Idioma universal
No soy amante de las encuestas pues, singularmente en los pa¨ªses de mentalidad cat¨®lica latina, los encuestados acostumbran a responder para "quedar bien" antes que para reflejar lo que piensan (basta con contrastar la opini¨®n de los espa?oles sobre su sexualidad con la informaci¨®n de los sex¨®logos sobre la sexualidad espa?ola). Ni conf¨ªo en las estad¨ªsticas ni retengo sus resultados, pero una, escuchada o le¨ªda no s¨¦ d¨®nde, siempre me viene a la memoria. Seg¨²n sus datos, un campesino de los a?os cincuenta -probablemente analfabeto- utilizaba en su habla el doble de palabras que un universitario de principios de este siglo que, como media, reduc¨ªa su vocabulario a unos 3.000 t¨¦rminos.
Como estoy educado en la idea de que hay una estrecha unidad entre pensamiento y lenguaje, y en la convicci¨®n de que ¨¦ste es nuestro instrumento mediador con la existencia, aquella estad¨ªstica me insult¨® alarmantemente ya que mostraba el empobrecimiento de nuestra relaci¨®n con las cosas, por m¨¢s que un universitario actual disponga de muchos m¨¢s discursos t¨¦cnicos que el pobre campesino de hace 50 a?os. Este no ten¨ªa ninguno de nuestros conocimientos globales, pero lo que sab¨ªa lo sab¨ªa con gran riqueza de detalles.
No siento nostalgia por la situaci¨®n del campesino, pero reconozco mis reservas ante nuestra celebrada globalidad. Por ejemplo, le¨ª que el globish es la propuesta m¨¢s reciente y exitosa de un idioma universal basado en el ingl¨¦s y dotado de 1.500 palabras, es decir, la mitad de las del universitario de principios de siglo y una cuarta parte de las que usaba el campesino analfabeto. El reduccionismo ling¨¹¨ªstico y quiz¨¢ mental gana adeptos.
Por lo que oigo en la calle, en los medios de transporte o en los restaurantes, la propuesta parece generosa, porque tengo la impresi¨®n de que con un par de centenares de palabras bastar¨ªa. El ansiado idioma universal de los ilustrados est¨¢ finalmente a nuestro alcance, sobre todo si no queremos decir nada, m¨¢s que gritar consignas de cualquier tipo. Para gritar, como sabemos por nuestros queridos tertulianos radiof¨®nicos o televisivos, no hac¨ªa falta que el hombre se tormara la molestia de inventar el lenguaje.
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