Llega el "eastern"
Entrada la segunda d¨¦cada del siglo XXI, es pertinente hablar de un g¨¦nero cultural nacido de la posguerra fr¨ªa: y es posible llamarle eastern. Un g¨¦nero que explota hacia 1989, a?o en el que tiene lugar el cruce entre el desplome del comunismo y la expansi¨®n de Microsoft. El eastern cubrir¨ªa, pues, el tr¨¢nsito no casual entre las sociedades basadas en el trabajo manual -las dictaduras del proletariado- y las sociedades de la inform¨¢tica e Internet: el paso que va desde un PC (partido comunista) a otro PC (personal computer). Un itinerario que abarca veinte a?os que se deslizan entre la crisis del comunismo y la actual crisis del capitalismo.
El eastern, como el western primigenio, no puede entenderse sin la conquista del espacio. Sin esas invasiones perpetradas hacia "all¨¢" por las democracias occidentales, con su recetario de promesas para la nueva vida. Tampoco es comprensible sin las inundaciones de todo tipo provenientes de los pa¨ªses ex comunistas, acompa?adas por la banda sonora de aquel imperativo ir¨®nico-fascistoide de los Pet Shop Boys una vez desplomado el Imperio: "Go West!". Hay, desde luego, diferencias. ?sta por ejemplo: mientras que en el western los villanos pod¨ªan convertirse en h¨¦roes -Billy The Kid o Doc Holliday-, en el eastern, por el contrario, los h¨¦roes suelen terminar convertidos en villanos (desde Leonid Br¨¦znev hasta Bor¨ªs Yeltsin).
El 'eastern' cubrir¨ªa el tr¨¢nsito no casual entre las sociedades basadas en el trabajo manual y las de la inform¨¢tica e Internet
No hay museo o galer¨ªa espa?ola que no tenga "su" artista del Este; no hay editorial que no tenga su escritor
Con antecedentes notables en la cultura precomunista (Tolst¨®i, Kafka, Jan Neruda), y m¨¢s tarde en la disidente (Solzhenitsin, Kundera, Forman, Tarkovski, Polanski), el eastern consuma su definici¨®n como un fen¨®meno pos-Berl¨ªn. As¨ª que tratamos con un g¨¦nero particular de estos veinte a?os en los que se completa Europa y los pa¨ªses del Este pasan a convertirse en un paisaje -entre pintoresco y temible- cada vez m¨¢s familiar para la cultura occidental.
Desde entonces, los nombres de artistas como Frank Thiel, Boris Mijailov, Deimantas Narkevicius o Dan Perjovschi han dejado de sonar como extra?os para los museos de Occidente. Lo mismo puede decirse de te¨®ricos como Slavoj Zizek y Boris Groys. O de novelistas como Victor Pelevin, Imre Kert¨¦sz o Andre? Makine. Esto por no hablar de deportistas como Bubka, Mijatovic, Stoichkov. O de la invasi¨®n de skodas o dacias, que transitan por las calles de Occidente y han amparado alguna vez su publicidad tras los esl¨®ganes de la revoluci¨®n comunista.
