Reprimenda a las agencias de calificaci¨®n
Un aplauso para el subcomit¨¦ permanente de investigaciones del Senado de Estados Unidos. Su trabajo con la crisis financiera se parece cada vez m¨¢s a la versi¨®n del siglo XXI de las vistas de Pecora, que ayudaron a marcar el comienzo de la regulaci¨®n financiera de la era del new deal. En los ¨²ltimos d¨ªas, escandalosos correos electr¨®nicos de Wall Street publicados por el subcomit¨¦ han llegado a los titulares de los peri¨®dicos.
Esta es la buena noticia. La mala es que la mayor¨ªa de los titulares eran sobre los correos equivocados. Cuando los empleados de Goldman Sachs se jactaban del dinero que hab¨ªan ganado vendiendo al descubierto en el mercado inmobiliario, era feo, pero no pod¨ªa considerarse un crimen.
La crisis financiera ha sido, en gran medida, la consecuencia de un sistema corrupto
No, los correos electr¨®nicos en los que deber¨ªamos centrarnos son los de los empleados de los organismos de calificaci¨®n crediticia, que otorgaron calificaciones Triple A a cientos de miles de millones de d¨®lares en activos sospechosos, casi todos los cuales se han convertido despu¨¦s en basura t¨®xica. Y no, no es una hip¨¦rbole: de los valores respaldados por hipotecas subprime con calificaci¨®n Triple A emitidos en 2006, el 93% -?el 93%!- se ha rebajado a la categor¨ªa de basura.
Lo que esos correos electr¨®nicos revelan es un sistema profundamente corrupto. Y es un sistema que la reforma financiera, seg¨²n la propuesta actual, no arreglar¨ªa.
Los organismos de calificaci¨®n crediticia empezaron como analistas de mercado que vend¨ªan tasaciones de deuda corporativa a gente que se estaba planteando comprar esa deuda. Sin embargo, con el tiempo se transformaron en algo bastante diferente: empresas contratadas por gente que vend¨ªa deuda para que le dieran a esa deuda el visto bueno.
Ese visto bueno lleg¨® a desempe?ar un papel primordial en todo nuestro sistema financiero, en especial para los inversores institucionales como los fondos de pensiones, que compraban los bonos s¨®lo en el caso concreto de que recibieran la ansiada calificaci¨®n Triple A.
Era un sistema que parec¨ªa digno y respetable a primera vista. Sin embargo, provocaba enormes conflictos de intereses. Los emisores de deuda -que cada vez m¨¢s eran empresas de Wall Street que vend¨ªan valores que creaban troceando cosas como hipotecas subprime- pod¨ªan elegir entre varios organismos de calificaci¨®n. As¨ª que pod¨ªan dirigir su empresa a la entidad que tuviera m¨¢s probabilidades de emitir un veredicto favorable y amenazar con quitarle negocio a una agencia que se esmerara demasiado en hacer su trabajo. Analiz¨¢ndolo retrospectivamente, est¨¢ clar¨ªsimo c¨®mo pod¨ªa esto corromper el proceso.
Y lo hizo. El subcomit¨¦ del Senado ha centrado sus investigaciones en las dos principales entidades de calificaci¨®n crediticia, Moody's y Standard & Poor's; lo que ha encontrado confirma nuestras peores sospechas. En un mensaje de correo electr¨®nico, un empleado de S&P explica que es necesaria una reuni¨®n para "hablar de ajustar los criterios" para tasar los valores respaldados por hipotecas "ante la continua amenaza de perder contratos". Otro mensaje se queja de tener que usar recursos "para maquillar las cifras de los pr¨¦stamos subprime y los alt-A
[productos para prestatarios que no cumplen los requisitos para pr¨¦stamos convencionales] para conservar la cuota de mercado". Est¨¢ claro que las entidades distorsionaron sus tasaciones para agradar a sus clientes.
A su vez, estas tasaciones sesgadas ayudaron al sistema financiero a asumir mucho m¨¢s riesgo del que pod¨ªa asumir de forma segura. El inversor de bonos Paul McCulley, que trabaja en Pimco y acu?¨® el t¨¦rmino "bancos en la sombra" para las instituciones liberalizadas que originaron la crisis, lo describ¨ªa hace poco de esta manera: "El crecimiento explosivo de la banca en la sombra era como si la mano invisible organizara una fiesta, una fiesta con alcohol y sin regulaci¨®n, en la que los organismos de calificaci¨®n repart¨ªan carn¨¦s de identidad falsos".
En fin, ?qu¨¦ se puede hacer para evitar que ocurra de nuevo? El proyecto de ley que se ha presentado ahora al Senado intenta hacer algo respecto a los organismos de calificaci¨®n, pero en definitiva se muestra bastante suave con el tema. La ¨²nica disposici¨®n que podr¨ªa resultar amenazadora es la que facilitar¨ªa demandar a los organismos de calificaci¨®n si incurrieran en "una incapacidad consciente o temeraria" para hacer lo correcto. Pero est¨¢ claro que con esto no basta, dado el dinero que est¨¢ en juego, y el hecho de que Wall Street se puede permitir contratar a abogados muy, muy buenos.
Lo que de verdad necesitamos es un cambio fundamental en los incentivos de las agencias de calificaci¨®n. No podemos volver a la ¨¦poca en la que estas entidades ganaban su dinero vendiendo grandes libros de estad¨ªstica; la informaci¨®n fluye con demasiada libertad en la era de Internet, por lo que nadie comprar¨ªa los libros. Pero hay que hacer algo para acabar con la naturaleza esencialmente corrupta del sistema en el que el emisor paga.
Un ejemplo de algo que podr¨ªa funcionar es una propuesta de Matthew Richardson y Lawrence White, de la Universidad de Nueva York. Sugieren un sistema en el que las empresas que emitan bonos sigan pagando a los organismos de calificaci¨®n para que eval¨²en esos bonos, pero que sea la Comisi¨®n del Mercado de Valores, y no la empresa emisora, la que determine qu¨¦ entidad es la que se lleva el negocio.
No me aferro a esa propuesta en concreto. Pero no hacer nada no entra dentro de las opciones. Es reconfortante fingir que la crisis financiera no ha sido m¨¢s que la consecuencia de unos errores bienintencionados. Pero no lo ha sido; ha sido, en gran medida, la consecuencia de un sistema corrupto. Y los organismos de calificaci¨®n representaron una gran parte de esa corrupci¨®n.
Paul Krugman, profesor de Econom¨ªa de Princeton, obtuvo el Premio Nobel en 2008. ? 2010 New York Times Service. Traducci¨®n de News Clips.
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