Causa general II
La neutralizaci¨®n del guerracivilismo espa?ol requiere el desmantelamiento de los s¨ªmbolos de la dictadura franquista -por ejemplo, el Valle de los Ca¨ªdos- y la condena expl¨ªcita del golpe de Estado de 1936
Cunetas es el t¨ªtulo de un libro de poemas que escribi¨® Luis Pimentel sobre los asesinatos que tuvieron lugar en Galicia durante la guerra civil. Se escribi¨® en 1947 pero s¨®lo pudo publicarse, muerto ya su autor, en 1981. "Hubo ni?os que asesinaron a hombres", leemos en ¨¦l con el ¨¢nimo sombr¨ªo. Pimentel no fue de ning¨²n modo un franquista, pero tampoco lo contrario, como tantos espa?oles que se quedaron en Espa?a despu¨¦s de la guerra.
El 18 de abril de 2010 este peri¨®dico publicaba la historia de Manuel Mu?oz Fr¨ªas, de 79 a?os. La sa?a del destino en ella, anonada. Si hubo un mill¨®n de muertos en la guerra civil, hay al menos veinte millones de historias como la de Manuel Mu?oz, las de la mayor¨ªa de los que sobrevivieron. Muchas de esas tragedias se han olvidado, unas veces porque sus protagonistas han muerto, otras las ha borrado el miedo, otras el olvido, condici¨®n necesaria de supervivencia para tantos. Algunas, sin embargo, como la de Manuel Mu?oz, siguen vivas, porque la herida que causaron fue tan profunda que setenta a?os no han bastado para poder cerrarlas. Vale la pena recordarla otra vez: "A mi padre, un campesino analfabeto lo mataron por ser de UGT, se lo hab¨ªan llevado hac¨ªa unos d¨ªas y mi madre estaba cosiendo, intentando pensar en otra cosa. [Cuando se enter¨® que lo hab¨ªa matado] mi madre grit¨® y le dio un cabezazo a la m¨¢quina de coser. Empez¨® a sangrar. Mis hermanos empezaron a llorar al verla a ella con la cara llena de sangre, y yo tambi¨¦n (...). Pero los falangistas volvieron. A los 20 d¨ªas se llevaron a mi hermano, que a¨²n no hab¨ªa cumplido los 18 a?os, a las trincheras para luchar en el bando de los asesinos de su padre. Desert¨®. Lo cogieron. Le mandaron a un campo de concentraci¨®n en ?vila y luego a otro en Sevilla, y all¨ª lo torturaron hasta la muerte. Y despu¨¦s volvieron a por ella. La metieron en la c¨¢rcel. A los cien d¨ªas la soltaron sin ninguna explicaci¨®n. Mi hermano Juan, que entonces ten¨ªa 16 a?os, hizo la guerra en Espa?a con el bando republicano y huy¨® a Francia, despu¨¦s luch¨® con el maquis franc¨¦s. En mi casa pasaron muchos a?os sin que supi¨¦ramos nada de ¨¦l. Un d¨ªa, cuando ya le hab¨ªamos dado por muerto, cuando ya le hab¨ªamos llorado, recibimos una carta suya diciendo que estaba vivo y que se iba a casar. Cuando se la di a mi madre, se desmay¨®". Aqu¨ª terminaba su relato, tal como lo public¨® este peri¨®dico, pero ?alguien puede creer que all¨ª se puso fin a algo, que no marc¨® de una manera irremediable la vida de decenas de personas m¨¢s, hasta hoy mismo?
Todos los espa?oles debemos secundar a los que reclaman el derecho de enterrar a sus muertos
S¨®lo as¨ª se podr¨ªa admitir que aquella fue la guerra de nuestros padres y abuelos, no la nuestra
Y sin embargo, con ser ¨²nica, como lo son todas las historias de un sufrir tan agudo, parece tener algo en com¨²n con muchas otras.
