En guerra con El Corte Ingl¨¦s
El boom de las biograf¨ªas de rock tambi¨¦n se manifiesta en Espa?a. Tras debutar con El chico de la bomba, Loquillo publica Barcelona ciudad (Ediciones B), cr¨®nica de sus vivencias en los setenta, d¨¦cada aqu¨ª alargada hasta el 23-F.
En nuestro rock, nadie se trabaja la automitificaci¨®n como Jos¨¦ Mar¨ªa Sanz. Muchos de sus recuerdos nos suenan: forman parte del andamiaje que sostiene su leyenda. M¨¢s problem¨¢tica resulta ese ansia por aportar gravitas a sus andanzas, insert¨¢ndolas en el marco pol¨ªtico-cultural. Imposible evitar un respingo ante esta pincelada de 1976: "Descubrimos la verdadera cara del comunismo leyendo Archipi¨¦lago Gulag, del escritor Alexandr Is¨¢ievich Solzhenitsin, que gan¨® el Premio Nobel y es de edici¨®n y lectura obligada". A¨²n aceptando que Loquillo -en cuya casa abundaban las novelas de Sven Hassel- leyera Archipi¨¦lago Gulag a los 16 a?os, asombra que le sirviera para descubrir las maldades sovi¨¦ticas, habida cuenta de que se supone que familiares suyos militaron en la CNT y el POUM. En realidad, le preocupaba m¨¢s maquearse que cualquier ideolog¨ªa: consigue su primera chupa de cuero en un almac¨¦n que vende uniformes de la Guardia Civil. Su coartada: la Benem¨¦rita se mantuvo leal a la Rep¨²blica.
'Barcelona ciudad' es la historia de un pillo que busca sus oportunidades
Pero ?qui¨¦n puede resistirse a embellecer un autorretrato? En otras p¨¢ginas, s¨ª que reconoce torpezas adolescentes en relaci¨®n con el sexo, en contra de su imagen actual de ladykiller. Una vez despojada de sus afeites, Barcelona ciudad es la historia de un pillo, que busca y aprovecha las oportunidades, convirti¨¦ndose en radiofonista, periodista, figurante televisivo y cara conocida de la Barcelona de la Transici¨®n, aun antes de grabar un disco.
Su argumento central: aquella fue una ciudad excitante, eventualmente castrada por Pujol. Se trata de una ocurrencia sobrevenida: en realidad, ¨¦l tambi¨¦n rechaza a los disidentes de la norma nacionalista, fueran marginales (los quillos rumberos de periferia) o burgueses renegados (el clan Zeleste). Fascinado por la contracultura estadounidense, Loquillo se ofende -"no es eso, no es eso"- cuando se encuentra con sus equivalentes aut¨®ctonos. Detesta a los hippies locales y sabotea conciertos montados por el PSUC.
Mejor no pedir coherencia a Barcelona ciudad. Pero el libro ofrece la descripci¨®n impagable de un momento ¨²nico, una de esas confrontaciones que muestran la grandeza y el absurdo de las subculturas juveniles. Hacia 1978, con el ¨¦xito de Grease, el rock and roll es tendencia de temporada. Y El Corte Ingl¨¦s ofrece, en su planta joven, la "moda rock and roll". All¨ª se presentan los rockers barceloneses:
"Le largamos un discurso al responsable del lugar del sacrilegio. El pobre se?or Pinto no entiende por qu¨¦ nosotros, que vamos anunciando lo que ¨¦l vende, le soltamos toda clase de improperios. Kaki toma la iniciativa y con su peculiar azento inicia la cruzada:
-Ustedes no tienen derecho a vend¨¦ un eztilo de vida.
-S¨®lo es una moda, c¨¢lmate, muchacho.
-Si venden un estilo de vida, inviertan en un local de rock and roll, identif¨ªquense con lo que anuncian, ?co?o! (S¨ª, el de la visi¨®n de negocio soy yo).
-Para nosotros s¨®lo es una moda -insiste el se?or Pinto.
-Pues bien, le damo unoz diez diaz de margen y zi no retira zus escaparates volveremo y lo haremo nosotros mismo... Queda advertido -zanja el Kaki.
"Con dos cojones, s¨ª se?or, unos ni?atos amenazando a El Corte Ingl¨¦s. Y sucede lo inevitable: una mara?a de tipos de uniforme aparece de improviso, dando lugar al cl¨¢sico enfrentamiento entre un nutrido grupo de rockers que defienden apasionadamente su lugar en el mundo y el poder establecido, que como siempre pretende arrebat¨¢rselo".
Sirva como recordatorio del arrojo y la ingenuidad de los rockers, quiz¨¢s uno de los movimientos juveniles menos comprendidos. El texto de Loquillo da pistas sobre los motivos: de visita en Madrid, se salva de una agresi¨®n facha -pijos con pistola- por la intercesi¨®n de un famoso rocker local. Al otro extremo pol¨ªtico, hoy sabemos que algunos defensores de la est¨¦tica rocker han terminado, en su obsesi¨®n por la "autenticidad", identific¨¢ndose con los "hombres de acci¨®n" de 1936 que, en el bando republicano, cultivaron las infames artes del paseo y el saqueo.
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