n o decoraci¨®n. Todos revoloteaban alrededor de su estudio, la famosa Factor¨ªa, en la Calle 47 y la S¨¦ptima Avenida, empapelado por entero con papel de aluminio.
El salto cualitativo lo dio este artista ante el caso extraordinario de una exposici¨®n de 1964 en Filadelfia cuando por un percance del transporte no llegaron a tiempo los cuadros a la galer¨ªa para la inauguraci¨®n. El p¨²blico llenaba la sala con las paredes desnudas y Andy desde un altillo descubri¨® que aquel espacio se parec¨ªa a una pecera llena de crust¨¢ceos que se mov¨ªan en un baile de san Vito, excitados unos por otros, como ¨²nica fuente de energ¨ªa. A nadie le importaban las pinturas. La expectaci¨®n s¨®lo la proporcionaba la presencia del artista rodeado de sus criaturas, a las que todo el mundo trataba de parecerse. En ese momento tuvo Warhol su segunda revelaci¨®n. La ¨²nica forma de existir consist¨ªa en reflejarse en el espejo del otro. Si una cocacola o un bote de sopa Campbell es un icono americano, ?por qu¨¦ no puedo serlo yo? No importaba lo que hab¨ªa pintado, su verdadera creaci¨®n eran aquellos extra?os seres que hab¨ªa conseguido reunir entre cuatro paredes blancas y que no se parec¨ªan en nada al resto de los habitantes de Nueva York, sino s¨®lo a s¨ª mismos como tribu. El rostro blanco con polvos de arroz, adornada la cresta roja con plumas de marab¨² y el cuerpo anor¨¦xico alicatado con cristales de colores, de esa tribu formaban parte Valerie Solanas, feminista radical, violada por su padre, perdida desde los 15 a?os como una mendiga por las calles de Manhattan, que hab¨ªa escrito un gui¨®n titulado Up your ass (M¨¦telo por el culo); Edie Sedgwick, hija de un millonario californiano, nacida en un rancho de 3.000 acres, que desembarc¨® en Nueva York como modelo con toda su belleza anfetam¨ªnica, acogida por su abuela en un apartamento de 14 habitaciones en Park Avenue; la cantautora Nico, la actriz Viva, Gerard Malanga, Ultra Violet, Freddie Herko, Frangeline, el escritor John Giorno, el cineasta Jack Smith, el grupo de m¨²sica The Velvet Underground, Lou Reed, las chicas del Chelsea y un resto de jovenzuelos sin nombre pintarrajeados que entraban y sal¨ªan de La Factor¨ªa, muchos de ellos dedicados s¨®lo a mear sobre unas planchas de cobre para conseguir con la oxidaci¨®n de la orina unos matices insospechados en los grabados, a los que a veces se a?ad¨ªa mermelada de frambuesa, chocolate fundido y semen humano. Era su parte en el cuarto de hora de fama.
Esta fren¨¦tica cabalgada hacia el vac¨ªo impulsada con pel¨ªculas underground, experimentos con drogas, sexo en los ascensores, gritos en la noche, sobredosis en los retretes, que constitu¨ªa la modernidad de los a?os sesenta en Nueva York, termin¨® abruptamente cuando el 3 de junio de 1968 Valerie Solanas, pasada de rosca, entr¨® en La Factor¨ªa dispuesta a que Warhol le devolviera el gui¨®n que le hab¨ªa entregado. No estaba dispuesto a rodarlo, le parec¨ªa demasiado obsceno, pero lo cierto es que lo hab¨ªa perdido. M¨¦telo en el culo. Fue suficiente para que Valerie sacara un rev¨®lver, el mismo que el artista hab¨ªa pintado como icono, y le sirviera todo el cargador, seis balazos, uno de los cuales le atraves¨® el cuerpo y casi lo llev¨® a la sepultura, de la que fue rescatado despu¨¦s de una operaci¨®n quir¨²rgica de cinco horas, cuyas cicatrices se convirtieron en un p¨®ster. "Ten¨ªa demasiado control sobre mi vida" -dijo Valerie en el juicio-. Pero la fama siempre encuentra a otro m¨¢s famoso. Este hecho fue oscurecido por el asesinato de Robert Kennedy unos d¨ªas despu¨¦s. Se acab¨® el baile de san Vito. Desde entonces Warhol parec¨ªa un hombre de cart¨®n piedra, dec¨ªan las aves del para¨ªso que revoloteaban sobre su peluca plateada. Por otra parte Edie Sedgwich tambi¨¦n se hab¨ªa destruido. Una ma?ana apareci¨® muerta en la cama ah¨ªta de barbit¨²ricos. S¨®lo Basquiat, el negrito grafitero, rescatado por Warhol sali¨® disparado hacia la gloria.
Ser ante todo visible y hacer del esp¨ªritu un buen envase exterior fue lo que aport¨® Andy Warhol al mundo del arte. Por eso este artista dise?¨® tambi¨¦n su funeral, celebrado en la iglesia bizantina del Esp¨ªritu Santo de Pittsburgh el 22 de febrero de 1987. Su f¨¦retro era de bronce macizo con cuatro asas de plata. Warhol llevaba puesto un traje negro de cachemira, una corbata estampada, una peluca plateada, gafas de sol con montura rosa, un peque?o breviario y una flor roja en las manos. Seg¨²n las cr¨®nicas, en la fosa su amiga Paige Powell dej¨® caer un ejemplar de la revista Interview y una botella de perfume Beautiful de Est¨¦e Lauder. Pudo haber a?adido un bote de sopa Campbell, un billete de d¨®lar, una cocacola y un rev¨®lver. Toda Am¨¦rica.
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