Cierto d¨ªa de hace cuatro a?os, en un receso de unos cursos de verano, un profesor cont¨® c¨®mo hab¨ªa perdido a toda su familia en un solo d¨ªa de agosto de 1936, durante la revoluci¨®n en M¨¢laga. Sus colaboradores fueron acaso los m¨¢s sorprendidos, pues, seg¨²n confesaron despu¨¦s, nunca antes les hab¨ªa mencionado un hecho de tanta trascendencia en su vida. La pavorosa historia, sobre la que ojal¨¢ ese hombre quiera escribir y reflexionar un d¨ªa con la hondura y verdad que le caracterizan, es una de las que se incluye en la Causa General, en la que no es m¨¢s que una de tantas, apenas dos l¨ªneas, las que ocupan el nombre de su padre y de sus cinco hermanos asesinados (el menor de catorce a?os), su edad y su profesi¨®n, y el nombre del pueblo donde tuvo lugar la tragedia.
Historias como estas, de uno y otro lado, habr¨¢n sido, sin duda, las que le hayan hecho pensar a muchos lo que el novelista Arturo P¨¦rez Reverte expresaba en una entrevista reciente ("En Espa?a nos falt¨® la guillotina". El Cultural, 26 de febrero de 2010): "Yo soy de Cartagena, y en Cartagena, que era zona roja, hubo de todo, hubo represi¨®n brutal de los milicianos y represi¨®n brutal de los falangistas. Y a m¨ª, cuando era peque?o, me contaron las dos represiones, las dos; por eso, hablar de unos buenos y otros malos a estas alturas... Cualquiera que haya le¨ªdo historia de Espa?a sabe que aqu¨ª todos hemos sido igual de hijos de puta, TODOS". Supongo que estas may¨²sculas y la primera persona del plural respond¨ªan al inter¨¦s del entrevistado en que nadie pudiese tener la fantas¨ªa de ¨ªrsele de rositas.
Pocos dudan ya de que se cometieron cr¨ªmenes parecidos en ambos bandos, pero tampoco nadie deber¨ªa dudar de que las ideas por las que se combati¨® en uno y otro lado no pudieron ser m¨¢s diferentes, en el de la Rep¨²blica por los principios de la Ilustraci¨®n (libertad, igualdad y fraternidad), fundamento de las democracias modernas, y en el de los sublevados por la conculcaci¨®n de esos mismos principios, con la participaci¨®n decisiva de curas, militares y capitalistas, aunque con frecuencia muchos republicanos no fuesen dem¨®cratas ni todos los que se pusieron junto a los fascistas fuesen fascistas. Podr¨¢n discutirse otras cuestiones (y llevan discuti¨¦ndose setenta a?os), pero esos son los hechos que hacen imposible toda simetr¨ªa y que no tienen que ver ni con la l¨®gica de la venganza en la que parece que algunos todav¨ªa est¨¢n presos (sobre todo hablistas hertzianos y pol¨ªticos) ni con esa equidistancia de la indiferencia.
A comienzos de los a?os cincuenta, seg¨²n refiri¨® Graciela Palau de Nemes, bi¨®grafa de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, este, mal informado o no, se neg¨® a saludar a Segundo Serrano Poncela, relacionado con los sucesos de Paracuellos, porque ¨¦l, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, no se hab¨ªa exiliado "para acabar d¨¢ndole la mano a un asesino".
Dentro de unos d¨ªas se dar¨¢ a conocer cierto escrito in¨¦dito que Edgar Neville dirigi¨® poco antes de su muerte, en 1966, a Miguel P¨¦rez Ferrero en el que el escritor y cineasta asegura conocer, como muchos otros, al asesino de Lorca, qui¨¦n se qued¨® con su reloj y su cartera y c¨®mo fue asesinado de un ¨²nico disparo en la nuca y no con una descarga como ¨¦l hab¨ªa cre¨ªdo err¨®neamente durante a?os. En ese escrito se dir¨ªa que Neville, en absoluto sospechoso de republicanismo (quiz¨¢ porque el r¨¦gimen le hizo purgar por ello en 1937), parece estar pensando cincuenta a?os antes en la Ley de la Memoria Hist¨®rica: "La diferencia fundamental", dice all¨ª "es que [para] los del otro lado, aparte de nuestra pena, hab¨ªa habido una Causa General que hab¨ªa castigado en la medida de lo posible a los asesinos, mientras que los que mataron a Federico Garc¨ªa Lorca gozaban de inmunidad inconcebible y nadie les hab¨ªa molestado lo m¨¢s m¨ªnimo".
