?Qu¨¦ es la vocaci¨®n literaria?
Por de pronto, una anomal¨ªa vital. En la mocedad, cuando uno vive en proyecto y todas las opciones existenciales permanecen abiertas, la vida ofrece, como una baraja extendida sobre el tapete, una exuberante variedad de posibilidades humanas: podemos so?ar con ser actor, campe¨®n de tenis, cient¨ªfico o explorador, o una combinaci¨®n lujosa de todas ellas. Tener vocaci¨®n literaria significa comprobar que de las mil posibilidades humanas, s¨®lo una, una nada m¨¢s, de una forma espont¨¢nea y sorprendente para uno mismo, absorbe por entero las anfractuosidades de una personalidad en origen plural y compleja, y activa en esa muy espec¨ªfica direcci¨®n todas las facultades intelectivas, volitivas, sentimentales y hasta corporales del sujeto reh¨¦n de la musa, ejerciendo sobre ¨¦l una tiran¨ªa de s¨¢trapa oriental. Sin duda, un objetivo y casi dir¨ªa b¨¢rbaro empobrecimiento de la prodigalidad vital, por un lado. Pero por otro, una formidable concentraci¨®n de energ¨ªas que, sostenidas en el tiempo, tras a?os de obstinada fidelidad, proporciona a ese condenado a las galeras una ¨ªntima familiaridad con la emoci¨®n que un d¨ªa lo arras¨® todo dentro de s¨ª y todav¨ªa lo sostiene, as¨ª como con ese haz desordenado de entrevistas intuiciones y formas que la ola emocional originaria trajo consigo.
Si hay algo claro sobre la vocaci¨®n es su tendencia al totalitarismo, que practica rapi?ando en el interior de su presa
La vocaci¨®n es una man¨ªa numinosa que se moviliza imantada por una fascinaci¨®n magn¨¦tica -mysterium fascinans-, pero que exige a cambio una devoci¨®n exclusiva, no compartida, que excluye f¨¢usticamente -mysterium tremens- el amor por cualquier otra cosa en el mundo. Pues en efecto si hay algo claro sobre la vocaci¨®n es su tendencia al totalitarismo, que practica rapi?ando en el interior de su presa para instrumentalizar todos los campos de la subjetividad afectada, pensamientos, experiencias y afectos, devor¨¢ndolos con voracidad insaciable. La vocaci¨®n suministra una inigualable intensidad a la existencia, crear la apariencia de trocar el azar por la necesidad en la propia biograf¨ªa derramando sobre ella una lluvia de "sentido", pero a precio de que todo lo dem¨¢s no lo tenga o lo tenga como ocasi¨®n para una confirmaci¨®n de esa emoci¨®n primera, omniabarcante y omnipresente. Y como el hombre de vocaci¨®n sabe que ese especialismo vital suyo es comparativamente exagerado y aun monstruoso, finge ante el mundo una afectada normalidad de buenos sentimientos y buena ciudadan¨ªa que en el fondo no conoce ni comprende. Y como, por a?adidura, lo habitual es que entre el nacimiento adolescente de la violencia de la emoci¨®n y el momento de darle serenamente forma, la madurez capaz de convertirla en obras literarias bien acabadas, se abra un considerable lapso de tiempo, ah¨ª tenemos a ese hombre pre?ado de vocaci¨®n soport¨¢ndose malamente a s¨ª mismo y sobrellevando su extra?a gravidez en el lento rotar de las estaciones, un a?o tras otro, abandonado a la m¨¢s perentoria y solitaria ansiedad.
En esto se observa hasta qu¨¦ punto constituye un error y un monumental malentendido de la verdadera esencia de la vocaci¨®n literaria esa propensi¨®n rom¨¢ntica a enaltecer la originalidad y la excentricidad del artista, en suma, su vida como radical anomal¨ªa, porque siendo ya la vocaci¨®n la m¨¢s extremosa de las anomal¨ªas vitales, la tarea del artista genuino no consiste en alentar una pulsi¨®n que de suyo es b¨¢rbara e imparablemente expansiva sino, por el contrario, en arregl¨¢rselas de alguna manera para, en expresi¨®n de Thomas Mann, mantener los perros en el s¨®tano y no permitir que se ense?oreen de la casa entera. El artista no necesita ayuda para inflamar todav¨ªa m¨¢s el incendio ¨ªntimo que le consume sino para frenar su onda abrasiva, templarla y mantenerla en unas proporciones humanamente vivibles y civilizadas.
Es literaria la vocaci¨®n del artista cuando ¨¦ste es arrastrado por el movimiento de fijar su emoci¨®n por escrito. Es una compulsi¨®n que sobreviene a las personas cuya abstracta pasi¨®n los ha distra¨ªdo de las ocupaciones m¨¢s pr¨¢cticas de la vida. La tradici¨®n los presenta muchas veces como pastores que vagan por el campo. Mois¨¦s pastoreaba el reba?o de Jetr¨®, su suegro, cuando lleg¨® al monte Horeb y all¨ª tuvo la visi¨®n de una zarza ardiente que le hablaba (?xodo 3); Hes¨ªodo se hallaba al pie del monte Helic¨®n apacentando sus ovejas cuando se le acercaron las Musas y le dieron un cetro que lo consagraba como poeta (inicio de la Teogon¨ªa). La primera escena pone el acento en el aspecto ¨ªgneo, quemante, de la vocaci¨®n, mientras que la segunda destaca m¨¢s bien la gracia y el encantamiento que tambi¨¦n le son propios. En ambos casos, la epifan¨ªa po¨¦tica conduce a una misi¨®n: la de crear un documento definitivo (Pentateuco, Teogon¨ªa). Todo el af¨¢n del poeta es entonces ordenar esa verdad que ha visto y sentido y dotarla de una forma perdurable, arrebatada en un acto de violencia al ca¨®tico devenir de la fluente experiencia humana; y en la labor de aplicar morosamente la forma a la obra -verso a verso, p¨¢rrafo a p¨¢rrafo-, crear un producto final en el que la verdad all¨ª enunciada quede por siempre disponible para uno mismo y para los dem¨¢s. Este ¨²ltimo momento de sociabilidad literaria es esencial a la vocaci¨®n: de igual manera que, como mostr¨® Wittgenstein, no existen los lenguajes privados, tampoco es pensable una obra literaria privada. Crear es siempre un acto de comunicaci¨®n.
?sta es mi manera de entender la filosof¨ªa, una de las varias vocaciones literarias posibles. As¨ª es como yo la vivo, la comprendo y me comprendo a m¨ª mismo. Una precisi¨®n importante: vocaci¨®n no arguye genio ni talento. Hay vidas extenuadas por una intens¨ªsima vocaci¨®n pero art¨ªsticamente est¨¦riles, incapaces de producir nada de m¨¦rito. Con mucha probabilidad la devoci¨®n de Salieri por la composici¨®n musical no ser¨ªa menor a la de Mozart, ni su ansia por producir algo inspirado, realmente grande. Su vocaci¨®n era pareja, pero sus resultados no.
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