Ponerse en lo peor
El espect¨¢culo que ofrece el primer partido de la oposici¨®n, empe?ado obsesivamente en que el Gobierno nos lleva a la cat¨¢strofe, tanto si pretende salir de la crisis salvando el Estado social como si se ve obligado a cuestionarlo, coloca a la sociedad en estado de p¨¢nico permanente, con lo que, adem¨¢s de echar le?a al fuego de la especulaci¨®n internacional, se muestra dispuesto, con tal de que caiga Zapatero, a propiciar el mayor desastre.
Y lo hace, claro est¨¢, sin mencionar las medidas concretas, y de estas se trata, que pondr¨ªa en marcha si llegara a gobernar. Sabe que si las hiciera p¨²blicas perder¨ªa las elecciones, y siempre podr¨¢ alegar que la herencia que dejaron los socialistas exige las medidas dr¨¢sticas que seguro luego tomar¨¢. En estas circunstancias, ponerse en lo peor, aunque sea como mero ejercicio dial¨¦ctico, podr¨ªa interpretarse como una invitaci¨®n al suicidio colectivo.
Si al PP le interesara el bien de la naci¨®n m¨¢s que el suyo propio, colaborar¨ªa con el Gobierno
?Aumentar¨¢ la xenofobia al ritmo que aumentan las teles de derechas?
En tiempos revueltos parece de sentido com¨²n el que tanto desde el banco azul como desde la oposici¨®n se d¨¦ cuenta de la situaci¨®n con un mismo lenguaje claro, pero evitando esparcir alarmas que minen la concordia indispensable para enfrentarse juntos a las dificultades sobrevenidas. En tiempos de hondo malestar la oposici¨®n est¨¢ obligada a colaborar con el Gobierno en la b¨²squeda de una pronta salida; cuando las aguas vuelvan a su cauce ya habr¨¢ ocasi¨®n de que cada cual presente propuestas alternativas.
Durante la II Guerra Mundial los laboristas supieron colaborar lealmente con los conservadores, actitud que, pese al enorme prestigio de Churchill, les llev¨® al poder en 1945. El electorado suele recompensar al partido que muestra que le importa m¨¢s el bien de la naci¨®n que el suyo propio. Cuando la coyuntura aprieta no vale echarse mutuamente la culpa, o denigrar al contrario como si fuese la cat¨¢strofe personificada, sino que es el momento de encontrar una salida conjunta. De que no haya ocurrido as¨ª son responsables, con alguna excepci¨®n como la de CiU, en mayor o menor medida toda la clase pol¨ªtica, pero muy en especial el PP.
?Rige acaso la misma norma para el ciudadano? ?Los medios deben renunciar tambi¨¦n a discutir salidas diferentes de la crisis, ocultando los peligros que nos amenazan? Si a los pol¨ªticos corresponde actuar conjuntamente, sin embarullarse en discusiones infinitas -la sorpresa suele ser el mayor factor del ¨¦xito, y ya habr¨¢ tiempo de dar explicaciones- en cambio toca a la sociedad discutir a fondo la situaci¨®n, ofreciendo distintas soluciones acorde con la multiplicidad de intereses. En democracia son los ciudadanos los que plantean las alternativas y las instituciones las que tomandecisiones que no pueden distanciarse mucho de las opiniones dominantes.
Lo que sigue no es m¨¢s que una construcci¨®n arbitraria que vincula una cat¨¢strofe a la otra, como si cayeran en ristra las fichas del domin¨®. Cierto que no es probable que se concatene una desgracia a la otra, pero en la sociedad de alto riesgo en que vivimos hay que estar preparado para responder a los peores desastres. Condici¨®n de supervivencia es imaginar peligros y tener preparadas las respuestas adecuadas.
Partamos de lo m¨¢s seguro, y es que antes o despu¨¦s saldremos de la crisis: la cuesti¨®n es cu¨¢ndo y en qu¨¦ condiciones. Est¨¢ agotado el modelo productivo en torno al turismo y el ladrillo -aunque continuar¨¢ formando una buena parte de nuestro PIB- y sufriremos la deslocalizaci¨®n de la industria, pi¨¦nsese en la automovil¨ªstica, como el resto de Europa.
