Castigar la corrupci¨®n
El concepto de corrupci¨®n es confuso y amplio porque en su sentido f¨ªsico es aplicable a cualquier objeto, y en sus aspectos intelectual, sentimental, pol¨ªtico, social y econ¨®mico, al ser humano en general. No todos se venden por dinero. Las motivaciones de quienes caen en la corrupci¨®n a menudo van m¨¢s all¨¢ de lo econ¨®mico: la propia convicci¨®n, el odio o la venganza, pasando por intereses de cualquier orden, incluido el de favorecer a los suyos, pueden corromper a una persona. Tampoco existe una sola clase de corrupci¨®n, ya que puede ser ¨¦sta p¨²blica o privada, cl¨¢sica o moderna, y afectar a instituciones o sectores del Estado o de la justicia, en sistemas democr¨¢ticos o en dictaduras. Pero se trata esencialmente de un fen¨®meno generador de injusticia y desigualdad entre los ciudadanos y, por ende, de desconfianza: ante la falta de respuestas adecuadas por parte de quienes tendr¨ªan obligaci¨®n de perseguir las pr¨¢cticas corruptas y no lo hacen, se presume la corrupci¨®n del sistema.
Los que practican la corrupci¨®n han cambiado la bandera negra con la calavera pirata por el estuche del ordenador
En nuestro pa¨ªs se observan actitudes de comprensi¨®n, en especial cuando se trata de casos de corrupci¨®n pol¨ªtica
Aumentan as¨ª el desinter¨¦s por la defensa de lo p¨²blico y la apat¨ªa ante la necesidad de generar un rearme ¨¦tico que tenga como base la educaci¨®n y el aprendizaje.
La corrupci¨®n pol¨ªtica, de la mano de la econ¨®mica, se traduce en una especie de privatizaci¨®n del Estado. Los servidores de este pasan a ser "due?os" de los servicios p¨²blicos en vez de gestores de los mismos. Cobra fuerza el concepto de patrimonializaci¨®n de estos servicios en detrimento de la idea democr¨¢tica de atenci¨®n al ciudadano. Y se induce a este ciudadano, de manera forzosa, a creer en la inocuidad, o incluso en la bondad, del fen¨®meno.
Esta afirmaci¨®n explica que la corrupci¨®n en Espa?a en el a?o 2008 ocupara uno de los ¨²ltimos puestos en la clasificaci¨®n de asuntos por orden de preocupaci¨®n de los ciudadanos, y vuelve comprensible el hecho de que responsables pol¨ªticos acusados, investigados o condenados por corrupci¨®n sigan contando con el apoyo popular en periodos sucesivos. De modo que para muchos, tristemente, es peor la evidencia de su torpeza al ser sorprendidos que el ser reconocidos como corruptos.
Si algo nos ense?a el mapa de la corrupci¨®n en cualquier parte del mundo y en cualquier ¨¦poca, es que s¨®lo los liderazgos valientes y decididos pueden acabar con el problema, superando la indiferencia popular y manteniendo una actitud vigilante e intransigente frente a los comportamientos corruptos. Una buena gobernabilidad, obtenida mediante la acci¨®n coordinada de organismos de control que reduzcan los espacios para la corrupci¨®n, es b¨¢sica para una eficaz estrategia frente al problema. Y esa gobernabilidad, precisamente, se fortalecer¨¢ sobre la base de una lucha frontal contra la corrupci¨®n, lo que a su vez dotar¨¢ a las instituciones de la autoridad necesaria para transmitir no s¨®lo la apariencia de legalidad, sino tambi¨¦n la firmeza ¨¦tica de que no va a transigirse con la corrupci¨®n p¨²blica o privada.
La afirmaci¨®n de que, en un sistema democr¨¢tico, ciertas dosis de corrupci¨®n son necesarias para sostener el esquema de partidos pol¨ªticos -que lleva a la aceptaci¨®n de pr¨¢cticas irregulares de financiaci¨®n- es inaceptable, porque la credibilidad de una formaci¨®n pol¨ªtica debe radicar no s¨®lo en la coherencia y el car¨¢cter democr¨¢tico de sus ideas, sino tambi¨¦n en la transparencia de sus recursos, reflejo de la honradez de sus dirigentes.
A pesar de que esto resulte claro, no son muchos los c¨®digos penales que tipifican como delictiva la financiaci¨®n irregular de los partidos pol¨ªticos, una de las f¨®rmulas m¨¢s habituales de corrupci¨®n. Incluso en algunos sistemas se ha optado, casi sin pol¨¦mica, por admitir claramente la acci¨®n de los lobbies o grupos de presi¨®n pol¨ªtico-econ¨®mica en campa?as electorales (el Tribunal Supremo de Estados Unidos, en 2010, ha sentenciado la legalidad de acci¨®n de estos grupos, decisi¨®n que el presidente Barack Obama ha criticado con energ¨ªa, siendo ¨¦l mismo quien promovi¨® la norma de su prohibici¨®n).