Ahora bien, lo que convierte al eastern en un g¨¦nero verdaderamente universal no es tan s¨®lo, ni fundamentalmente, la invasi¨®n hacia el oeste de los escritores, artistas y deportistas del "m¨¢s all¨¢", sino la pasi¨®n por el Este de los creadores occidentales. Precursores tan notables como el periodista John Reed, el dibujante John Steinberg o el novelista George Orwell dieron cuenta de ese mundo bajo el bolchevismo y el estalinismo. Graham Greene, John Le Carr¨¦ o Frederick Forsyth se ocuparon de desentra?arlo durante la guerra fr¨ªa. Todos ellos con una mezcla de fascinaci¨®n y temor; exotismo y ansiedad por descubrir -fantas¨ªas a un lado- lo que se escond¨ªa, verdaderamente, detr¨¢s del tel¨®n de acero. Ese misterio ha desatado todo tipo de recuperaciones en la actualidad. Desde el aclamado redescubrimiento de Vida y destino, la novela de Vasili Grossman, hasta el revival pop, relatado hace unos d¨ªas por Kiko Amat, de la cantautora checa Marta Kubisova, musa de la Primavera de Praga y de la resistencia a la invasi¨®n sovi¨¦tica de 1968. Desde el rescate de los textos de Alexandra Kollontai (Alba) hasta la saga ucrania tejida por Jonathan Safran Foer, en su novela Todo est¨¢ iluminado (Lumen, Debolsillo y Columna). Por su parte, los fot¨®grafos Dani & Geo Fuchs han dado cuenta de la represi¨®n alemana en la serie Stasi Secret Room, mientras que los cuadros e instalaciones de Mona Vatamanu y Florin Tudor intentan que no olvidemos la sombra siniestra de Nicolae Ceausescu. En el blog Mu?equitos rusos (munequitosrusos.blogspot.com) se discute acerca de los dibujos animados de la era comunista con una precisi¨®n asombrosa. Mu?equitos rusos es como se nombraba estos animados en Cuba, un pa¨ªs con un Estado comunista en el coraz¨®n de Occidente, cuyo aporte al eastern ha tenido su importancia. Y no me refiero a los paladines tropicales del realismo socialista -hoy convertidos algunos al idealismo capitalista con la misma pasi¨®n y dogmatismo-, sino a obras m¨¢s complejas en las que se aborda esa isla del Caribe como parte del imperio sovi¨¦tico. Es el caso sobresaliente de Jos¨¦ Manuel Prieto -Nunca antes hab¨ªas visto el rojo, Enciclopedia de una vida en Rusia (Mondadori), Livadia (Mondadori)...- o de la revista Criterio, en la que el traductor y cr¨ªtico Desiderio Navarro ha construido un complet¨ªsimo cat¨¢logo de pensadores y te¨®ricos del antiguo bloque comunista. Desde el Cono Sur, Fogwill fue un precursor que imagin¨®, antes del derribo del Muro, una Argentina sovi¨¦tica en Un gui¨®n para Artkino (Perif¨¦rica).
No hay g¨¦nero que se precie que no disponga de subg¨¦neros. Es el caso de la Ostalgia, en particular la alemana. Esa melancol¨ªa -tenue y cr¨ªtica unas veces, exuberante y laudatoria en otras- por el comunismo como un mundo a?orado frente las adversidades de la reunificaci¨®n. Ah¨ª est¨¢n pel¨ªculas como Berlin is in German, Good Bye Lenin! o La vida de los otros. Hollywood ha encontrado all¨ª un gigantesco plat¨®. Sin este nuevo set, no ser¨ªan concebibles las misiones imposibles de Tom Cruise, las revitalizaciones de James Bond o Jason Bourne; esos dos JB programados para salvar Occidente. O filmes como Promesas del Este. La Ostalgia ha sido asimismo una bandera de la Escuela de Leipzig, en particular de Neo Rauch, donde el horizonte previo a 1989 es pintado con ribetes buc¨®licos casi medievales.
Espa?a no ha escapado a esta pasi¨®n por el Este. Dejemos a un lado, por el momento, a una zona de la izquierda que, en lugar de percibir en el derrumbe del Muro una de sus grandes oportunidades, ha persistido en maquillar el Gulag. M¨¢s all¨¢ de esta nostalgia en la distancia -y a la abundancia de tramas televisivas en las que prevalecen las mafias y el plutonio (aunque sin olvidarlo del todo)-, puede decirse que no hay museo o galer¨ªa espa?ola que no tenga "su" artista del Este; no hay editorial que no tenga su escritor, ni club que no disponga de su futbolista. Ya en el campo literario, vale la pena rescatar a dos precursores. Eduardo Mendicutti concibi¨®, en Los novios b¨²lgaros (Tusquets), una divertida comedia en la que la picaresca espa?ola era superada por la picaresca del Este. Ignacio Vidal-Folch -desde La libertad (Anagrama), su novela "rumana", hasta su reciente Noche sobre noche (Destino)- ha abierto un campo ¨²nico desde el que consigue un completamiento de la novela europea a partir de la nueva cartograf¨ªa del poscomunismo. Esta obra, adem¨¢s, deja entrever unos paralelos entre la transici¨®n espa?ola y la del Este, con unos personajes gobernados por contradictorias pulsiones que alcanzan, alternativamente, la esperanza, el destape o el desencanto.