El prop¨®sito de estas l¨ªneas ha sido el de traer a colaci¨®n aqu¨ª el recuerdo de Neville, Juan Ram¨®n o Pimentel, porque no todos los espa?oles fueron lo que el novelista cartagin¨¦s asegura que fueron, como tampoco lo son hoy las v¨ªctimas del franquismo que, como Ant¨ªgona, s¨®lo reclaman el derecho de enterrar a sus muertos, y a las que sin duda todos los espa?oles tendr¨ªamos que secundar, aun a sabiendas de que entre tales muertos podr¨ªa hallarse alguno de los asesinos de personas inocentes, como los que acabaron con el padre y los hermanos de nuestro amigo, verdugos asesinados a su vez junto a personas inocentes en las represalias de las falanges de Queipo que siguieron, pues es en tanto que v¨ªctimas y no como verdugos como ha de consider¨¢rseles en ¨²ltima instancia. Y s¨®lo despu¨¦s de darles sepultura la sociedad dir¨¢ si quiere y est¨¢ preparada para saberlo TODO (estas may¨²sculas son de Kant), quiero decir, si est¨¢ preparada para su ilustrado "Sapere aude", atr¨¦vete a saber, sin caer en las justificaciones de la filosof¨ªa de la historia. Por esa raz¨®n las v¨ªctimas tienen derecho a reclamar del Estado, responsable en buena medida de que sigan enterrados en las cunetas, una sepultura digna para sus familiares.
La Causa General, instruida con tantas irregularidades pero no por ello irrelevante, fue el instrumento de que se sirvi¨® el Estado fascista para justificar y tapar sus cr¨ªmenes. La Causal General II que Neville parec¨ªa preconizar sobre los cr¨ªmenes cometidos por los sublevados, se ha venido instruyendo de una manera espont¨¢nea desde hace treinta a?os por el testimonio de unos y de otros, el trabajo concienzudo de los historiadores, arque¨®logo y forenses y algunas, pocas, actuaciones judiciales, y que se sepa tales trabajos ni han justificado ni relegado al olvido los cr¨ªmenes cometidos por los republicanos. Ambas Causas, revisadas, corregidas y aumentadas deber¨ªan poner a cada cual frente a las responsabilidades pol¨ªticas de todos y cada uno de los cr¨ªmenes y asesinatos cometidos durante la guerra en cada bando, y ante las responsabilidades penales, si a¨²n hubiere lugar a ellas. Ser¨¢ acaso el ¨²nico modo de dejar a un lado la l¨®gica de la venganza, la l¨®gica del "t¨² m¨¢s" o la del "todos fueron unos asesinos", tan parecidas en el fondo. La neutralizaci¨®n de esta l¨®gica pasar¨ªa necesariamente, desde luego, por el desmantelamiento de los s¨ªmbolos del totalitarismo, incluido el Valle de los Ca¨ªdos o, por ejemplo, las calles que ayer llevaron el nombre de un fascista y llevan hoy el de un estalinista, y la condena expl¨ªcita del Golpe de Estado de julio de 1936 en los parlamentos espa?oles, del mismo modo que se les exige a todos sus diputados la condena del terrorismo de Eta para participar en la vida pol¨ªtica democr¨¢tica. Esa es tambi¨¦n la ¨²nica posibilidad de admitir al fin que aquella fue la guerra de nuestros padres y de nuestros abuelos, pero no la nuestra, aunque la hayamos padecido, y de qu¨¦ modo, y que acaso deber¨ªamos huir de las generalizaciones para hallar cobijo en las tres famosas palabras de Aza?a, paz, piedad, perd¨®n.
Andr¨¦s Trapiello es escritor.
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