Habr¨¢ que inventar un modelo de m¨¢s alta productividad, probablemente en torno a las t¨¦cnicas de comunicaci¨®n, la energ¨ªa limpia, el sector agrario, con especial desarrollo de la industria alimenticia y otros sectores en los que podamos encontrar un hueco en un mundo globalizado. Pero su puesta en marcha exigir¨¢ bastante tiempo, si es que logramos salir del bache en educaci¨®n que, adem¨¢s de los recursos financieros, depende de factores sociales y culturales muy dif¨ªciles de calibrar.
El pron¨®stico que se hace, m¨¢s fuera que dentro, es que Espa?a tiene por delante al menos una d¨¦cada de crecimiento muy bajo y una alta tasa de desempleo.
?C¨®mo reaccionar¨¢ la sociedad a este frenazo, despu¨¦s de dos decenios de crecimiento y de relativo bienestar, en los que los espa?oles han pasado de tener que emigrar a recibir en los ¨²ltimos a?os cuatro millones de inmigrantes? ?Aumentar¨¢ la xenofobia al ritmo que han aumentado los canales televisivos de derecha? ?Se lograr¨¢ volcar a los sectores sociales m¨¢s despose¨ªdos contra los sindicatos y los partidos de izquierda, sobre los que se cargar¨ªa la responsabilidad de lo que acontece? ?C¨®mo responder¨¢ el nacionalismo, que en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco tiene el terreno muy bien abonado, a un largo estancamiento?
?nase esta paralizaci¨®n econ¨®mica, con todas sus tensiones y secuelas sociales, a un nacionalismo que transporta la idea de que los males los causa Espa?a y la soluci¨®n es la independencia de las "naciones sometidas", y espec¨²lese con lo que podr¨ªa ocurrir en tiempos de las vacas flacas.
Quedar¨¢n de manifiesto los alt¨ªsimos costes de que se haya deslavazado el Estado, que con tanto esfuerzo hab¨ªamos empezado a construir en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Cierto que siempre hab¨ªa sido bastante d¨¦bil, como muestran los ¨ªndices de analfabetismo, causa principal de que, a diferencia de Francia, Alemania y Reino Unido, en la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica se haya conservado el pluriling¨¹is-mo. El que el Estado de las Autonom¨ªas haya marchado en los ¨²ltimos 30 a?os aceleradamente hacia una confederaci¨®n, alej¨¢ndose cada vez m¨¢s de un Estado federal, podr¨ªa pagarse, en tiempos de estancamiento, a un precio alt¨ªsimo.
?C¨®mo reaccionar¨ªa el resto de Espa?a a una eventual ruptura de la unidad nacional? No cabe descartar que trajera consigo el fin de la monarqu¨ªa. Ahora bien, esa tercera rep¨²blica con la que hoy sue?a un grupo cada vez m¨¢s nutrido de espa?oles, para una mayor frustraci¨®n, podr¨ªa ser obra de la derecha nacionalista m¨¢s insolidaria. La rep¨²blica que a partir de la ruptura nacional se percibe en el horizonte quedar¨ªa en manos de una derecha supernacionalista que habr¨ªa echado la culpa de la debacle a la "monarqu¨ªa parlamentaria" con su Estado de las Autonom¨ªas.
T¨®mense estas reflexiones como lo que son, una pesadilla en una mala noche, pero en ning¨²n caso se echen en saco roto. Sin entregarse a ning¨²n fatalismo -el futuro que nos aguarda lo hacemos nosotros- hay que estar preparados para lo peor, buscando con sosiego puertas de escape. Y en cuanto inquiramos una tabla de salvaci¨®n, se impone la conocida f¨®rmula: Espa?a es el problema y Europa la soluci¨®n.
El hecho nuevo en que basamos nuestra esperanza de que la historia no se repita es que estamos en la Uni¨®n Europea. Por fuertes que sean los envites contra el euro, podemos confiar en que la moneda com¨²n prevalezca, participando poco a poco del empuje que nuestros socios m¨¢s fuertes inyecten en la econom¨ªa europea.
Cabe razonablemente esperar que salgamos del atolladero en que la Uni¨®n se encuentra desde la ampliaci¨®n, y que avancemos por fin en la construcci¨®n europea, conscientes de lo que ser¨ªa de cada uno de nosotros si esta nos fallase. La crisis ha hecho evidente lo que realmente significa una Europa unida y no me cabe la menor duda de que al final saldr¨¢ robustecida.
Ignacio Sotelo es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa. Su ¨²ltimo libro es El Estado social.
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