Podemos constatar otros datos. Lo que signific¨® Nueva York para la generaci¨®n de Miralda, Muntadas o Francesc Torres es un espacio ocupado hoy por Berl¨ªn del Este; como una especie de tierra prometida para artistas espa?oles como Sergio Belinch¨®n, Tere Recarenso Santiago Yd¨¢?ez En direcci¨®n opuesta, recordemos que Espa?a ha acogido el protagonismo literario de Monika Zgustova, Mihaly Des o Bashkim Shehu.
Resulta obvio, a estas alturas, que esta no es una teor¨ªa sino la cr¨®nica de un s¨ªntoma. Y la escribo desde la Espa?a del Este, plantado en un territorio a cuyos abor¨ªgenes, miren por d¨®nde, se les suele llamar "polacos". En consecuencia, han llamado Polonia a su m¨¢s agudo programa de s¨¢tira pol¨ªtica y Crackovia a su correlato dedicado al deporte. Sin olvidar que, durante largos a?os, una discoteca que anim¨® la noche del barrio de Gracia respond¨ªa al nombre de ?KGB! Recientemente, Francesc Ser¨¦s ha publicado sus Contes russos (Quaderns Crema), una antolog¨ªa falsa de escritores de Rusia en los que no falta ni la sombra sovi¨¦tica ni el fantasma de Marx, dando tumbos por Mosc¨².
En un punto l¨ªmite de la guerra de los Balcanes, Slavoj Zizek coment¨® que lo mejor que pod¨ªa hacer Occidente al respecto era, precisamente, "no hacer nada". No estoy de acuerdo. Entre otras cosas porque ese mundo occidental ha sido el espejo -y el espejismo- en el que se miraron estos pa¨ªses para tirar abajo sus respectivas tiran¨ªas. Tambi¨¦n porque hay, entre muchas otras, una cosa que Occidente puede hacer: aprender. Fijar el foco en algunos artistas procedentes del Este, cuya obra oper¨®, bajo el comunismo, como un detector de represiones y que hoy, en el nuevo mundo, no se han limitado a relamerse en las antiguas censuras. Por el contrario, han mantenido entrenado su ojo cr¨ªtico para percibir otras formas autoritarias, no siempre evidentes, que se renuevan en la actualidad poscomunista. Sin dejar de apuntar a la manipulaci¨®n de las masas que se ejerce m¨¢s all¨¢ de la violencia de los tiempos del tel¨®n de acero.
Son herederos de aquellos tiempos de 1989, que hicieron resplandecer lemas tales como Solidaridad, Transparencia, Reconstrucci¨®n. Palabras que operaban como una carta de navegaci¨®n y que nuestras muy democr¨¢ticas sociedades parecen haber enterrado junto a los escombros del Muro. El cercano Este arrastra, todav¨ªa, esos fantasmas que aparecen de vez en cuando, tan familiares como inc¨®modos, para exigir asuntos pendientes. Para recordarnos, a fin de cuentas, que las deudas suelen acercarnos m¨¢s que los sue?os. -
Iv¨¢n de la Nuez (La Habana, 1964), cr¨ªtico de arte y ensayista, autor de Inundaciones. Del Muro a Guant¨¢namo: Invasiones art¨ªsticas en las fronteras pol¨ªticas 1989-2009 (Debate).
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