Es un hecho incontestable que la corrupci¨®n tambi¨¦n es un instrumento id¨®neo para el crimen organizado y para el desarrollo e implantaci¨®n de sus m¨¦todos en sistemas pol¨ªticos y econ¨®micos y en instituciones financieras, policiales o judiciales, con el fin de conseguir mayores espacios de impunidad. Porque "ninguna forma de gobierno es indemne al desarrollo de las organizaciones criminales transnacionales, ning¨²n sistema legal es capaz de controlar totalmente el crecimiento de ese crimen y ning¨²n sistema econ¨®mico o financiero est¨¢ seguro frente a la tentaci¨®n de obtener ganancias de niveles muy superiores a los que son alcanzables con las actividades legales" (Louise Shelly, American University).
El crimen organizado ha penetrado en muchos Estados, desde el ¨¢mbito local hasta el nacional o federal, a trav¨¦s de la financiaci¨®n de las campa?as pol¨ªticas para la elecci¨®n de sus miembros como diputados. Recu¨¦rdense los casos de narcopol¨ªtica o parapol¨ªtica en pa¨ªses como Colombia, la compra de voluntades pol¨ªticas por la Mafia en Italia o la designaci¨®n de funcionarios de gobierno por grupos criminales en M¨¦xico.
Si lo anterior es un hecho, tambi¨¦n lo es la asociaci¨®n transnacional de unos y otros grupos criminales, como una necesidad derivada de la propia actividad organizada y de la complejidad y la globalizaci¨®n de los mercados a los que atacan. Ese crecimiento, curiosamente, los hace m¨¢s vulnerables a la acci¨®n coordinada de la justicia de los distintos pa¨ªses, que se ha ido dotando de instrumentos id¨®neos para llevarla a cabo. Por tanto, ser¨¢ de esta forma como se deba incidir para sumar, a los efectos de la prevenci¨®n, los de una adecuada persecuci¨®n del fen¨®meno mixto "crimen organizado-corrupci¨®n".
Que no se hable tanto de corrupci¨®n no significa que haya dejado de existir. Por el contrario, lo sucedido es que aquellos que la practican se han hecho m¨¢s expertos y han abandonado la bandera negra con la calavera pirata por el estuche negro del ordenador; y la maleta con la ametralladora por el malet¨ªn del ejecutivo. Han conseguido un nuevo triunfo: que se deje de hablar de ellos, de modo que no se perciba su penetraci¨®n en consejos de administraci¨®n de grandes empresas y organismos multilaterales, contribuyendo al lavado de activos procedentes de los m¨¢s variados sectores de la criminalidad con impunidad de sus conductas, aplicando trabas a cualquier tipo de investigaci¨®n.
De todo ello se desprende la necesidad de que el fen¨®meno de la corrupci¨®n se visibilice, se denuncie y se haga patente en toda su crudeza, para imposibilitar la indiferencia ante el mismo.
Hoy d¨ªa, el tema de la corrupci¨®n, especialmente en nuestro pa¨ªs, est¨¢ sometido a debate. Pero, detr¨¢s de formulaciones de intransigencia frente al mismo, se observan actitudes de comprensi¨®n, especialmente cuando se trata de casos de corrupci¨®n pol¨ªtica. Casos en los que ciertos medios de informaci¨®n toman posiciones no necesariamente objetivas, sino encubridoras y entorpecedoras de la acci¨®n de la justicia.
Las noticias se suceden a tal velocidad que el ciudadano no tiene tiempo de asimilar lo que lee, escucha o ve en los diferentes medios, aunque no renuncie a cierta percepci¨®n cr¨ªtica de los diferentes casos. Quiz¨¢ podr¨ªa decirse que, en lo que llevamos de siglo XXI, la corrupci¨®n se ha convertido en una especie de bacilo de la peste que viene de lejos, como nos relata brillantemente en este libro Carlo Alberto Brioschi, y que conoce ahora, como cualquier sistema infeccioso, su eclosi¨®n purulenta.
En su pr¨®logo, el propio Brioschi se pregunta: "?A qui¨¦n le importa si el propio C¨¦sar es un ladr¨®n?". A nadie, viene a responder el autor. Ner¨®n y Cal¨ªgula han pasado a la historia de igual modo que los santos, nos dice. Pero no hace falta ir tan lejos, nos sugiere el autor. Sabemos de casos de flagrante corrupci¨®n en los que se han visto envueltos ciertos pol¨ªticos cuyo apoyo electoral y apreciaci¨®n pol¨ªtica no se han visto afectados por semejante conducta. M¨¢s bien al contrario. Incomprensiblemente, las m¨¢quinas propagand¨ªsticas de los partidos, o de algunos de ellos, anestesian la memoria de los ciudadanos para conseguir el olvido o, al menos, la condescendencia ante la promesa de que determinados hechos no volver¨¢n a producirse y que la limpieza y pureza de la gesti¨®n ser¨¢ en el futuro la norma. Sin embargo, pasado el tiempo, el escenario se repite, y algunos "tropiezos" se disculpan ante la perspectiva de una victoria electoral que garantice que las cosas ser¨¢n diferentes.
Con iron¨ªa recuerda Brioschi que, seg¨²n Octavio Paz, "una naci¨®n empieza a corromperse cuando se corrompe su sintaxis". La cita encierra una reflexi¨®n de largo alcance: la corrupci¨®n no es otra cosa que la alteraci¨®n violenta del orden, de las reglas establecidas. Aunque tambi¨¦n sucede que se aprovechan las normas para subvertir su contenido y buscar zonas de impunidad.
(...) Los ¨²ltimos cap¨ªtulos de esta Breve historia de la corrupci¨®n se centran en el estado actual de esta cuesti¨®n, en un mundo en el que el car¨¢cter global de las conexiones pol¨ªticas y econ¨®micas otorga a los problemas escala universal. Brioschi analiza los grandes crash financieros y el futuro de la corrupci¨®n, y recuerda c¨®mo, en el momento de su m¨¢xima expansi¨®n econ¨®mica, Estados Unidos realiz¨®, mediante la deshonestidad de su clase pol¨ªtica y econ¨®mica empresarial, una contribuci¨®n esencial al desarrollo de todas las formas de corruptela. En ese sentido cita al soci¨®logo espa?ol Josep Ramoneda: "En esta sociedad de desigualdad creciente, su corrupci¨®n es al mismo tiempo un s¨ªntoma y una estrategia". Y as¨ª, el autor introduce el factor corrupci¨®n en el estudio de la democracia. Prosigue Ramoneda:
"Es cierto que la corrupci¨®n ha existido siempre y que si antes no era tan manifiesta es s¨®lo porque la ideolog¨ªa pol¨ªtica la ocultaba. Bajo el franquismo, todo el r¨¦gimen era corrupto, y en las democracias europeas la corrupci¨®n fue un tab¨² hasta que la disoluci¨®n del enemigo no elimin¨® tambi¨¦n las viejas prioridades ideol¨®gicas".
Y va a¨²n m¨¢s lejos al decir que "en la medida en que la vida pol¨ªtica se somete a las exigencias del poder econ¨®mico, los territorios se confunden y lo p¨²blico y lo privado se mezclan, y se generan mecanismos de transferencia constante de un poder a otro".
(...) No quiero terminar esta nota de pr¨®logo al libro de Brioschi sin hacer alusi¨®n a un tema que el autor toca de pasada en su introducci¨®n. Brioschi alude a la sugerencia de Giuliano Ferrara de que la magistratura no debe decidir sobre la suerte de los gobiernos, y por extensi¨®n, de los gobernantes. El propio autor responde citando, entre otros, a Ilvo Diamanti, quien recuerda: "No hay que olvidar que la corrupci¨®n y los casos de irregularidad no se los han inventado los jueces".
Giulio Calamandrei a?ade al respecto, en el mismo contexto: "El mayor riesgo para un magistrado no viene -solo- de las presiones externas, sino del agotamiento interior de las conciencias". Que cada uno haga su reflexi¨®n particular sobre este tema, sin olvidar que la corrupci¨®n tambi¨¦n anida con frecuencia en la judicatura.
La independencia judicial es el baluarte para una adecuada gobernabilidad. Esa independencia debe proclamarse tanto del poder pol¨ªtico (ejecutivo, legislativo, los propios partidos pol¨ªticos) como del econ¨®mico (entidades financieras, bancos, corporaciones). Mi referencia a los poderes pol¨ªtico y econ¨®mico es intencionada por cuanto hoy lo pol¨ªtico depende del poder econ¨®mico, multinacional y globalizado de las corporaciones que, en definitiva, controlan su desarrollo. Por ello, resulta indispensable un poder judicial fuerte, independiente e inamovible, capaz de investigar y castigar la corrupci¨®n por encima de cualquier otra circunstancia, siempre desde la legalidad, pero sin la mediatizaci¨®n de quienes pretenden ejercer un control pol¨ªtico sobre ¨¦l, desde dentro o desde afuera.
Concluyo de la mano de Maquiavelo, a quien Carlo Alberto Brioschi cita a menudo: "No sin raz¨®n se dice que la voz del pueblo es la voz de Dios. La opini¨®n p¨²blica pronostica los sucesos de una manera tan l¨²cida que se dir¨¢ que el pueblo est¨¢ dotado de la facultad de prever lo que distingue al bien del mal", recuerda el autor en su texto sobre Tito Livio.
Pero, hoy en d¨ªa, ?podemos compartir esta afirmaci¨®n en un mundo en el que los medios de comunicaci¨®n deciden lo que es y lo que no es, en el que se ensalza o humilla por inter¨¦s pol¨ªtico o econ¨®mico, en el que se defiende o ataca en funci¨®n de lo que se obtenga o pierda? La responsabilidad de los medios de comunicaci¨®n es de tal magnitud que puede afirmarse que de su uso adecuado depende el futuro de una sociedad que, queramos o no, es esencialmente medi¨¢tica.
Breve historia de la corrupci¨®n. De la antig¨¹edad a nuestros d¨ªas, de Carlo Alberto Brioschi. Prologado por Baltasar Garz¨®n. Editorial Taurus. Publicaci¨®n: 12 de mayo. Precio: 18 euros.
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